Opinión Internacional

¡Manos fuera de Honduras!

He sido socialista democrático durante toda mi vida consciente, y espero morir siendo socialista democrático. He enfrentado al nazismo, al fascismo y al dictatorialismo latinoamericano de extrema derecha desde mi adolescencia. Como periodista de opinión he atacado al imperialismo y al capitalismo salvaje, no con vagas generalizaciones, sino nombrando y acusando a entidades específicas, lo cual me valió estar durante décadas en una lista negra empresarial y ser calificado de “comunista peligroso”. Sin embargo, hoy coincido con gente de centroderecha democrática, en contra de gobernantes, organismos y medios cegados por el oportunismo o por ilusiones pueriles, con respecto al problema que atraviesa la hermana nación de Honduras y que sólo ella misma, sin interferencias externas, debería resolver.

El máximo valor que la humanidad debería defender, es el de la libertad personal y política basada en la democracia representativa con separación y equilibrio de los tres poderes. Sin esa libertad y ese equilibrio, se cierran todas las puertas hacia el progreso social. La libertad y la justicia social tienen igual valor, pero la libertad tiene que existir primero para que la justicia pueda surgir.

En Honduras el presidente Zelaya, electo en forma legítima, se dejó sobornar por la oferta de apoyo del eje Cuba-Venezuela (el cerebro en La Habana, la chequera en Caracas), para elevarse a una posición de poder autocrático, siguiendo los pasos de los demás aprendices de la fórmula Castro-Chávez e integrándose, de esta manera, a un proyecto de expansión totalitaria por la región. En forma correcta, los poderes legislativo y judicial frenaron y sancionaron a un poder ejecutivo empeñado en violentar las normas constitucionales. El ejército hondureño no dio ningún “golpe” sino sólo prestó mano fuerte a legítimas decisiones del parlamento y del tribunal supremo. Igualmente correcta fue la soberana decisión de designar al presidente del poder legislativo como jefe de Estado en sustitución del ex mandatario transgresor.

La insensata reacción de la comunidad interamericana e internacional, de levantar una sola gritería contra el inexistente “golpe” y cerrar los ojos ante la amenazadora expansión del eje colectivista autoritario, a mi modo de ver es comparable a la actitud apaciguadora que adoptaron algunas democracias europeas miopes y cobardes en la época anterior a la Segunda Guerra Mundial (Munich, 1938). Para no sufrir molestias y ataques inmediatos, se castiga al inocente y se deja que el expansionismo crezca en arrogancia y en peligrosidad.

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