Opinión Internacional

¿Cuba fuera de la OEA?

Muchos gobiernos de América Latina están empeñados en que Cuba vuelva a la OEA. Ya hay varios proyectos de resolución circulando con vista a la próxima reunión de esta organización el próximo 2 de junio, en Honduras. Recientemente la canciller de ese país, miembro del ALBA, declaró que había que “reparar el error de la OEA al excluir a Cuba” de la organización continental.

Hay que recordar que fue Venezuela la promotora de ese “error”, pues la exclusión de Cuba se basó en las denuncias de intromisión cubana en nuestro país. Cuba desembarcó guerrilleros en las costas venezolanas en 1961, y posteriormente en 1963 descargó cuatro toneladas de armas. La OEA no cometió un error sino que cumplió con lo que la organización continental debía hacer: sancionar a uno de sus miembros por no cumplir sus compromisos. Es Cuba la que ha podido aceptar su error y volver a la OEA, pero optó por no hacerlo y seguir promoviendo su modelo en la región por todas la vías posibles.

Si Cuba no quiere volver, ¿qué sentido tiene rogarle que vuelva? La insistencia “albana” se explica, pues busca un mayor debilitamiento de la OEA para evitar frenos a las apetencias totalitarias y expansionistas de la revolución bolivariana. Advierten que podrían retirarse de la OEA y junto a Cuba crear un grupo regional alternativo, o a una OEA sin EE.UU.

Otros gobiernos quizás estén apostando a la -aún esperada- apertura de Raúl, por la “inminente desaparición” de Fidel, y así acompañar a Cuba en su transición democrática, pero, ¿será esto posible con Chávez en el poder?, jugando en el tablero de los años sesenta.

Sería imperdonable que los gobiernos de la región acepten que los Castro vuelvan sin condiciones, sin siquiera firmar los acuerdos regionales sobre derechos humanos, con el argumento de que si los gringos no lo han firmado porqué deben hacerlo ellos, condenando al pueblo cubano a seguir sometido a los inmortales hermanos Castro.

Si los gobiernos aceptan la reincorporación de Cuba sin “mea culpa”, qué sentido tiene haber firmado acuerdos, si burlarlos no tiene consecuencias, ni siquiera morales. Entonces, qué posibilidad hay de que los gobiernos cumplan, por ejemplo, la Carta Democrática de la OEA si al violarla no sólo nadie se atreverá a condenarlos, sino que de hacerlo y ser sancionados, la sanción podrá revocarse sin que medie reparaciones o al menos arrepentimientos. “Reparar el error” sin condiciones puede ser el peor error de la OEA.

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