Opinión Internacional

La admirable hazaña de los chilenos

El resto es historia. Una de las historias más conmovedoras conocidas por esta descreída humanidad. Cuando los grandes eventos que sacuden al mundo tienen el amargo sabor de  las guerras, el terrorismo, la traición y la derrota  mientras nadie da un peso por el heroísmo ni un centavo por un gramo de esperanza

Sebastián Pîñera se ha convertido en uno de los presidentes más exitosos y admirados del planeta. Ha conseguido sortear con éxito y al comienzo mismo de su mandato dos de los más graves desafíos que presidente alguno de su país y cualquier otra haya tenido que enfrentar: superar uno de los cinco más devastadores terremotos de la historia y encontrarse ante un hecho inédito en la historia de la humanidad: el rescate desde una profundidad de 700 metros de 33 mineros atrapados durante 69 días. Proeza lograda sin un rasguño, a pesar de no tener experiencias previas sobre las que recostarse. Con una eficacia rayana en el virtuosismo. Y una humildad propia de las grandes figuras de la historia. ¿Cuál es la misteriosa causa para una gestión de tanta envergadura, que raya en el logro de una hazaña?

La respuesta es imposible de improvisar, sin un conocimiento profundo del personaje. Del que en verdad no disponemos. Si bien tenemos algunos datos que podrían ayudarnos a resolver el enigma. Sebastián Piñera es lo que los americanos llaman un self made man, un hombre que se debe a sí mismo. Apenas sobrepasaba los treinta años y ya tenía una fortuna considerable, lograda con su talento, su empeño y su ambición. Es un hombre de empresa, esforzado, con grandes ambiciones y osado hasta el delirio. No teme enfrentar los retos: los busca. Y cree que en su resolución, por difícil que parezcan, radica la clave del éxito. Así su equipo. El joven ministro de minería, clave en el éxito de la operación  San Lorenzo, asumió la cartera sin tener relación alguna con la materia ni experiencia política alguna. Pero con una carrera de ejecutivo empresarial absolutamente deslumbrante.

Voluntarista y ambicioso, Sebastián Piñera se ha propuesto hacer de su país lo que con sus empresas: llevarlo al pináculo del éxito. Quiere que al culminar su mandato Chile tenga un ingreso per capita superior al de España y se ubique entre las primeras naciones del mundo.  De allí que no conozca del amilanamiento ante las adversidades. Su filosofía lo lleva a considerarlas, muy por el contrario,  acicates de la superación y el éxito. Luego del terremoto, se propuso un crecimiento de la economía chilena que ya rinde sus frutos. Su país ha conocido una reactivación económica como no lo experimentaba desde hace décadas. Y sin tener, ni él ni su ministro, un ápice de conocimiento en la materia, echaron a andar la Operación San Lorenzo con la firme voluntad de rescatar sanos y salvos a sus 33 compatriotas, encerrados a 700 metros de profundidad. Sin importar costos, esfuerzos ni sacrificios. Hacer de una amenaza mortal una maravillosa campaña por la vida. Lo logró.

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Hubo momentos de grandes desalientos, como los vividos cuando no se sabía si los mineros atrapados por un derrumbe de miles de toneladas de roca continuaban con vida  sin siquiera saber si era posible encontrarlos en  ese laberinto perdido en el corazón de la montaña. Como cuando se supo que encontrarlos, vivos o muertos, era tan difícil como hallar una aguja en un pajar. Y sin embargo, la orden dada por Piñera a su gabinete fue terminante: aquí nadie se rinde. No descansaremos hasta hallarlos y liberarlos. Sanos y salvos.

Fueron 17 días en una lucha desesperada para establecer contacto con el grupo.  Desde el 5 de agosto, a las 2 de la tarde, cuando se supiera de un gran derrumbe que dejara atrapados a 33 mineros de turno en la Mina San José, cerca de Copiapó, ciudad de gran tradición minera desde que fuera fundada en diciembre de 1744 en medio de uno de los desiertos más implacables del planeta. Fueron 17 días de desesperación y empeño para dar con los esforzados mineros, entre los cuales un joven de nacionalidad boliviana, lo que se logró finalmente el 22 de agosto.

  El resto es historia. Una de las historias más conmovedoras conocidas por esta descreída humanidad. Cuando los grandes eventos que sacuden al mundo tienen el amargo sabor de  las guerras, el terrorismo, la traición y la derrota  mientras nadie da un peso por el heroísmo ni un centavo por un gramo de esperanza. Una historia de solidaridad y entrega que unió a los chilenos como a un solo hombre. Cuyo presidente no dudó un segundo en jugarse el todo por el todo en una apuesta sin resultado seguro. Con entereza, sin complejos, comprendiendo que la unidad logra milagros. Y que ante los grandes desafíos de la naturaleza y la historia no valen palabras altisonantes, complejos ideológicos, recursos demagógicos y frases célebres.  Cuando no basta con las promesas vacuas y los destemplados llamados a los héroes del pasado sino al sencillo heroísmo cotidiano del esfuerzo y el trabajo que sobrevive en el corazón de los hombres.

No es aún el momento del balance definitivo de los recursos materiales y espirituales que posibilitaron esta maravillosa hazaña. Pero es imposible no mencionar en primer lugar el temple, la valentía, la disciplina de los mineros, que reaccionaron con la entereza que le es reconocida a un pueblo aguerrido, forjado en la lucha contra las adversidades desde sus luchas y guerras fundacionales. Imposible desconocer la unidad de todos los factores empeñados en el avance de su país hacia la prosperidad y el progreso. Ha sido el rescate un esfuerzo descomunal que mancomunó a todos los chilenos y articuló, en la mejor armonía, la capacidad del Estado y de la empresa privada, que costeó el 30% de financiamiento y recursos para el logro del éxito. Un esfuerzo de sus ingenieros, médicos y profesionales que no tuvieron empacho en reclamar auxilio internacional y aceptaran la asesoría de los especialistas de la NASA involucrados en el tratamiento médico y psiquiátrico a los mineros así como en recomendaciones sobre las naves FENIX, diseñadas y construidas por los astilleros de la Armada chilena y cuyo arquetipo FENIX 2 no mostrara un solo fallo en las difíciles y extenuantes faenas de rescate. Sin olvidar la obra valerosa de los rescatistas del Cuerpo de Bomberos de Chile – una encomiable organización voluntaria a nivel nacional de gran prestigio y tradición en la historia civil chilena – y del cuerpo de submarinistas de la Armada. Y last but not least, la extraordinaria actuación del presidente Sebastián Piñera, que sin dudarlo un solo instante, sin consultarlo sino con su corazón y al margen de consideraciones espurias, decidió apostar su vida por el rescate de sus conciudadanos en peligro. No conozco otra acción presidencial chilena de tanta envergadura. Merece el justo reconocimiento de la opinión pública internacional.

De allí que el mundo haya contenido literalmente el aliento y haya asistido con los ojos desorbitados por el asombro y el corazón palpitante de emoción a esta auténtica odisea, una proeza que es, al mismo tiempo, un homenaje al amor, a la solidaridad, al compañerismo, a la responsabilidad individual y colectiva, al heroísmo. Una hazaña, en verdad, inolvidable.

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Toda comparación es odiosa. Pero a veces necesaria, sobre todo a la hora de extraer las enseñanzas de esta lección inolvidable. Particularmente y sobre todo para nosotros, los venezolanos, acuciados por una de las crisis existenciales más graves de nuestra historia. Sólo comparable, valga decirlo y de allí la pertinencia, con la que sufrieran los chilenos en los años del extravío revolucionario y la trágica resolución militar del conflicto que estuviera a un tris de despeñar a la república por el abismo de la guerra civil. Y causara uno de los más dolorosos sufrimientos en el malherido cuerpo de la república.

Dios no ha querido, para nuestra inmensa fortuna, ponernos en las actuales circunstancias bajo un desafío de tan urgentes y dramáticas proporciones. Cuando lo hizo, al comienzo del mandato del actual presidente de la república, con el deslave que azotara a nuestra costa central en diciembre de 2000 y le costara la vida a miles de humildes habitantes del Estado Vargas, nuestra sociedad civil reaccionó con igual presteza y denuedo, con el mismo sacrificio y espíritu unitario con que lo hiciera la sociedad chilena ante la necesidad de rescatar a sus 33 mineros de las fauces de la montaña. Vivimos pruebas de indecible generosidad y sacrificio.

Con una diferencia abisal, que nos conmueve hasta el día de hoy: la ausencia de grandeza de las autoridades de gobierno. La distancia, la apatía y posiblemente hasta el desinterés existencial de quien debió haberse entregado en cuerpo y alma a enfrentar la catástrofe, auxiliar a sus víctimas y ponerse a la cabeza de la reconstrucción del devastado territorio. Convirtiendo la tragedia en acicate para la reconstrucción, la modernización y el desarrollo de la zona costera arrasada con ruina, muerte y desolación en esas horas terribles en que la furia de la naturaleza se cebara en uno de nuestros enclaves turísticos y portuarios más apreciados.

Nada de eso. Vargas sigue siendo la cicatriz sangrante de esa tragedia. Razones de miserable y bastarda ideología política rechazaron el auxilio ofrecido con generosidad por el gobierno de los Estados Unidos. Las mismas que se negaron a aceptar sugerencias, proyectos y ambiciosos planes de desarrollo del sector privado. Confesiones de todo crédito de personas entonces íntimamente vinculadas al presidente de la república, que  le acompañaran horas después del atroz acontecimiento, cuentan de su distancia existencial con lo que entonces se desarrollaba ante sus ojos. Su única preocupación: impulsar la revolución siguiendo el paradigma cubano, de donde acababa de regresar.

Las consecuencias son lamentables y fáciles de medir. Mientras Chile ocupa el primer puesto de la región en los índices de competitividad mundial recientemente hecho públicos en el Reporte Global de Competitividad Mundial 2010 del FORO ECONÓMICO MUNDIAL, entre los primeros 30 países del mundo, y a muy poca distancia de países pioneros en desarrollo como China. Israel, Luxemburgo, Irlanda, Bélgica y Francia,    Venezuela, en el otro extremo, se encuentra en el puesto 122, el más bajo de la región, entre países en nada encomiables como Zimbabwe, Burundi, Burkina Faso o Costa de Marfil. 

Las comparaciones son odiosas. Y a veces incluso dolorosas para una de las partes comparadas. Debiéramos extraer las debidas consecuencias.

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