Opinión Internacional

Nuestra revolución es agria; pero es la nuestra, de todos

Impulsar la Revolución implica abandonar el sistema burocrático-jerarquizado-estatista-asalariado-voluntarista y debatir todos el camino compartido que demanda la unidad del pueblo en su diversidad

En algunos círculos revolucionarios, cansados ya de tanto esperar a que caigan del cielo los cambios necesarios y prometidos, he escuchado criterios tales como que la Revolución ya «se perdió», ya lo que tenemos es una «caricatura de Revolución», o que la Revolución se acabó hace tiempo. También, otros tienden a identificar Revolución con alguna entidad: los líderes históricos, el Partido, el gobierno o el estado.

Carlos Marx en su prologo de la contribución a la critica de la Economía Política expresa: «Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social». (1)

Según esta concepción marxista, la revolución es un proceso político, económico y social que abarca toda una época histórica en la cual se producirían los cambios en las relaciones de producción, por lo cual todas las personas que viven en una sociedad m revolución, se ven envueltas, son partícipes de ese proceso.

Dicho proceso se verifica en la permanente unidad y lucha de muchos contrarios; en la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos que se dan en pequeña, mediana y gran escala y en la sistemática negación de lo viejo por lo nuevo que surge de su seno. Los contrarios antagónicos y no antagónicos, son partes del proceso y sin su existencia, sin la lucha entre ellos no habría desarrollo ni revolución. Cuando esos fenómenos se detienen, se estancan porque la inercia se impone al movimiento, sobreviene la involución, el deslizamiento hacia atrás. El avance no es siempre rectilíneo hacia arriba, sino en espiral, de manera que por momentos pareciera que se está volviendo al punto anterior y también pudiera ocurrir así.

Para implantarse el feudalismo y luego el capitalismo, los respectivos procesos sufrieron altas y bajas, avances y retrocesos que no en menor cuantía ya han venido afectando a los intentos socialistas. Muchos revolucionarios aspiramos, a veces, a tratar de alcanzar en vida todas las metas que, en verdad, corresponden a varias generaciones, por lo cual cada una debería considerar que no es más que un eslabón en una cadena de generaciones revolucionarias, cada una de las cuales debe definir cómo desea enfrentar la etapa que le corresponde vivir y garantizar el engarce con el siguiente eslabón.

En nuestro caso, dado el nivel alcanzado por las fuerzas productivas y el predominio de las relaciones de producción capitalistas, la Revolución Cubana de 1959, que comenzó estimulada por la lucha contra un régimen tiránico, por el restablecimiento de la democracia burguesa, avanzó atropelladamente por su fase democrática y rápida y paralelamente asumió la etapa agraria que tenía que ser antiimperialista por la estructura de la propiedad y de la economía cubanas y se adentró muy temprano en la socialista con el conjunto de medidas que favorecieron los intereses de las grandes mayorías y la temprana formación de un sistema de cooperativas agrícolas (productoras básicamente de caña) en las tierras confiscadas al capital extranjero (2).

Ante el aumento de las agresiones de todo tipo por parte del Imperialismo y por la amenaza de agresión directa después de su derrota en Girón, hubo un rápido acercamiento económico, político y militar a la URSS, que produjo un reforzamiento de las corrientes estato-centristas en la correlación interna de fuerzas, precisamente, cuando se estaban creando las condiciones para avanzar en la socialización de la economía, dados los altos índices de nacionalización de la industria y los servicios, los crecimientos económicos alcanzados en los primeros años, el mejoramiento del nivel de vida de las clases trabajadoras, los triunfos sobre la contrarrevolución y el imperialismo y la culminación exitosa de la Campaña de Alfabetización, grandes olas sobre cuyas cretas avanzaba la revolución en esos momentos.

El temprano aumento de esas influencias, que predominaban en el movimiento revolucionario del Siglo XX y que pusieron el desarrollismo tecnócrata por encima de los cambios en las relaciones de producción, de las asalariadas a las asociadas, llevó al estancamiento en el proceso de socialización de la propiedad, la apropiación y las decisiones, fenómeno regresivo que se constató claramente en febrero-marzo de 1962 cuando la nueva dirección del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria) inició el desmontaje de las cooperativas cañeras, convirtiéndolas en granjas del pueblo, descooperativizando y devolviendo el carácter de asalariado, de nuevo, a más de 100 mil trabajadores. Ese proceso anti-socialización tuvo un reforzamiento con la «ofensiva revolucionaria del 68» que eliminó con una sola ráfaga la pequeña producción mercantil simple, salvo la campesina que se vio desde entonces acosada por todo tipo de regulaciones y disposiciones sobre qué sembrar, a quién vender, cómo y dónde hacerlo y a cuáles precios.

Todo eso, vulnerando la idea martiana de la repartición de la propiedad como base socio-económica de la Nueva Cuba que propugnara el Apóstol y que Fidel enarbolara dialécticamente en el programa del Moncada, nunca concluido, por la asunción del esquema neo estalinista que quiso convertir en dogma para toda revolución, pensamientos y acciones de Lenin propios para la Rusia de entonces. La obra de Stalin «Cuestiones del Leninismo» fue la gran matriz del dogmatismo y el manualismo que todavía hoy persisten en la filosofía política de no pocos revolucionarios.

El esquema neo estalinista partía del estado como sujeto principal del cambio, en lugar del ser humano, de los trabajadores organizados en nuevas formas de producir y vivir. Por eso luego predominó la concepción estatista de «socialización de los excedentes desde el poder centralizado», que ciertamente garantizó altos niveles de educación y salud pública para nuestro pueblo, pero que resultó insuficiente para garantizar la reproducción ampliada de la industria y los servicios, el desarrollo armónico y proporcional de las ramas y regiones y desde luego para satisfacer las necesidades de los trabajadores y el pueblo todo, que van mucho más allá de esos logros, a la vez, bases imprescindibles de la ulterior socialización y fuentes de nuevas necesidades de las masas. Lógicamente, tampoco el estado-sujeto jerarquizado que explota monopólicamente trabajo asalariado, podría ser capaz de producir una nueva conciencia social diferente a la tradicional individualista-consumista por mucha educación y propaganda de orientación socialista intentada.

Una de las peores limitaciones del esquema neo-estalinista adoptado por el estado cubano «en nombre del socialismo y la clase obrera», fue el cercenamiento de las iniciativas de las masas y de los individuos por el exceso de centralización de las decisiones y las restricciones impuestas a la participación de todos en la construcción colectiva del imaginario social cubano a partir del cuerpo de ideas profundamente libertarias y democráticas que nos legara el pensamiento martiano. Si la revolución rusa fue marxista-leninista; marxista por los valores generales de la dialéctica-materialista de Marx y leninista por las peculiaridades rusas que supo interpretar Lenin, la nuestra tendría que ser marxista-martiana, más allá de toda proclamación.

La permanente amenaza de agresión imperialista generó la necesidad de concentrar a muchos de los más capacitados y mejores cuadros de la Revolución en las tareas de la defensa y demandó la concentración de medios y recursos en esa esfera, situación que unida a la propia forma en que se derrocó la tiranía de Batista, por la vía de las armas y la guerra y a la realidad objetiva de una economía centralizada estatalmente, ha estimulado el predominio de concepciones verticalistas, jerárquicas, paternalistas, autoritarias, militaristas, policíacas, secretistas y de hiper-liderazgo adultocéntrico que han contribuido a frenar los necesarios procesos participativos, democráticos, de horizontalidad, dispersión del poder y renovación que debieran caracterizar al socialismo.

Todos esos factores si bien no justifican el actual estancamiento del proceso de socialización, explican las dificultades que confrontamos los revolucionarios y comunistas cubanos para entablar un dialogo constructivo integral, tolerante e inclusivo capaz de profundizar nuestra Revolución, que junto a tantos triunfos en muchos campos tiene no pocos agrios sabores, pero es la que nos corresponde hacer avanzar o resignarnos a la restauración capitalista-privada traída por la mano de una burocracia cada vez más alejada de los intereses, las realidades y el nivel de vida del pueblo.

En esos mismos círculos se precisó: la revolución, ese proceso que involucra y afecta de una u otra manera a todos, no pertenece a sus dirigentes, al partido o a las instituciones estatales; tampoco es algo externo a la actividad de las masas, no es obra de elites, sino de multitudes. Participar de la Revolución no es un derecho que se otorga por alguien o por algo, pues en Cuba nos lo legaron nuestros padres y abuelos con sus luchas, como todo humano nace con todos los derechos, sin que dependan de algunos deberes particulares.

La Revolución nos pertenece a todos los que le hemos dedicado nuestras vidas, a todos los trabajadores y en definitiva a todo el pueblo de Cuba que es el que ha llevado sobre sus hombros todo el peso de los sacrificios que se han hecho para traerla hasta aquí y son los que han resistido y pagado el mayor precio por la agresión y el bloqueo del imperialismo.

Pero sobre todo pertenece a los jóvenes, que son los que van a vivir «la construcción» que se está haciendo. Cada cubano, independientemente incluso de sus ideas políticas, religiosas o sociales en general, puede y debe sentir y decir: la revolución soy yo y actuar en consecuencia para hacer realidad la socialización del poder, de la propiedad y la democracia. No se trata de hacer otra revolución distinta o ponerse frente a ésta, sino de llevar esta que es nuestra, de todos, a planos superiores.

Algunos tratan de estigmatizar como «contrarrevolucionarios» a todos aquellos cubanos que no están de acuerdo o están insatisfechos con leyes y decretos emitidos por el gobierno o alguna de sus instituciones, cuando la práctica ha demostrado que son precisamente algunos de esos edictos los que tienen carácter contrarrevolucionario y anti-socialista por obstaculizar la socialización. Esa manera de tratar de dividir al pueblo en bandos políticos prediseñados y opuestos, perjudica la Revolución y recuerda los nefastos métodos del estalinismo que tanto daño hicieron a la causa socialista.

Nuestra Revolución debemos y tenemos que defenderla con las armas en las manos, si es necesario, de ese enemigo imperialista que siempre ha querido apoderarse de Cuba, por las malas o por las buenas, pero cada día tenemos que defenderla de sus propios errores, de los que quieren secuestrarla para realizar sus proyectos personales hegemónicos o convertirla en el gran negocio privado de unos pocos; de los que pretenden «editarla» como si fuera un video que cortan, ordenan y pegan de acuerdo con su personal e interesado guión, de las desviaciones a las que la está conduciendo una burocracia que ejercita el poder en forma absoluta, sin control alguno del pueblo, de los trabajadores, de la sociedad, de otras instituciones y organizaciones que no sean las que responden a ella misma.

Defender la revolución solamente a partir del reconocimiento de los logros, de la apología constante de lo alcanzado, de las edulcoraciones de la realidad, pretendiendo sacrificar el futuro de todos en el altar del actual capitalismo monopolista de estado que se fortaleció en el Período Especial con sus medidas proto-capitalistas, sería postrarla en el inmovilismo presente que ha ido creando las condiciones para la restauración del capitalismo privado, por la ausencia, debería decirse obstrucción, del debate social necesario democrático y horizontal, crítico, práctico y científico del modelo estatista asalariado fracasado en todas partes donde se ha intentado, enemigo y obstáculo principal de los cambios imprescindibles.

Los que cooperan con nuestra revolución desde una solidaridad efectiva como el gobierno hermano del Presidente Chávez, los Pastores por la Paz, o los grupos que se movilizan para exigir la liberación de nuestros 5 compañeros o el levantamiento del bloqueo, merecen todo nuestro agradecimiento. Los que se dedican a la apología, a cantar loas, a minimizar nuestros problemas para ser invitados a eventos y pasar vacaciones pagadas en los hoteles cubanos a costa de los sacrificios de nuestro pueblo, nunca aportaron un ápice de avance a la Revolución y por el contrario están contribuyendo al desastre presagiado por Fidel en septiembre de 2005.

Nuestras Revolución es agria, pero es la nuestra, es la cubana, la que iniciara Céspedes en el 68, revitalizara Martí en el 95, la que quisieron rescatar Quintín Bandera y la generación del 30, la que volvió a arrancar en el Moncada y tuvo su clarinada en el 59, la que queremos hacer avanzar hoy hacia a un socialismo auténtico. Toda ella tiene claros hilos conductores: han sido luchas por la independencia, por la libertad plena del hombre, por la participación democrática en la toma de decisiones, por la repartición-socialización de la propiedad, contra la esclavitud que antes fue directa y luego se ha escondido tras el salario, por la justicia social, contra todas las formas de discriminación y por el humanismo.

Nos toca a todos los cubanos, incluidos a nuestros sinceros amigos en otros países, hacerla avanzar por el bien de nosotros mismos y de la revolución social americana que aquí empezó; pero eso demanda echar a un lado el sistema burocrático centralizado vertical jerarquizado y asalariado de dirección económica y política, junto con la apología y el voluntarismo concomitantes y acabar de debatir entre todos el camino compartido por donde vamos a guiar nuestros pasos en esta difícil coyuntura internacional que demanda la unidad de todo nuestro pueblo en su diversidad. Un pueblo dividido es un pueblo débil, fácil victima de las hegemonías internas y externas.

No se trata de construir la nueva Cuba mejor posible contra alguien o contra algo, se trata de hacerlo «con todos y para el bien de todos».

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