Yo quiero tener un millón de amigos
Como en todo lo que se refiere al Presidente Obama, se hace imperativo esforzarse para ir más allá de la retórica a la esencia de las cosas.
Con relación a su discurso de la semana pasada en El Cairo, y a plena conciencia de nadar en contra de una inmensa corriente de ciega adulación, argumentaré que se trató de una pieza llena de falsificaciones y mentiras deliberadas, y que detrás de las frases altisonantes se encuentran decisiones políticas que resultarán perniciosas para Occidente, EEUU e Israel.
En primer término, al sostener que “Ningún sistema de gobierno puede o debe ser impuesto sobre una nación por otra”, Obama arrojó al cesto de la basura la política de promoción de la democracia y la libertad, mintió con respecto a la historia (pues en Alemania y Japón la democracia fue impuesta con la guerra), silenció a los miles de prisioneros políticos en países musulmanes, y debilitó el combate de los que allí luchan por la igualdad de género, la libertad religiosa y la existencia democrática. Con razón la “Hermandad Musulmana”, la más radical y poderosa secta radical islámica en Egipto, alabó a Obama por haber reconocido “la justicia de nuestra causa”; en cambio, su discurso fue boicoteado por el valiente movimiento prodemocrático egipcio “¡Kifayah!” (“ya basta”).
En segundo lugar, al aseverar que “Ninguna nación debe seleccionar cuáles otras tienen el derecho de poseer armas nucleares”, Obama ratificó su aceptación del programa nuclear iraní. A pesar de los eufemismos bajo los que todavía procura ocultarlo, estoy personalmente convencido de que Barack Obama ya admitió la pronta conversión de Irán en un poder nuclear (militar), y que las movidas diplomáticas que está llevando a cabo se dirigen a minimizar en lo posible el impacto doméstico (en EEUU) que la bomba atómica iraní generará. El paso del tiempo dirá si tengo o no razón.
En tercer lugar, al centrar el peso de las tensiones del Medio Oriente en los asentamientos de Israel en Jerusalén, Judea y Samaria, Obama se puso del lado árabe y reforzó el radicalismo palestino, culpabilizando a Israel por la ausencia de paz en la región, sin tomar en cuenta que los palestinos jamás han aceptado el derecho de Israel a existir como Estado judío. Me parece evidente que Obama se dispone a presionar a Israel y procurar doblegarla, y que el Estado judío debe prepararse a experimentar duras y penosas pruebas en los tiempos por venir.
El “realismo” de Obama es una impostura ideológica basada en la tesis de que EEUU y Occidente son culpables de los males del mundo. Obama ni siquiera pronunció los adjetivos “terror” y “terrorismo” en su discurso, y se refirió a los que perpetraron los ataques de 11 de septiembre como “extremistas violentos”. Obama ha asumido todo el discurso de victimización tercermundista de la izquierda global, autoflagelándose de modo sistemático en una especie de campaña electoral permanente, ejecutada a escala mundial y sustentada en una escenografía deslumbrante, que intenta por ahora esconder la nueva sustancia política tras fuegos de artificio. Pero el verdadero rostro de Obama no tardará en aparecer. No es un estadista sino un irresponsable “showman”.
Quizás los lectores recuerden una pegajosa canción de hace unos años, que repetía incansablemente la frase: “Yo quiero tener un millón de amigos”. Obama debería asumirla como su tema de presentación. El problema es que quien sólo tiene amigos sobrevive en la ambiguedad. Por los momentos Obama pretende que todos sean sus amigos. El despertar del sueño será ingrato.