Opinión Internacional

La oración Obama

La pasada semana fue pésima para Barack Obama, y por su propia culpa. Para empezar, el Senado estadounidense le negó los fondos destinados a completar la pueril decisión de cerrar la prisión de Guantánamo, tomada sin formular previamente un plan sobre la reubicación de los 240 terroristas allí prisioneros. El día antes de pronunciar otro de sus vacíos pero altisonantes discursos, en el que abordó el tema de la seguridad nacional, el FBI detuvo a cuatro terroristas que se preparaban a ejecutar ataques contra sinagogas y aviones en Nueva York. Los iraníes, de su lado, anunciaron la exitosa prueba de un misil capaz de alcanzar Israel y el sur de Europa, y los norcoreanos acaban de detonar otra bomba atómica.

Obama tuvo que retractarse y reactivar los tribunales militares para terroristas, tribunales que había denunciado en su campaña electoral. Rectificó también en cuanto a la necesidad de mantener a varios terroristas de Guantánamo encerrados sin juicio por tiempo indefinido, y evadió los intentos de algunos de sus seguidores, empeñados en someter a juicio a los abogados que expusieron opiniones favorables acerca de la legalidad de métodos severos en interrogatorios a terroristas de Al Qaeda. Dio marcha atrás también en su propósito de divulgar fotos que sólo traerían venganza contra soldados norteamericanos.

El pueblo estadounidense se enteró, de paso, que la CIA sólo había “interrogado severamente” a tres terroristas desde el 11 de septiembre de 2001, entre ellos el que planificó los ataques, quien confesó, además, que había cortado con sus propias manos la cabeza al periodista Daniel Pearl, del Wall Street Journal. Todo indica que tales interrogatorios salvaron muchas vidas.

La prensa norteamericana e internacional, que ha claudicado en su función crítica en lo que respecta a Obama, tuvo que publicar estas noticias, aunque con desgano y sin unir los cabos.

Dos realidades se hacen día a día más claras. Primero, que la visión del mundo que guía la política exterior y de seguridad de Obama es fatua e ingenua. En segundo lugar, que el famoso “realismo” con el que presuntamente iba a ser reemplazado el “neo-conservatismo” de Bush implica, entre otros aspectos, el abandono de las banderas de promoción de la democracia y enfrentamiento a los tiranos que pueblan el mundo.

Hacia Irán, hacia Castro, hacia Evo, hacia Corea del Norte y los sirios, Obama es condescendiente; en cambio, presiona a Israel para que admita en sus fronteras un Estado palestino dominado por Hamas. Hacia Chávez hay sonrisas y hacia la oposición democrática venezolana indiferencia. Con Obama se perfila otra de esas etapas en las que resulta preferible ser enemigo que amigo de EEUU, pues de esa forma mejora el trato que se recibe de Washington.

Lo asombroso es que nada de esto basta para esclarecer las mentes y atenuar las emociones de los que siguen viendo a Obama como una especie de Mesías. Sólo con el paso del tiempo, y posiblemente a un elevado costo, se hará patente el grave error de haber llevado a la Presidencia de EEUU a este personaje, propenso a la demagogia y obsesionado con los vaivenes de su popularidad.

Entretanto, lo mejor que puede hacer Obama es rezar. Rezar con devoción y rogar a Dios que no se produzca un nuevo ataque terrorista a EEUU durante su mandato, ya que si tal evento ocurre el mundo entero se le vendrá encima, y no pocos recordarán que en tiempos del tan odiado y vilipendiado Bush, y con las políticas que hoy Obama prosigue aunque se esfuerce en negarlo, el terrorismo no logró repetir su “hazaña” de 2001.

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