La misión de nuestro tiempo
“La Humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver, pues si se examina más de cerca se verá siempre que el problema no se da más que donde las condiciones para resolverlo existen ya o, al menos, están en vías de aparecer.” Karl Marx, Crítica de la Economía Política
La historia es astuta y muy sabia. Como bien lo reconocía Marx, para quien el estudio de sus determinaciones era la ciencia de las ciencias: la historia sólo se plantea las soluciones a sus graves problemas estructurales, cuando las sociedades, con o sin la conciencia plena de los hombres, sus protagonistas, han acumulado los suficientes elementos espirituales y materiales como para resolverlos. Intentarlo a destiempo podría dar maravillosas obras de arte, pero jamás obtener el fin perseguido: dar el paso hacia el futuro, impedido por la acumulación de elementos que retardan, obstaculizan o impiden incluso y sobre todo mediante el uso de la violencia, el derrumbe de los diques de contención y la apertura de los portones hacia las grandes avenidas del futuro.
Todo indica que tras un forcejeo que dura ya más de dos generaciones – un cuarto de siglo – Venezuela ha agudizado las contradicciones entre el pasado que se resiste al cambio – travestido, vaya contradicción, de revolución socialista – y el futuro que reclama a gritos imponerse para permitir que se resuelva esta grave situación de impasse y estancamiento. Peor aún: de retroceso y regresión a etapas y comportamientos sociales absolutamente ultrapasados. Como sucede con las neurosis: incapaz de comprender las razones de sus atrabiliarios comportamientos, el neurótico cae en las regresiones que sintomatizan el mal que encubren. Cree enfrentar sus problemas volviendo a reproducir perversiones ancladas en su infancia.
Es lo que la sabiduría popular ha sintetizado en una frase por demás enigmática, pues parece legitimar las atrocidades e injusticias de los hombres: el tiempo de Dios es perfecto. No es más que la sencilla verdad de que la propuesta de los hombres y la decisión de Dios deben alcanzar el punto de la perfecta coincidencia. Por ello, cuando más grave parecen los conflictos y más irresueltos parecen los problemas, más cerca se está de resolverlos. La misma sabiduría popular reconoce que el momento más oscuro de la noche anticipa la claridad del amanecer.
Es lo que estamos viviendo en Venezuela, cuando el asalto a la razón, la regresión al tiempo de las montoneras, el aparente predominio de la barbarie representada por el así llamado “socialismo del siglo XXI” agota los recursos de la farsa montada con el gastado recurso a los viejos nombres, títulos y hazañas de centenarios tribunos para travestir, neuróticamente, una gigantesca impostura. La historia, ha dicho el mismo Marx, sube dos veces a escena: primero en su versión original, como tragedia, y luego en su versión tragicómica, como farsa. Hizo falta tan solo que el Deus ex Machina de la impostura desapareciera de la escena, que el gran actor que sostenía la farsa con su insólito y colosal histrionismo sucumbiera a su inevitable final – a destiempo y empujado por quienes anhelan la destrucción cabal de Venezuela, sus instituciones y particularmente sus fuerzas armadas, que le prodigaran una ominosa derrota, para apoderarse de ella sin disparar un tiro, tal como pareciera estar sucediendo – para que el tinglado de la revolución bolivariana estallara en pedazos, perdiera todo poder de seducción y quedara reducido a un gobierno títere en manos del más infeliz, el menos dotado, el más incapaz y el más inoportuno de sus personajes. Con Chávez era una farsa. Con Maduro no llega a sainete.
Hemos sostenido que esta crisis de excepción encubre el enfrentamiento entre la Venezuela petrolera, parasitaria, improductiva, ociosa, mercantilista y la Venezuela productiva, industriosa, moderna, liberal, abierta a la globalización que busca diversificar su economía y recuperar la majestad del sujeto frente al Estado, “esa boa constrictor que todas las revoluciones no han hecho más que fortalecer, en lugar de terminar por aniquilarla”, como diría el mismo Marx. Uslar Pietri lo expresó de manera maravillosa cuando señaló que la peor pesadilla que podía anticipar para nuestro país era el de una Venezuela parasitaria, obscenamente echada e indolente y ociosa a la ubres del petróleo. No sabía que describía a la Venezuela chavista, que ya amenazaba desde las sentinas de nuestros errores.
La súbita e inesperada muerte del caudillo, que precipitaría el conflicto al enrolarse en las filas del estatismo corruptor y caer rendido ante la seducción del tirano del Caribe, ha acelerado la crisis. Restándole a su imaginaria revolución la columna vertebral de su legitimidad – sus atributos y pretensiones mesiánicas– para dejarla en manos de los asaltantes que le acompañaran en su delirante empresa. Sin más legitimidad que una trasnochada ideología y más respaldo que el de sus protectores a los que sirve, Fidel y Raúl Castro. De allí la insólita debacle electoral que ha sufrido su parapeto y la vertiginosa pérdida de respaldo que ha asaltado a su heredero. Emborrachados bajo el impacto de la incomprensible muerte del caudillo, los seguidores del socialismo del siglo XXI, es decir: de Hugo Rafael Chávez Frías, el demiurgo de la revolución bolivariana, mostraron un aplastante respaldo a quien le sucediera. El corrosivo poder del olvido, que en Venezuela es francamente aterrador, terminó en un mes por aplastarlo con el rechazo, la indiferencia o la apatía.
Como ésta no es un monarquía, a la dolorosa exclamación EL REY HA MUERTO no ha sucedido, ni sucederá la aclamación VIVA EL REY. Como ésta es la Venezuela petrolera, electoralista y democrática – a su pervertida manera – la muerte de Hugo Chávez arrastrará con todas sus ensoñaciones y no dejará en pie más que las instituciones que tuvo 14 años para construir. Como no construyó ninguna, fiel al sino de los caudillos y tiranos, a su muerte no queda absolutamente nada. Salvo una corte de aprovechados y validos, que comenzarán a enfrentarse a mordiscos por los pedazos de la sucesión. Mirando a Cuba para recibir la bendición y exagerando su fanatismo revolucionario, para ocultar sus ansias depredadoras y su absoluta orfandad ideológica: es lo que están haciendo los dos farsantes que se disputan los despojos: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Hoy hermanos. Mañana fratricidas enemigos.
Esta tragicomedia del esperpento se cumple bajo la sombría amenaza de una feroz crisis económica, producto en lo interno del desastre del insepulto – deudas colosales, compromisos incumplibles, devastación de nuestra capacidad productiva, ominosa dependencia de las importaciones, inflación, desabastecimiento, desempleo, caos – , y en lo externo por los resquebrajamientos de la economía mundial.
El poder de esa crisis será infinitamente mayor que la capacidad del recuerdo y la fidelidad al insepulto. Es lo que quedó de manifiesto con la inocultable victoria de Henrique Capriles Radonsky, hecho posible por el regreso de los que se fueran tras el flautista de Hamelin en estos años de desafección democrática. Un proceso que se agudizará en los próximos meses, cuando la vocinglera radicalidad del fantoche choque con el muro de las exigencias de su carne de cañón. También las masas querrán lo suyo. Ni Castro, ni Giordanni, ni Rafael Rodríguez, ni muchísimo menos las FAN – los poderes detrás de Maduro, el sátrapa – estarán en capacidad de dárselo. A comprar alpargatas, que lo que viene es joropo.
La oposición llega a esta encrucijada definitoria en las mejores condiciones como para enfrentar la crisis política y resolver la profunda crisis estructural que está en su trasfondo. Parafraseando a Marx, tan desconocido por sus adoradores venezolanos, las condiciones objetivas están dadas para que la sociedad venezolana asuma la tarea de resolver su crisis estructural: dejar de ser una sociedad mercantilista y parasitaria para convertirse en una sociedad moderna, productiva y de progreso. Y las condiciones subjetivas – el liderazgo político y social necesario para encauzar las fuerzas populares que puedan poner en movimiento la reconstrucción nacional – han mostrado su madurez, su temple, su grandeza.
Por necesidades de espacio, yo resumiría la misión de nuestro tiempo de manera sucinta en los siguientes términos: Salir de la inmundicia q tapona el desagüe de las peores aguas servidas del pasado, hoy estancadas y ya podridas en las cabezas de Nicolás Maduro y el bloque de intereses que representa. Ha tardado dos generaciones en acceder a nuestra auto conciencia. Y ese mismo período en crear las condiciones objetivas y subjetivas que hacen posible su superación histórica. Ese tapón reúne y condensa los intereses más reaccionarios de nuestra sociedad, abarcando los más disímiles y contradictorios intereses – empresariales, políticos, clases parasitarias, y esa dolorosa y abrumadora marginalidad de pobreza endémica que sobrevive aferrada a las dádivas del estado petrolero. El líder de esa vasta cruzada ha resultado ser un joven tenaz hasta la porfía: Henrique Capriles Radonski. Su principal fuerza de respaldo, la juventud venezolana. Que luego de un largo tiempo de apatía irrumpiera con fuerza irresistible en defensa de la Libertad de Expresión, para no apartarse más de sus obligaciones políticas.
Debemos tener conciencia de que el último sostén de ese tapón son las fuerzas armadas. Si no llegan a comprender la envergadura y dimensión histórica de esta histórica empresa, Venezuela tendrá que sufrir inmensas tribulaciones. Ciertamente: esa represa que amalgama a capitanes de industria, negociantes, políticos ambiciosos, arribistas, ignorantes y traidores a nuestra soberanía, no podrá resistir el empuje del tiempo, pero puede retrasarlo a altísimos costos en vidas, instituciones y bienes materiales. Debemos comprenderlo y tenerlo muy presente, pues de nuestra conciencia depende llevar a buen éxito la compleja y muy onerosa guerra que deberemos enfrentar.