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Abulia colectiva, una epidemia que padece la población venezolana

Preparados para entregar la voluntad 
Por aquellos tiempos se corría el rumor de cambio a lo largo y ancho del país. 1998, el Congreso, que para la época era bicameral y en su seno se hacían leyes, discutía sobre los escenarios futuros que se configuraban a una velocidad galopante. Recuerdo que conversé con Pepe Rodríguez Iturbe, amigo, tutor y profesor. Hablamos sobre los cambios que se imponían en el país, y sobre la incapacidad de la sociedad de advertir los peligros que llevarían al traste las libertades democráticas y la institucionalidad que se había edificado en Venezuela, y que a pesar de los desaciertos de los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX, permanecía aún con posibilidad de ser rescatada y mejorada. Pepe me comentó que temía lo peor y yo estuve de acuerdo con él. El país marchaba a su autodestrucción. Años después observaríamos que el cambio que se empezó a ejecutar desde 1999, empezaba a dar sus frutos. Poco a poco una gran parte de la sociedad se fue fosilizando, padeciendo una epidemia de abulia, de noluntad, que nos llevó convertirnos en un país atrofiado, paralizado, tullido.
Hoy, Venezuela es un perfecto ejemplo de dejadez.  Una sociedad que aprendió a aguantar, que desarrolló un nivel incomprensible de tolerancia a la crueldad. Un país donde millones de personas no saben a dónde van, qué hacer y a dónde pertenecen. La sociedad venezolana pasó a ser un arcoiris emocional, una generación frustrada que vive  en un país que no reconoce, donde no encaja, y donde poco a poco se le ha quitado valor a la vida.

En el proceso de cosificación del país, una gran parte de la sociedad perdió la capacidad de reacción, la voluntad de actuar para defenderse de los abusos del poder.

¿Qué es la abulia colectiva?
Una epidemia que se roba la voluntad de actuar
Pareciera que la población venezolana asiste impasible a su propia destrucción. Inerte ante los hechos que día a día se suceden y trastocan el desenvolvimiento normal de cualquier sociedad, en Venezuela, el pueblo —salvo algunos episodios en los que parece reaccionar a manera de espasmos— se mantiene inmutable, casi inconmovible ante el escenario en el que su propia ruina tiene lugar.
El diccionario recoge una definición que, a juicio de algunos, define perfectamente este comportamiento —o falta de él— del venezolano: la palabra “abulia”, derivada del griego aboulia que se refiere a la “ausencia patológica de voluntad, sin que exista un trastorno somático ni intelectual”. Siendo que por abúlico se tiene a quien padece de abulia, estaríamos, por tanto en Venezuela, según el rigor de los términos, frente a una población abúlica.
Ya en términos neurológicos, la abulia está referida a la falta de voluntad o iniciativa y de energía. Se trata de uno de los trastornos de disminución de la motivación y forma parte de los trastornos de la motivación disminuida, como son la apatía, siendo menos extrema, y el mutismo acinético, que es más grave que la abulia.
Así tenemos que un paciente con abulia será una persona incapaz de actuar o tomar decisiones de forma independiente y cuya patología presenta varios estadios que pueden ir de lo sutil hasta lo abrumador.
A la abulia —también conocida como la enfermedad de Blocq— fue considerada desde un principio como un trastorno de la voluntad, una alteración patológica de ésta. Quien padece de abulia puede experimentar una ausencia total o parcial de la voluntad, que se expresa en la incapacidad para tomar decisiones y ejecutarlas.
En la práctica educativa este término se suele aplicar a ciertos estados transitorios de inadaptación del niño, como pueden ser los estados de indecisión, inercia, pereza, etc.
El padecimiento de la abulia lleva a quienes la sufren a ser incapaces de tomar una decisión frente a un dilema siendo que, incluso, aun a sabiendas de que algo es lo más deseable o adecuado, son incapaces de afrontarlo.
La psiquiatría acuñó el término en Francia durante la primera mitad del siglo XIX y el primero en emplear la palabra en castellano fue Elías Zerolo, filólogo y traductor español establecido en París, en su Diccionario enciclopédico de la lengua española, quien la definió así: “Especie de locura en que domina la ausencia de voluntad”.
Sin embargo, quien popularizó el término en español fue Ángel Ganivet, un escritor y diplomático que vivió entre 1865 y 1898, quien acusó que la crisis de fin de siglo XIX que sufrió España era consecuencia de un problema colectivo fundamental: la abulia.
«Si yo fuese consultado como médico espiritual para formular el diagnóstico del padecimiento que los españoles sufrimos (porque padecimiento hay y de difícil curación), diría que la enfermedad se designa con el nombre de ‘no querer’, o en términos más científicos, con la palabra griega ‘aboulía’, que significa eso mismo: ‘extinción o debilitación grave de la voluntad”.
Refería Ganivet la existencia de una forma vulgar de abulia común en el grueso de la población, pues todos, incluyéndose, en algún momento de nuestra vida la hemos podido experimentar.  “¿A quién no le habrá invadido en alguna ocasión esa perplejidad de espíritu, nacida del quebranto de fuerzas o del aplanamiento consiguiente a una inacción prolongada, en que la voluntad, falta de una idea dominante que la mueva, vacilante entre motivos opuestos que se contrabalancean, o dominada por una idea abstracta, irrealizable, permanece irresoluta, sin saber qué hacer y sin determinarse a hacer nada?” (Idearium español, pp. 162-63).
Otro escritor español que echó mano del concepto  —como lo hicieron varios de la generación del ‘98— fue Miguel de Unamuno, aunque lo utiliza acentuándolo en la “i”, abulía, queriendo así respetar la pronunciación griega. “Hay abulía para el trabajo modesto” (En torno al casticismo, V, OC, III, 295).
Coincide con Ganivet en los síntomas del mal en el capítulo de uno de sus escritos titulado “Sobre el marasmo actual de España”, al tiempo que aplica términos sinónimos —aunque con matices distintos— como nicodemismo, noluntad y gana. El primero de ellos referido al personaje bíblico Nicodemo, que aparece reseñado en el Evangelio (Juan, 3.1-15), cuando se acercó a Cristo de noche por miedo a que le descubrieran los fariseos, lo que a juicio de Unamuno denota la grieta entre la decisión de emprender un camino y el miedo a dar el paso necesario.
También Unamuno aplica el término noluntad para referirse a la abulia.
La noluntad, según la Real Academia de la Lengua Española, es el “acto de no querer”.
“España es una nación abúlica y, como tal, está a la defensiva… Esto no es querer algo, no es voluntad, es no querer, es noluntad, o si se quiere, abulia” (1914, XI, 332-33).
En toda la obra de Unamuno es posible encontrar la gana: el deseo voluntarioso que da saltos irresponsables o no se plasma en acción.
Sobredosis de marasmo
 
El socialismo o izquierdismo chavista, por llamarlo de alguna manera, pareciera haber inyectado en la sociedad venezolana una sobredosis de marasmo a través de la dádiva oficializada en misiones, ayudas, sinecuras, pensiones, becas, subvenciones y pare de contar, que ha dejado como cosecha un pueblo incapaz de reaccionar ante el abuso gubernamental. Una población “achinchorrada” que pregunta con desgano frente a la serpiente que viene a inocularle su veneno “qué es bueno para la picada de culebra” en lugar de huir.
Un país casi cataléptico
 
La situación es grave, pues estamos en presencia de una sociedad que, al parecer, se ha decantado por alienar su papel de defensor de los valores democráticos.
No hay “nosotros” sin un “yo” que lo anteceda, pero es precisamente allí donde decide actuar el comunismo totalitario en aras de un supuesto colectivo que se supone por encima del individuo.
Y es que la variante violenta del socialismo —precisamente, la que se ha implantado en Venezuela— desde la segunda mitad del siglo XX no son otra cosa que tiranías militaristas  que están al servicio de la nueva clase que ostenta el poder. Tal estado conduce a la idiotización de los pueblos.
En tales circunstancias —y dada la política de terror aplicada por los gobiernos totalitarios— el miedo comienza a expandirse y la población a callar. Con el tiempo, el silencio y la inacción se conforman como parte de su ser, de su idiosincrasia.
Las cotidianas colas para comprar los pocos alimentos y medicinas que se consiguen no son un fenómeno exclusivo de Venezuela. No. Eso ocurrió en la Unión Soviética, en el Chile de Allende y en la Cuba de los Castro, por nombrar sólo tres casos. La fórmula es sencilla: un pueblo con hambre es un pueblo que no protesta, que no se queja y acepta impávido la realidad que le circunda.
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