¿Se irán de Irán?
Muchos daños y perjuicios podrán atribuirse a la globalización pero por encima de todos los males brilla, como logro singular, la información universalizada, imparable, inocultable. En Cuba, Corea del Norte, Zimbawe y otros países sometidos a crueles dictaduras, sus gobernantes procuran esconderle al mundo los desmanes que cometen, pero en cuestión de segundos esas malas noticias se difundan por el planeta gracias a las permanentes y cada vez más asombrosas innovaciones tecnológicas. La globalización de las comunicaciones no impide las violaciones de los derechos humanos y todos los abusos y atropellos que los tiranos cometen, pero éstos no pueden seguir presentándose como demócratas ni eludir la condena de organismos internacionales, de la opinión pública mundial y eventualmente la de tribunales constituidos para juzgar crímenes contra la humanidad.
Las recientes elecciones en Irán y la conmoción que ha causado el fraude cometido por el gobierno títere de Mahmud Ahmadinejad, con el aval del verdadero dueño del país: el ayatolá Alí Jamenei; es un ejemplo de lo que decíamos. De nada ha valido que se prohíba a los corresponsales extranjeros y a todos los medios, difundir imágenes y noticias sobre las protestas multitudinarias y la brutal represión policial. Las fotos y videos de cientos de miles de iraníes, sobre todo jóvenes y mujeres, que desafían al régimen de terror de Ahmadinejad-Jamenei, recorren el mundo y llegan por centenares a nuestros televisores y computadoras.
La reacción de diferentes gobernantes y organismos internacionales ha sido de cierta cautela, esperan que la situación sea más clara para opinar y hasta ahora se han limitado a exhortar para que cese la violencia en contra de la población civil. Una excepción ha sido Lula da Silva quien declaró que era casi imposible pensar en un fraude cuando Ahmadinejad había ganado por un margen tan elevado. ¡Muerde aquí! habría que decirle al candoroso Lula, como si él no supiera que son justamente los dictadores más atroces los que obtienen el 99,99 % de los votos, como Fidel Castro y otros de su calaña. Pero nadie se ha dejado ver las costuras como el proto-dictador Hugo Chávez: después de felicitar efusivamente al carnal Mahmud por su rotundo triunfo revolucionario, ahora monta en cólera por las manifestaciones populares que denuncian y protestan el fraude. Es la mano del Imperio y de la CIA, ha dicho, con la originalidad que caracteriza desde hace sesenta o setenta años a los sátrapas comunistas.
Aunque ya nada debía impresionarnos cuando se trata de la vocación autoritaria del régimen chavista, la columna de esa lumbrera del intelecto castrense, de nombre Pedro Carreño (El Nacional 17-06-09) es la confesión más descarnada del odio que Chávez y sus segundones sienten por todo lo que huela a democracia. Para el genio del espionaje televisivo y ahora experto en manejos secretos del Imperio “… en Irán se puso en marcha un plan de desestabilización que aplica al pie de la letra el esquema diseñado en los métodos de golpe suave, como mecanismo ideado por Estados Unidos para derrocar gobiernos sin el uso de la violencia. Estas acciones se materializan en el mundo a través de las revoluciones de colores, aplicado con éxito en Serbia donde estimularon y financiaron círculos estudiantiles al emplearlos como activistas políticos que se dieron a conocer como movimiento Otpor (resistencia en serbio). Actualmente sus líderes han reconocido en videos y entrevistas de prensa que recibieron apoyo financiero del exterior. La revolución naranja en Ucrania, la revolución rosa en Georgia, la revolución de los Tulipanes en Kirguistán, la revolución terciopelo en Checoslovaquia y ahora está en marcha un plan de reclutamiento de partidarios de Mousavi para que salgan a la calle a protestar e incluso se enfrenten con violencia a la policía y generen un quiebre del orden interno, de manera tal de obtener imágenes y fotografías que apoyen el plan…”.
¿Habría que aportar más pruebas del duelo que aflige a estos estalinistas vernáculos por la soledad en que han quedado? Le faltó al comunista devoto de Louis Vuitton, citar como desgracias provocadas por la mano de la CIA, la Perestroika y la caída del Muro de Berlín.
Pero nadie tan vomitivo como el batracio del parche en el ojo, que cada noche despliega sus manipulaciones venenosas y adulantes en Venezolana de Televisión. Lo vimos y oímos regodearse una y diez veces por las imágenes que mostraban el gran avance técnico en manos de la policía iraní: unos artefactos que disparan “bolitas” de pintura contra los manifestantes para así identificarlos. Y lo oímos repetir cien veces que quienes protestaban contra el fraude de Ahmadinejad, hablaban inglés, como si eso fuera un delito. Sobre todo para él que se esfuerza, con su pedantería astronómica, en pronunciar las palabras y nombres extranjeros como si supiera ruso, alemán, francés, árabe, farsi, afgano, suahili, yoruba, fulfulde y bantú, además –claro- del odiado inglés. Y dale otra vez con la CIA: se remontó hasta la caída de Mossadeq en el Irán de 1953, pero no habló, por supuesto, de la caída del Shah y del advenimiento de los ayatolas.
Sería demasiado pedir que estos cruces de Osama Bin Laden con Iósif Stalin vieran (y entendieran) una sensacional película de los hermanos Joel y Ethan Cohen, llamada Burn after Reading (Quémese después de leerlo) Nunca la CIA había sido expuesta a una burla tan cruel y demoledora como la que se hace en esa excelente comedia norteamericana. La CIA no será nunca lo que fue, menos después de la sátira de los hermanos Cohen, pero continúa siendo imprescindible para que los dictadores la utilicen como la muletilla para ocultar sus descalabros y las amenazas de hartazgo que se ciernen sobre ellos.