De la diplomacia a la chabacanería
El momento fue muy oportuno para demostrar que Venezuela dejó de ser lo que en
el ínterin de estos asfixiantes años de “revolución”, pretendió ser.
Cuando las decisiones políticas son aventuradas, las realidades se tornan borrosas y por tanto, conflictivas. Justamente, sobre tan enlodado terreno se mueve la malicia de gobernantes roñosos pues su intención está dirigida a inducir el mayor número de problemas. De esa manera, resulta fácil sembrar la cizaña desde la cual ha de provocarse la mayor discordia posible. Aquello de “divide y vencerás”, en lo sucesivo, se convierte en criterio de gobierno. Su incidencia es tal, que favorece toda pretensión de causar el caos suficiente a partir del cual las estrategias apuntadas en esa dirección, son preferidas al momento de afianzar los problemas que necesita todo avieso autoritarismo para así justificarse ente la sociedad en general.
La reunión del Consejo Permanente de la Organización de Estado Americanos, OEA, efectuada el pasado miércoles, 1° de Junio, con motivo de la invocación de la Carta Democrática Interamericana por su Secretario General, Embajador Luís Almagro, ante la crisis política y económica que vive Venezuela, funge de contexto al significado que, para una gestión de gobierno basada en la insidia a partir de la cual se irradian desafueros que buscan asentirse desde la cúpula de poder, representan decisiones políticas perversamente elaboradas. Habida cuenta que buena parte de estas decisiones son elevadas ante organismos internacionales ya que por su naturaleza e implicaciones geopolíticas, deben decantarse por el tamiz de la diplomacia. Y cuando así se procede, quienes actúan como representantes gubernamentales a favor de ideologías ortodoxas, desconocen muchas veces las complicaciones propias de la diplomacia.
En consecuencia, no sólo ignoran lo delicado que constituye todo el proceso político ante el cual sucumben determinaciones asumidas sin el menor cuidado diplomático. También, desdeñan la pulcritud de un lenguaje de cuyos códigos semánticos y descifrado dialéctico, depende el éxito de los acuerdos en cuestión. Y en eso, Venezuela con su iletrada representante en tan específica materia, aunque bastante ilustrada en revanchismo populista, cae en la tentación de creerse que su diatriba está exponiéndola en medio de un nauseabundo corral de cabras.
Aunque lo que motivó la convocatoria del Consejo Permanente de la OEA: analizar el proyecto de declaración sobre la situación de Venezuela, no agotó la discusión, la reunión sirvió para poner en claro razones diplomáticas que conjuraron la unidad panamericanista basada en la comprensión, la voluntad de diálogo y el entendimiento aplicado a las relaciones internacionales. A pesar que la ocasión fue aprovechada por algunos embajadores para afinar el curso que deberá seguirse en función de la indagación del caso Venezuela. Sin embargo, el momento fue muy oportuno para demostrar que Venezuela dejó de ser lo que en el ínterin de estos agobiantes años de “revolución”, pretendió ser. O sea, el país cuya representación, presumiendo superioridad o dominio de la situación, desconocía el ejercicio democrático de negociación con las partes o actores de la diplomacia latinoamericana y caribeña. Se limitaba a ordenar o fustigar. Todo, dependiendo del lado en que se ubicaban los intereses que favorecían la posición asumida.
Al parecer, las realidades cambiaron. O al menos, es lo que está propendiéndose. Ahora, Venezuela se verá obligada a negociar para lo cual deberá aprender a dialogar. No sólo a nivel diplomático, sino también a lo interno en lo que respecta políticamente a pesar de que arrogarse ser “hijos de Chavez”, les ha infundido a estos gobernantes la prepotencia propia de todo militar energúmeno en prácticas de orden cerrado.
Pero aún cuando el régimen ha predicado que la postura de Almagro salió “derrotada” toda vez que la sesión extraordinaria de la OEA “apostó por el diálogo y no por la injerencia”, la propuesta del embajador argentino fue clave al cuadrar posiciones que en principio era adversas. Apuntó a que se estableciera “algún curso de acción que coadyuve a la búsqueda de soluciones mediante un diálogo abierto e incluyente entre las autoridades y todos los actores políticos y sociales con el fin de preservar la paz y la seguridad en Venezuela”. Aunque también se hizo notar la perspectiva de Rodríguez Zapatero, ex jefe del gobierno español, de presionar para que se logre el Revocatorio. A su juicio, “es la única salida constitucional a la crisis venezolana”.
Sin duda que en el fragor de dichas deliberaciones, se desencontraron opiniones que sólo contribuyeron a exacerbar el ambiente de discusión que ha planteado la OEA en materia de promoción y defensa del sistema democrático a nivel continental y transcontinental. Lo único solicitado, es llamar la atención ante la situación de crisis que vive Venezuela para entonces buscar las soluciones necesarias. Por supuesto, atendiendo que los problemas que agobian al país, obedecen a incumplimiento de la Constitución y la falta de diplomacia para superarlos. Se infiere pues que en el fondo de esta crisis, se arraigó una brecha cuya degradación proviene de una gestión de gobierno que transitó de la diplomacia a la chabacanería.
“Cuando la diplomacia se disfraza de uniforme verde oliva, su ejercicio se vuelve tan indigno no sólo porque desvirtúa su esencia democrática. Sino porque además su praxis da cabida a todo tipo de ramplonería y necedad”.