La izquierda en crisis
A la derrota de los socialdemócratas europeos, que se verá seguramente fortalecida por la salida del PSOE del gobierno en las próximas elecciones generales españolas, se suma la de las izquierdas en América Latina. La caída de la Concertación en Chile, tras veinte años de gobierno – antes que un fracaso de su gestión, posiblemente la más exitosa de coalición alguna no sólo en Chile sino en toda América Latina, un fracaso de los partidos de la izquierda chilena – anticipa una serie de fracasos electorales que pueden acabar con la hegemonía que ha mantenido la izquierda durante la primera década de este siglo en la región. La salida de los Kirchner, que han representado a la izquierda peronista, parece más que probable. El desprestigio del régimen anticipa el fortalecimiento de las alternativas opositoras que, aunque también ramificaciones del peronismo, representan opciones emergentes de centro o centro derecha, como las de Macri o De Narváez.
En Brasil, el PT del presidente Lula da Silva ha iniciado un fuerte embate para acortar las distancias que separan a su candidata presidencial Dilma Roussef de José Serra, candidato del partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Actual gobernador del estado de Sao Paulo, Serra representa, como Macri en Argentina, una visión centrista y modernizante más acorde con la que llevara a Sebastian Piñera al gobierno en Chile que a la del mismo Lula.
Todos estos cambios, si bien de índole estrictamente nacional, corresponden a tendencias emergentes del proceso de globalización comunes a todos los países de América Latina. El fracaso del castrochavismo y los graves desajustes políticos y sociales causados en los países bajo su dominio desde el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela hace 11 años, han provocado un creciente rechazo a sus fórmulas de expansión y dominio. Fundamentalmente al populismo como forma de articulación política, a la disgregación nacional que provoca el ejercicio autocrático y violento de sus actuaciones de gobierno, la pretensión de liquidar derechos constitucionales logrados tras muchos años de esfuerzos y a las inevitables crisis económicas causadas por la ineficacia de sus gestiones públicas. Sólo parcialmente encubiertas por las desmesuradas inyecciones financieras del petro estado chavista.
De allí que sea posible suponer que el desgaste y el inevitable fracaso y eventual caída del castrochavismo, en primer lugar en Venezuela, pero también en mayor o menor medida en los otros países del ALBA, afecte la popularidad y consistencia del socialismo democrático latinoamericano, incapaz de articular una respuesta adecuada a la acción disolvente de la institucionalidad democrática y profundamente anarquizante de la virulenta acción de la llamada “revolución bolivariana” en la región.
El caso hondureño ha venido a precipitar este proceso. Dada la naturaleza ejemplarmente demostrativa de la crisis hondureña y el fracaso del socialismo democrático en articular una respuesta adecuada, la caída de Zelaya precipitó la conciencia de los inmensos peligros del expansionismo castrochavista y desenmascaró la complicidad expresa o encubierta de quienes debieran haber actuado con meridiana claridad en el sentido de impedir el desarrollo de esta crisis frenando las apetencias totalitarias del castrochavismo. El papel jugado por el gobierno brasileño en alimentar y fortalecer la crisis respaldando a Zelaya incluso con asesoría política y diplomática, demostró las dudosas conexiones del socialismo democrático con una revolución de profundas implicaciones totalitarias, como la propugnada por el teniente coronel Hugo Chávez con el pleno y absoluto respaldo de los Castro.
La inevitable caída de Hugo Chávez y su proyecto estratégico en Venezuela, un hecho perfectamente previsible, no podemos precisar ni cuándo ni cómo, pero sin lugar a dudas a más tardar en 2012, terminará por acarrear la debacle de este gran intento por dominar la región que Chávez pusiera en bandeja de plata de los Castro en el momento de su gran eclipse político y biológico. La debacle del castrochavismo dejará no sólo la ruindad y la devastación como única ganancia en todos los países sobre los que hasta hoy se ha enseñoreado, sino la crisis ideológica, política y moral de una izquierda democrática que no resistió la tentación de acoplarse a los intentos por revivir la ensoñación revolucionaria de los sesenta que trajera consigo. No sería en absoluto descabellado imaginar que la regenación de la socialdemocracia latinoamericana será producto, en gran medida, del triunfo del progresismo democrático en Venezuela, tal como lo fuera con la caída de Pérez Jiménez en 1858 y la influencia regeneradora de Acción Democrática y de su líder Rómulo Betancourt, alternativa inclaudicable al castrismo, al que derrotara en todos los frentes.
Esta es, en rigor, la causa última de la crisis del socialismo democrático en América Latina: no haber sabido asumir con entereza y lucidez la defensa de la democracia social, distanciándose sin ambages de la tentación totalitaria que subyace a toda forma de socialismo revolucionario. Queda en consecuencia una gran labor pendiente: hacerse a la tarea de construir por fin y consecuentemente una auténtica socialdemocracia latinoamericana