A la guerra
“Aún en el supuesto de que todavía estéis haciendo algo bueno, habéis permanecido aquí demasiado tiempo. Así que yo os digo: idos, ya queremos perderos de vista. Por el amor de Dios, ¡marchaos!
Cronwell, a los miembros del Parlamento
Don Néstor, este mariscal que llevó al peronismo a la peor derrota electoral de su historia, sigue mandando y ordenando a su tropa que, al son marcial de los carpetazos y de los tarjetazas, continúa recuperando su tamaño original, ya que no su calidad.
Hace unos días, nos sorprendió con la cooptación de la inefable Senador Roxana Latorre quien, para explicar su voltereta política, no tuvo mejor idea que recurrir, falseándolo, al orden de llegada de las firmas al proyecto oficialista.-
Esta semana hizo lo propio con uno de los grupos aparentemente más combativos del campo, Pampa Sur, engulléndose, a cambio de una Secretaría de Estado, a María del Carmen Alarcón, a Miguel Saredi y, al menos hasta que se demuestre lo contrario, a Mariano Pinedo, Este pase debiera motivar, si tuviera la dignidad suficiente, la renuncia inmediata del Secretario de Agricultura, que se habría quedado sin funciones.
Otra –en este caso, “re”- incorporación a la “Armada Brancaleone” de Kirchner, es la de los “traidores” intendentes del Conurbano, aquéllos al que el imperdible Ishii había salido a buscar después del 28 de junio. Parece que los encontró y, a su pesar, los sumó, porque ahora se dice herido por la zigzagueante actitud de Kirchner frente a los “barones”.
En mayo de 2007, en una de mis notas, pronostiqué que a don Néstor (entonces ignoraba que pondría sobre su falda a doña Cristina) no lo podríamos sacar con cacerolazos ni con carritos de supermercado y, ni siquiera, con votos. La reacción de estos días, con Kirchner gritando a los cuatro vientos que en las elecciones “la gente votó por profundizar el modelo”, no hace más que darme la razón.
También, pero acompañado en la profecía por muchos otros, preví que, desde junio a diciembre, don Néstor intentaría sacar muchísimas leyes que la ciudadanía rechaza, y establecí dos patrones de conducta para los diputados cuyo mandato vencerá entonces: el salto hacia el campo vencedor, en busca del calor del nuevo sol, o la extensión de manos, en pos de un tranquilo retiro pagado con fondos reservados. Lamentablemente, hemos visto muchísimo menos de los primeros, mientras que los segundos le permiten al Gobierno obtener mayorías superiores, incluso, a las que disponía antes de la derrota.
Este fenómeno tiene dos explicaciones: la falta de sanción condenatoria de la sociedad en general a quienes traicionan sus mandatos y la absoluta ausencia de una oposición medianamente articulada, capaz de poner freno a estos dislates.
Por lo demás, esa fecha tan esperada, la del 10 de diciembre, será postergada, en uso de la facultad constitucional de doña Cristina para no convocar a sesiones extraordinarias, hasta el 1° de marzo, momento en el cual los nuevos legisladores comenzarán, realmente, a calentar sus bancas y el ambiente.
Sin embargo, ese mágico plazo, que podría calificarse de breve en un país normal –finalmente, faltan nada más que seis meses- no tendrá efecto alguno, como bien lo demostró esta semana la Presidente al vetar otra ley aprobada por unanimidad en ambas cámaras.
Ese gesto, que obligó a los legisladores adictos a asumir el papelón y a confesar que no habían leído el texto sancionado, señala a las claras cuál será la actitud del Gobierno frente a cada ley que le resulte incómoda o contraria a sus intereses. El término “vetocracia” es un neologismo adoptado por la inmensa mayoría de los comentaristas políticos.
La semana pasada entró al Congreso el proyecto de ley del Poder Ejecutivo que establece un nuevo régimen para los medios audiovisuales de la Argentina , y todos coinciden en que el Gobierno dispondrá de las mayorías necesarias para su aprobación.
El proyecto –confieso no ser un especialista en el tema- puede ser bueno o malo, y según para quién, pero es innegablemente inoportuno. Especialmente por la cláusula que distribuye la propiedad de tales medios por tercios, sin explicar ni autoexplicarse de dónde saldrá la financiación indispensable, y por aquélla que establece que las licencias durarán sólo dos años, obligando a los titulares a ser obsecuentes respecto al Estado otorgante.
Y, proviniendo de los Kirchner, que mataron la independencia periodística en Santa Cruz (ver los informes de OPI Santa Cruz[1], la única agencia electrónica local, que publica sólo por Internet) y que han bastardeado todas las instituciones nacionales y todos los organismos de control, resulta harto sospechoso el apuro por aprobarlo antes de que se modifique la composición de las cámaras.
Hoy, en un reportaje que publica ‘El Tribuno’, de Salta, Jorge Giaccobe, a quien respeto enormemente, se equivoca al decir que, cuando elegimos un presidente, firmamos un contrato innominado con él, que dura cuatro años. Y se equivoca, básicamente, porque los contratos son, esencialmente, bilaterales, es decir, establecen obligaciones recíprocas para las partes.
Como es obvio, don Néstor y doña Cristina, su figurante, han incumplido totalmente el teórico contrato original que fue firmado en las elecciones que, para desgracia nuestra, los llevaron al poder, a una atrás del otro. En nombre de ese contrato, hubieran debido respetar la democracia y las instituciones, futuro tan declamado en sus campañas como presente negado en el ejercicio del poder.
En realidad, y como su nombre lo indica, los Kirchner recibieron, de parte de la ciudadanía toda, un mandato, es decir, sólo la obligación de representar a sus mandantes, verdaderos titulares del poder.
Y ese mandato, también bilateral, tiene límites muy precisos: ningún mandatario puede hacer más, o menos, que lo que su mandante le ordena. Y si bien pudieron entender otra cosa, no tienen excusas para dejar de asumir la dura corrección que significó el 28 de junio, cuando el 70% de los ciudadanos les dijimos que no nos gustaba el modo en que estaban ejerciendo ese mandato.
Y aquí llegamos al quid de la cuestión. Tenemos que elegir entre dos ‘bienes’, tenemos que determinar cuál es superior.
El primero es nuestro natural interés en recuperar, para el país, la normalidad, traducida ésta en el cumplimiento de los ciclos constitucionales, con total prescindencia de qué suceda dentro de cada uno de ellos. Sencillamente, elegir cada cuatro años, y corregir el rumbo sólo en el período presidencial siguiente
El segundo, que reconozco duro, es privilegiar la democracia y el bienestar de los ciudadanos, el desarrollo económico, la independencia de poderes, la justicia social, la independencia de los poderes, el federalismo, la libertad de expresión, la moral pública.
Entre esas dos opciones se juega el futuro de la Argentina. Y hay que optar ya mismo.
Ahora bien: Kirchner, y su mandada, han declarado la guerra al país y, con ello, a todos nosotros, aliados solamente a algunos ‘ellos’ distintos, agresivos y perdedores en las urnas.
Entonces, para decidir, debemos formularnos algunas preguntas.
En nombre de la legalidad,
a) ¿debemos permitir que Kirchner transforme a nuestra patria en una república bolivariana?
b) ¿debemos aceptar que Kirchner continúe destruyendo al interior del país, en especial, y a todo éste?
c) ¿debemos permitir que Kirchner imponga su voluntad por sobre las decisiones del Congreso?
d) ¿debemos permitir que la desenfrenada y obscena corrupción siga campeando a su aire?
e) ¿debemos permitir que continúe el verdadero despilfarro demagógico y clientelista de los escasos dineros públicos, a expensa del hambre de los argentinos?
f) ¿debemos permitir que continúe el irracional gasto en comodidades personales de los Kirchner, a expensas de la muerte infantil en nuestra sociedad?
g) ¿debemos permitir que se siga extorsionando a gobernadores e intendentes adictos mediante el reparto discrecional de fondos copartibles para asegurar su adhesión a este ‘modelo’ suicida?
h) ¿debemos permitir que, por su odio transnochado, Kirchner nos impida aprovechar el viento de cola que, parece, ha comenzado a soplar sobre Argentina?
Como todos sabemos, y como se ha dado en la historia muchas veces, vientos autoritarios y tiránicos soplan en América Latina, y Argentina está recibiendo sus ráfagas.
Chávez lo ha hecho en Venezuela. En nombre de una presunta legalidad obtenida, trágicamente, en las urnas, ha conculcado todas y cada una de las libertades de sus ciudadanos, ha destruido hasta el último vestigio de institucionalidad, y ha empobrecido a su país, pese al mar de petróleo y gas sobre el cual se encuentra asentado. ¿Estamos dispuestos a tolerar algo así en Argentina, privilegiando una teórica normalidad?
Otro tanto quiso hacer Zelaya en Honduras, pero sus instituciones –el Congreso y el Poder Judicial- consiguieron evitarlo, a pesar de que la propaganda chavista vendió una imagen golpista y reaccionaria al mundo.
También, están intentándolo Correa, en Ecuador, y Noriega, en Nicaragua, financiados por Chávez en sus esfuerzos por quebrar todo el sistema verdaderamente democrático de sus países. ¿Estamos nosotros dispuestos a llegar a esa instancia en nombre de una supuesta normalidad?
Vayamos, pues, a la guerra. Una guerra que no buscamos, pero que debemos combatir, por nosotros, por nuestros hijos y por nuestros nietos.
Debemos recurrir a todos los mecanismos legales y constitucionales necesarios para expulsar a los Kirchner del poder.
Nuestra Carta Magna tiene mecanismos perfectamente establecidos para impedir que los tiranos se apoltronen en el sillón de Rivadavia. Y ee a eso a lo que tenemos que llegar, y llegar ya mismo, pues mañana podrá ser tarde.
Unámonos todos en un grito común: ¡juicio político ya!, y castigo para esta siniestra pareja y sus cómplices y testaferros,
Salgamos ya mismo a reclamar a nuestros legisladores, vía recolección de las firmas necesarias, la votación del inicio del proceso de destitución democrática de estos usurpadores. Sí, usurpadores, pues están ejerciendo poderes de los que no disponían para imponernos su maléfica voluntad.
Y, sobre todo, aprendamos que no podemos entregar, nunca más, cheques en blanco a nuestros gobernantes, pues los usarán en contra de sus representados para hacer todo y cualquier cosa para perpetuarse en el poder.