Cuentos de camino
La última vez que el presidente Daniel Ortega había concedido una entrevista de televisión fue cuando llegó a Managua con sus cámaras el periodista de la cadena Al Jazeera, Sir David Frost, célebre por su viejo mano a mano con el presidente Richard Nixon ya destronado y en retiro en California. Para la fecha de esa entrevista a comienzos del año 2009, acababa de aparecer la película de Ron Howard Frost/Nixon, y el entrevistador estaba de nuevo de moda. Fue cuando Ortega declaró que esperaba vivir cerca de cien años para continuar hasta entonces en el poder.
La entrevista sólo se transmitió en inglés, a través de un canal de gran influencia en los países árabes, pero de nula presencia en Estados Unidos y en América Latina. Ahora, Ortega ha concedido otra, muy larga, a la periodista Elena Rostova, para el programa A solas del canal internacional de Rusia, RT. En su atractiva lista de entrevistados, Elena tiene también a Román Karpujin, un agente de los servicios secretos soviéticos convertidos en bailarín y luego en torero, y al portero de la selección rusa de fútbol Rinat Dasayev.
En la presentación de la entrevista a Ortega, el canal oficial de la Federación Rusa realza el hecho de que fue su gobierno el primero en el mundo en reconocer como naciones independientes a Osetia del Sur y Abjasia, territorios separados de Georgia por la fuerza militar de Rusia, un gesto que el Kremlin no hecha en el olvido; en la selecta lista que encabeza Nicaragua sólo se encuentran la propia Rusia, claro está, Venezuela, Nauru (isla de Micronesia de 21 kilómetros cuadrados de superficie), y Transnistria, pequeño trozo segregado de Moldavia que no goza del reconocimiento de las Naciones Unidas.
El presidente Ortega escoge, entonces, espacios internacionales bastante extraños para hacer declaraciones trascendentales. Ahora, entre muchas otras cosas, le ha dicho a la entrevistadora de RT, que el presidente Barack Obama no descartaría promover un golpe de estado en su contra. Cuando ella le pregunta si espera lograr relaciones de mutuo respeto con Estados Unidos, ésta es su repuesta textual:
“Lo que ha cambiado es el método, por el momento; digo por el momento, porque no tienen condiciones para aplicar un golpe en Nicaragua; si tuvieran las condiciones en Nicaragua para un golpe, ya lo hubieran intentado, pero no las tienen, porque no cuentan con un Ejército, con una Policía, no tienen ningún instrumento militar para provocar un golpe, si no, ya lo hubiesen hecho, de eso estoy seguro”.
Extraño. Los hechos de los años recientes, sobre todo desde la llegada del presidente Obama a la Casa Blanca, demuestran que en lo que respecta a Nicaragua, la política de Estados Unidos se mueve entre el letargo y el olvido, y todo lo que ocurre de anómalo dentro de las fronteras del país no parece despertar el menor interés en la burocracia del Departamento de Estado, ya no se diga entre los funcionarios de la Casa Blanca.
En los últimos tiempos, y si se quiere escoger una fecha precisa, desde el fraude electoral perpetrado en las elecciones municipales del 2008, que coincidieron con la elección del propio Obama, Ortega se ha dedicado a una sistemática demolición del estado de derecho en Nicaragua, convirtiendo a las instituciones en su coto privado y preparando todo, cualesquiera que sean los métodos, para quedarse en el poder, con lo que nadie duda que no sólo será candidato otra vez en las elecciones del 2011 que ya están a las puertas, sino que las ganará a cualquier costo porque tiene bajo su control absoluto el sistema electoral y a sus jueces supremos, los mismos del fraude del 2008.
Es cierto que con motivo de ese fraude el recién inaugurado gobierno de Obama suspendió el programa Reto del Milenio que beneficiaba al occidente del país, tiempo en que también la comunidad de donantes, donde figuran los países de la Unión Europea, suspendió la ayuda para cubrir el déficit del presupuesto nacional.
Últimamente, sin embargo, la administración Obama parece cerrar los oídos a los ruidos que vienen de Nicaragua, lo que alienta la alegre impunidad de Ortega que sabe medir sus riesgos al andar el inexorable camino que se ha trazado hacia su eternización en el poder, al menos hasta la avanzada edad que anunció a Frost. Calcula que los Estados Unidos no van a meterse con él, y lo va a dejar hacer, porque tienen otras cosas más importantes de que ocuparse lejos del olvidado escenario de Nicaragua.
Los alegatos de que la administración Obama quisiera darle un golpe de estado, no pueden ser entonces sino calculados. Los altos funcionarios que han visitado Nicaragua, el secretario de Salud Michael Leavitt, a quien el propio Ortega sirvió amablemente de chofer, y la secretaria del Trabajo, Hilda Solís, a la que también recibió personalmente y elogió, no han hecho sino declaraciones cordiales en relación a Ortega, y él ha devuelto esa cordialidad con creces. Éstas no parecen ser señales de desestabilización previas a un golpe de estado.
Mientras tanto, la compra de votos en la Asamblea Nacional ha continuado, con lo que no sería raro que pronto Ortega tuviera los suficientes para cambiar la Constitución y legitimar sus pretensiones de reelección por esta vía, que hasta ahora dependen de una espuria resolución de la Corte Suprema de Justicia, otra de las instituciones que ha caído bajo el hacha de la demolición y que es ahora un verdadero mercado persa.
Y las instituciones financieras internacionales, como el FMI, el Banco Mundial y el BID, sobre las que Estados Unidos ejercen poder decisivo, lo siguen apoyando, sobre todo el FMI, que pese a su rígida ortodoxia, le ha dado licencia tácita para apropiarse de los recursos provenientes del petróleo de Chávez, que usa en privado a su propia discreción, sin someterlos al control del presupuesto nacional, lo que viola una de las reglas sagradas del propio FMI. Tampoco son estas señales que antecedan a un golpe de estado orquestado fuera de las fronteras.
¿Dónde están entonces las señales de que Obama querría darle un golpe de estado a Ortega? Todo no es sino un ardid para ocultar que el verdadero golpe de estado ya se dio. Lo dio el propio Ortega al destruir y malversar las instituciones civiles, y ahora busca apropiarse de la Policía Nacional y someter políticamente al Ejército para cerrar la rosca.
Lo demás son cuentos de camino.