Opinión Internacional

Abusos criminales del ejército israelí

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Esta semana, la ONG israelí Rompiendo el silencio, ha publicado un informe con el espeluznante testimonio de oficiales, suboficiales y soldados que participaron en el operativo “Plomo Fundido”, el ataque contra la Franja de Gaza en diciembre del año pasado. La ONG israelí está integrada por una treintena de militares hebreos, que aportan datos reveladores sobre la operación: se saldó con 1.400 muertos palestinos, la destrucción de unas 50.000 viviendas, 200 colegios y un millar de fábricas y talleres. Las órdenes recibidas por la tropa fueron de abrir fuego indiscriminadamente contra los milicianos y la población civil y de arrasar las zonas habitadas. Denuncian los integrantes de la ONG que durante la operación, civiles palestinos fueron utilizados como escudos humanos. En varias ocasiones, se lanzaron proyectiles antitanque o bombas de fósforo contra concentraciones urbanas. Se trataba de una mera demostración de fuerza, carente de objetivos estratégicos concretos, según los miembros de Rompiendo el Silencio.

Los miembros del Estado Mayor lamentan estas “denuncias anónimas”, que tildan de “rumores y habladurías”, recordando que la investigación interna llevada a cabo por el Ministerio de Defensa en pasado mes de abril descartó posibles abusos por parte de la tropa.

No es la primera vez en la que los miembros de las fuerzas armadas se rebelan contra la maquinaria de guerra de Tel Aviv. En 1982, durante la invasión de Líbano ideada y liderada por el entonces Ministro de Defensa, Ariel Sharon, los integrantes del cuerpo expedicionario crearon un movimiento de rechazo llamado Yesh Gvul (Hay limites). Sus críticas provocaron un verdadero trauma en el seno de la sociedad israelí que llegó a cuestionar la política de sus gobernantes. Yesh Gvul se autodisolvió al final de la guerra. Sin embargo, el fenómeno facilitó la creación, unos años más tarde, del movimiento Paz ahora, que a su vez desapareció durante la primera Intifada.

El Alto Representante para Política Exterior de la Unión Europea, Javier Solana, solicitó públicamente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que reconozca antes de finales de 2009 la existencia de un Estado palestino, incluso si no se llegase a un acuerdo de paz. Durante una conferencia en Londres, Solana, que ostentó el cargo de Secretario General de la OTAN durante la intervención occidental contra Serbia, sugirió que la comunidad internacional debería fijar una fecha para la creación del Estado palestino. En el caso de que no se cumplan los requisitos para la firma de un tratado entre Israel y sus vecinos, Naciones Unidas debería tomar cartas en el asunto, tratando de aplicar medidas encaminadas a precipitar la solución del conflicto.

La reacción del Gabinete israelí fue instantánea: “dicha propuesta pone el peligro el provenir de las consultas con los palestinos, unas consultas que el Estado judío pretende abordar sin condiciones previas”. Una maniobra muy hábil, destinada a rechazar la única exigencia de los palestinos: el abandono por parte de la política de colonización forzosa de Cisjordania.

Mientras los falsos profetas se congratulaban por la supuesta aceptación por parte de Netanyahu de la solución de los dos Estados presentada por el Presidente Obama, los politólogos hacían hincapié en la escasa convicción del Primer Ministro hebreo al aceptar la propuesta, véase imposición, del actual inquilino de la Casa Blanca. Sabido es que Benjamín Netanyahu no es partidario de la paz y, menos aún, de la creación del Estado palestino. La trayectoria de los miembros del actual Gabinete israelí nada tiene que ver con los utópicos proyectos de convivencia pacífica entre judíos y árabes, entre israelíes y palestinos. Sin embargo, la presión internacional se acentúa. A las sugerencias de Barack Obama se suman las declaraciones del Presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien reclamó la dimisión del jefe de la diplomacia israelí, Avigdor Lieberman, un “halcón” cuya postura intolerante sólo sirve para acrecentar el aislamiento internacional del Tel Aviv.

A la sociedad civil israelí no le importa tanto la tardía sugerencia de Javier Solana como la ausencia de perspectivas de paz, de esta paz imposible, de una paz ansiada tanto por los judíos como por los árabes.

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