Opinión Internacional

La crisis de Honduras saca a la luz males de la región

El equipo diplomático del presidente Obama no debe romperse la cabeza con la crisis en Honduras. Tanto si Manuel Zelaya recupera la presidencia, como si no la recupera, Honduras volverá a ser un país de poco relieve en cuanto pasen las elecciones para sustituirlo. Pero perdurarán las cuestiones regionales más amplias que precipitaron la destitución de Zelaya. Tres de esas cuestiones –la injerencia de Venezuela, la tendencia hacia la consolidación del poder ejecutivo en los países miembros de la OEA, y el problema del narcotráfico– afectarán las relaciones del gobierno de Obama con América Latina.

• La injerencia venezolana

Desde la destitución del mandatario hondureño, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se ha convertido en el defensor más estentóreo de Zelaya.

Pese a que dirigió un frustrado golpe militar en 1992 contra el entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, Chávez ha denunciado las acciones del ejército hondureño y se ha presentado como un defensor de la soberanía de los votantes de Honduras.

Pero Chávez ya se había inmiscuido en esa soberanía, y tuvo un papel importante en la crisis hondureña: supervisó la impresión en Venezuela de millones de boletas para el referendo que Zelaya propuso para poder reelegirse, que ya el Tribunal Supremo de Honduras había rechazado. Además, fue un avión venezolano el que llevó a Zelaya sobre un aeropuerto bloqueado en Tegucigalpa, este mes, una cínica maniobra publicitaria que provocó motines y dejó un muerto.

La profunda participación de Venezuela en la crisis hondureña no sorprende a los que han seguido la trayectoria reciente de Caracas. En Colombia, Venezuela ha apoyado a la guerrilla narcoterrorista de las FARC para socavar al enemigo conservador de Chávez, el presidente Alvaro Uribe. En Perú, Venezuela ha financiado violentas protestas indígenas y ha costeado la carrera política del líder izquierdista Ollanta Humala. Varios microestados del Caribe han alquilado sus votos en la OEA a Venezuela a cambio de petróleo a precio reducido, un intercambio que catapulta al chileno José Miguel Insulza, respaldado por Chávez, al cargo de secretario general. Y los gobiernos de Nicaragua y Bolivia dependen de la generosidad venezolana para sobrevivir. Es más, prácticamente en cada reciente elección presidencial en América Latina, Venezuela ha tenido un caballo en la carrera.

Se ha señalado con frecuencia que la destitución de Zelaya fue el primer golpe exitoso en América Latina desde el fin de la Guerra Fría. Ese largo período sin golpes se puede atribuir a la posición de Estados Unidos como la única potencia en la región, sin tener que competir con la influencia comunista. El auge de una Venezuela rica en petróleo, que intenta consolidar un movimiento izquierdista internacional, pone fin a ese período de hegemonía regional de Estados Unidos y amenaza con crear más crisis, de la clase que estamos viendo en Honduras.

• Poder presidencial

Los políticos norteamericanos interesados en promover la democracia en América Latina deberían estar tan alarmados por los sucesos que precedieron a la destitución de Zelaya como por la propia destitución. En los meses anteriores al levantamiento, Honduras estaba en vías de abandonar los límites al término presidencial contemplado en su Constitución y de convertirse en el último de una serie de países en consolidar el poder presidencial a expensas de otras instituciones democráticas.

En Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros países, presidentes poderosos han utilizado referendos constitucionales para despojar de su autoridad a organismos legislativos, judiciales y electorales. Los aliados de Estados Unidos tampoco han dado un buen ejemplo en este sentido: el presidente colombiano Uribe cambió la Constitución para tener un segundo período en el poder y ahora aspira a un tercero.

La OEA, dirigida por Insulza, confirmó su inclinación hacia la autoridad presidencial sin controles al ignorar la petición del Congreso hondureño de no reconocer oficialmente el referendo. Al buscar ahora el aislamiento total del nuevo régimen en Tegucigalpa, la OEA ha manifestado una firme posición contra la destitución de un presidente por el poder legislativo y el judicial de un país. Entretanto, ha visto con indiferencia cómo presidentes de muchos países miembros desmantelan las instituciones democráticas.

• El problema de los narcóticos

Otro problema que los sucesos en Honduras han sacado a relucir es el surgimiento de alianzas entre carteles de la droga y gobiernos de la región. Después de la destitución de Zelaya, el gobierno interino lo acusó de facilitar el narcotráfico y de convertir el territorio hondureño en una estación de tránsito para la cocaína enviada a Estados Unidos. Los partidarios de Zelaya niegan esa acusación. Pero está claro que Zelaya estaba más dedicado a extender su período en el gobierno que a combatir la violencia de las pandillas y las drogas en su país, un constante baño de sangre que ha recibido una atención mucho menor de la prensa que la violencia en México.

Esta tendencia también tiene un nexo en Venezuela: un petroestado que se está convirtiendo rápidamente en un narcoestado. Como señaló un informe reciente de la Oficina de Supervisión del Gobierno de Estados Unidos, altos funcionarios del gobierno venezolano participan en el tráfico de drogas. Y el presidente de Ecuador, Rafael Correa, afronta denuncias creíbles de que su campaña recibió fondos de las FARC, que cobran por proteger las rutas de los narcotraficantes. El gobierno norteamericano debe empezar a tratar el narcotráfico como un problema político y diplomático, además de criminal.

• La imagen de Estados Unidos

El gobierno de Obama, para que no se perciba a Estados Unidos como un intervensionista que apoya la destitución a la fuerza de un presidente electo democráticamente, ha respondido a la crisis hondureña uniéndose a un coro de países que condenan la destitución como un golpe ilegal.

La respuesta del gobierno de Obama refuta la afirmación de Chávez de que Estados Unidos dio luz verde a la expulsión de Zelaya, y esta postura puede encajar con los intereses estratégicos norteamericanos por el momento. Lo de Honduras no es un gran problema, pueden pensar, y se resolverá solo cuando se celebren elecciones. Entonces, ¿por qué no aprovechar la oportunidad de ganar credibilidad en una región que ve con cautela una intervención de Estados Unidos?

El peligro de ese modo de pensar es que se ignora el grado en que Chávez y sus aliados han redefinido el poder ejecutivo en América Latina. Al apoyar a Zelaya, Estados Unidos se arriesga a hacer lo mismo que ahora intenta evitar: apuntalar a un caudillo latinoamericano sediento de poder a costa de otras instituciones democráticas.

Diego Arria fue gobernador de Caracas y embajador de Venezuela en las Naciones Unidas. Richard Brand es abogado y ex corresponsal extranjero de The Miami Herald.

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