Expolios, pura y simplemente…
Si hay algo que ya sabíamos desde hace bastante tiempo pero que cada día está quedando más diáfanamente fijado en la mente del venezolano de a pie es que los derechos que nos garantiza la Constitución les saben a casabe a los mangoneantes de turno. Cosa preminentemente grave porque son ellos precisamente quienes tienen el deber de patrocinarlos, defenderlos y asegurarlos para nosotros. Ya desde el mismo diciembre de 1999, algunos alertamos que a esa norma habría que llamarla “la violada al nacer”, porque el pitecántropo barinés empezó a convertirla en letra muerta desde el mismo día uno. Ya vamos para dieciocho años asistiendo a ese maldito sainete interpretado por los rojos en el cual, de labios para afuera, juran defenderla cuando lo que en realidad hacen cotidianamente es pisotearla de la manera más descarada y sin escrúpulo alguno. Es manosearla —con la complicidad de unos magistrados a quienes las togas le quedaron inmensas— para obtener ventajas indebidas en su afán de convertirse en multimillonarios de la noche a la mañana y sin trabajar honradamente, lograr injustas primacías para su partido, sinecuras ilegales para sus copartidarios y prebendas ilícitas para sus socios y compañeros de ruta.
En fin, que lo que han hecho todo el tiempo es expoliar, acción que el mataburros define como: “despojar algo a alguien con violencia o con iniquidad”. Así se cogieron innumerables haciendas, fincas, industrias, edificios y pare usted de contar. Hasta la tierrita de Brito se la robaron sin importarles que este perdiese la vida defendiéndola. Y empleo el verbo bien, porque María Corina se lo aclaró, en su cara y por todo el cañón, al Bolívar de a locha: “Expropiar sin pagar es robar”. El delito no se atenúa, aunque el motivo hubiese sido mejorar la producción, lograr una mejor distribución de la riqueza o alcanzar una alta justicia social. Pero ni eso, lo que hicieron fue convertir en eriales, gamelotales y rastrojos lo que eran excelentes fuentes de producción de alimentos.
Esos polvos trajeron estos lodos. Como esas “expropiaciones” ahora no producen sino garrapatas —y como ya las divisas con las cuales traían alimentos triangulados y con sobreprecio se les acabaron— la comida que llega a las ciudades es menguada. Por eso, la semana pasada observamos cómo unas masas sin líderes, actuando por desesperación, se manifestaron con violencia en varias partes de Caracas cuando vieron que —por una infame resolución de una fichita del PUS elevada a dizque “jefe de gobierno del Distrito Capital”— los uniformados se llevaban de los abastos los productos escasos por los cuales habían estado haciendo cola varias horas. Pero uno no puede ser tan inocente para pensar que fueron el sectarismo y la estupidez del tipo los que lo convencieron de que había que apropiarse de esos bienes —sin pagarlos, claro— para repartirlos entre sus conmilitones. No, la orden vino de arriba. Ya Inepto Uno, en otra cadena había decidido que las cadenas de comercialización —que han funcionado desde los albores de la civilización en todas partes del mundo— no eran eficientes y había que reemplazarlas con los fulanos CLAC que —piensa mal y acertarás— van a entregar las bolsas solo a quienes muestren el carné del partido (y a los familiares de aquellos, indudablemente). A los demás, que nos coma el tigre. Aunque, como está la cosa, a lo mejor es a nosotros los que nos comamos al tigre.
Y uno pudiera entender que esa gentecita de los CLAP se preste para esos expolios: no son muy ilustrados, les han lavado el cerebro, no tienen muy en alto los principios y están, ¿son?, muertos de hambre. Pero que veinte peldaños más arriba en la escala jerárquica, unos magistrados express decidan con argumentos medio cocinados incautarse nuestros derechos ya es otra cosa. Parece que ya no les satisface dejar inicuamente a Amazonas sin representación parlamentaria, ahora todos los indicios señalan que quieren dejar a todo el país sin Poder Legislativo. Creen que, dado que ya en el hemiciclo no funciona la máquina de convalidar lo que diga Miraflores, pueden echar por el drenaje, impunemente, los casi ocho millones de votos que llevaron a 112 diputados a la Asamblea. Y son muy capaces de hacerlo, sin importar que todos los ojos del mundo están enfocados hacia Venezuela. Resulta que para el bufete de rábulas y tinterillos —todos con adornos académicos parecidos a los de Pedro Carreño— que se hace pasar por supremo tribunal, la voluntad de la inmensa mayoría nacional pesa muy poco. Para la reina del Botox, quien consiguió un título de doctora en una caja de Podemos, es más importante la respiración artificial que le insufla al ilegítimo y su pandilla que la pervivencia del estado de derechos.
Y si eso es así en las vecindades del Panteón, por los lados del Centro Simón Bolívar la cosa no es distinta. Allí, unas rectoras, impresentables desde todo punto de vista —suerte de árbitros que usan la camisa del otro equipo—, están en otra rapacería; estas —incitadas por Jorgito “Audi” Rodríguez (aunque ellas no necesitan incitación)— están empeñadas en procrastinar hasta lo indecible la verificación de las firmas pidiendo revocatorio. Más impúdica no puede ser la actitud de la Tibi y su combo; tratan de correr la arruga en algo que no tiene vuelta de hoja: ¿no dizque bastaban 195 mil firmas? Entonces, ¿a qué ese intento de desconocer más de dos millones?
Pura y simplemente, la desesperación y la angustia por la pérdida de poder que se les avecina los lleva a cometer expolios…