Opinión Internacional

¿Tenemos opción?

Disparatado e injusto atraso en los precios de la energía, completa pérdida de reservas de gas y petróleo, inflación galopante y acelerada, retraso cambiario insostenible, infernal nube de subsidios cruzados, planes sociales ineficientes y clientelistas, corrupción rampante, múltiples conglomerados empresarios de amigos del poder, Estado ausente en salud y en educación,  inseguridad ciudadana que cobra vidas y haciendas, completo aislamiento internacional, degradación total de las instituciones, enorme falta de inversiones extranjeras directas, fragmentación y enfrentamiento social, total incapacidad de defensa militar, expansión desaforada de la droga, pobreza y marginación, economías regionales exangües, presión tributaria insostenible e ineficiente, concentración de recursos financieros en manos del Ejecutivo nacional, crónicos déficits provinciales, vulnerabilidad de las fronteras, escasez de viviendas y obras de infraestructura, patoterismo sindical y piquetero, tergiversación de la historia, utilización mafiosa de los derechos humanos, crispación, agresividad y disolución social.

    Ese inventario, por cierto no completo, corresponde a la herencia que recibirá el sucesor de doña Cristina, quien quiera que éste sea, después de ocho años -para entonces- de un crecimiento históricamente incomparable de nuestra economía y en medio de una década que hubiera podido ser perfecta para el despegue, el mismo que tuvieron todos nuestros países vecinos. Creo que a la Argentina le hubiera ido bastante mejor con las siete plagas de Egipto.

    Coincido con casi todos los analistas en que, en general, esta coyuntural situación internacional tan favorable puede continuar por un tiempo aún prolongado, representando para nuestro país el ingreso de divisas imprescindibles para la subsistencia. Pero también creo que, sin inversiones productivas, la inflación va a tender a espiralizarse en algún momento, empujada por el recalentamiento forzado de la economía, por el crecimiento geométrico del gasto y por la emisión indispensable para la continuidad de este «modelo» -especialmente en un año electoral- y para la compra de esas divisas que ingresan.
      
    Debido a este pronóstico acerca de qué traerá aparejado el futuro para el sucesor, considero sumamente importante hacer un examen de conciencia nacional. Ayer, en un almuerzo, un distinguidísimo amigo nos preguntaba si en realidad, diciéndole al mundo que somos mejores de lo que parecemos, no estamos cometiendo un error mayúsculo. La verdad es que los argentinos somos así, y por eso tenemos un gobierno que se nos parece.

    Por ser así, también tenemos los opositores que se nos parecen. No solamente el Congreso tiene decenas de bloques diferentes, sino que la gran mayoría de nuestros representantes aplaudieron a rabiar el default, votaron encantados la confiscación de los fondos de las AFJP’s y «nacionalizaron» Aerolíneas Argentinas. Y nótese que estoy refiriéndome sólo a leyes que salieron con el apoyo de todos los partidos -salvo muy honrosas excepciones- y no a aquéllos que fueron sancionados por la mayoría kirchnerista de la que el Gobierno dispuso hasta el 10 de diciembre de 2009.

    Porque, de la mano de ese circunstancial dominio de las cámaras, también llegaron la Ley de Medios, la Ley de Reforma Política, la aprobación de los mentirosos presupuestos nacionales desde 2003 a la fecha y tantas otras aberraciones, útiles al proyecto de dominación que trajeron, ya desde las lejanas épocas de Santa Cruz, don Néstor y doña Cristina.

    Pues bien; ya que tenemos esa materia prima, y no otra, será con ella que intentemos poner las bases para un futuro mejor.

    Y, para llegar a ese futuro, será necesario superar la crisis que, de la mano del inventario mencionado en el primer párrafo, los Kirchner habrán dejado como herencia.

    Dada la experiencia que tenemos los hombres y mujeres de mi generación, ¿resulta imaginable que una tormenta de esa magnitud pueda ser superada por un gobierno monocolor? Porque, si lo elegimos así, tendrá enfrente al resto de nuestra clase política, capaz de sacrificar cualquier principio, y cualquier política de Estado, en el altar de su beneficio personal y de sus propias y mezquinas apetencias electorales.

    Soy consciente del enorme desprestigio que la Alianza que encabezaron De la Rúa y Chacho Álvarez tiene en el imaginario popular, pero recuerdo, con más fuerza, la intención del último Perón de conformar un frente con el radicalismo de Balbín, para dar previsibilidad y gobernabilidad a un futuro que preveía cada vez más sangriento.

    Si pudiéramos reconstruir, con objetivos muchísimo más amplios, esa confederación de partidos que nació en el restaurant Nino, de Vicente López, estoy convencido que la Argentina podría cambiar el rumbo de decadencia que la lleva, irremediablemente, a su extinción como país.

    Cuando todas las estadísticas mundiales nos dicen cuán bajo hemos caído -ni los países subsaharianos de África tienen un desempeño tan malo- me pregunto hasta cuándo la Argentina puede darse el lujo de desperdiciar oportunidades, como las que brindan cerebros como el de Alieto Guadagni en materia de educación pública.

    De la seguridad jurídica y de la previsibilidad depende la llegada de las inversiones imprescindibles para el desarrollo y, también, el regreso de los capitales argentinos en el exterior que, desde 2007 a la fecha, ya suman sesenta mil millones de dólares. Y de esas inversiones dependen el combate contra la inflación, contra la pobreza y la marginalidad, contra la droga, contra la escasez de trabajo registrado, contra la falta de oferta de bienes, contra la decadencia nacional.

    Con ese inventario de males que heredaremos -cada uno tiene la libertad de agregar o quitar ítems, pero desafío a cualquiera a negarlos- la solución sólo puede provenir de un gobierno de unidad nacional, en el que todos, todos, resignemos apetitos y mezquindades, al menos hasta que alcancemos el futuro de progreso que nuestros compatriotas hoy nos reclaman.

    Para sobrevivir como país es imprescindible lograr que las políticas que será necesario implementar sean respaldadas por la gran mayoría del arco político, que se comprometa en respaldarlas y en apoyarlas, pues estaremos muy cerca del abismo y, sin ese respaldo y ese apoyo, será imposible llevarlas adelante. Recordemos que criticar, desde afuera, es facilísimo, pero es muy difícil tener la valentía de poner el hombro a costa de cualquier proyecto personal.

    Y el exclusivo objetivo de terminar con la tiranía de los Kirchner me parece exiguo. Debemos comenzar a pensar como la nación que -más allá de un territorio, una población y un Estado- nunca conseguimos ser. Y exigir a nuestros políticos actitudes y conductas personales acordes con la gravedad del momento que viene, porque estará en juego la supervivencia de la Argentina.

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