Opinión Internacional

Regalos empresariales

De Duhalde a Cristina. Escala en Sanz.

Los empresarios, hasta hace un año, estaban fascinados con Eduardo Duhalde. Entregados. Reconocidos. Porque era el único capacitado para echarlo a Kirchner.
Después se sintieron imantados con Ernesto Sanz. El radical presentable.
Desde la muerte de El Furia, los empresarios comienzan a inclinarse por Cristina. La Elegida que hoy puede elegir. Y reelegirse.

Duhalde

Hacia finales del 2009, Duhalde era la esperanza blanca del peronismo.
Paradoja extraña. En el ‘89 Duhalde estaba muy bien abajo, pero venía mal arriba. En el 2009 ya estaba muy bien arriba, pero debía trabajar mucho abajo.

A medida que El Furia, que se despegaba admirablemente del besuqueo con la la lona, sorprendía con la recuperación, Duhalde, paulatinamente, se dejaba vulnerar. Para inscribirse en la madeja del deterioro imperceptible.
Sin tormentas a la vista, El Piloto de Tormentas debía replantear los procedimientos. El Regalos empresarialesdiscurso.
El desgaste se intensificó cuando Duhalde, bastante mal inspirado, optó por abandonar la cancha grande del peronismo. Era donde más se lucía. Al confrontar contra Kirchner, el amo. Al que desafiaba, desde los medios (lo único que importaba).
Y Duhalde se ponía atractivamente interesante cuando hacía pata ancha.
Sostenía que había traído al loco y al loco se lo debía llevar.
Porque iba a ganarle, a El Furia, por abandono.

Pero nunca Duhalde asumió el error de haberse amontonado en la interna triste del potrero.
En el Club de Gobernadores del Peronismo Federal. Para erigirse, en adelante, entre cuatro postulantes, como uno más. De primus inter pares, pasó a formar parte de la etcétera.
Ahora, a Duhalde, el panorama se le complicaba más. Debía ganarle Duhalde, primero, a los tres sparrings.
Felipe Sola, el más destacado referente del felipismo. Mario Das Neves, el Tenor Portugués, que ejercería, a su pesar, de quintacolumnista, para pulverizarlos desde adentro. Y el Alberto Rodríguez Saa, meritorio artista plástico, y líder separatista de la Cataluña Argentina.
Para ganarle, recién después, y escalonadamente, a El Furia.

Para colmo, irresponsablemente, El Furia iba a optar por la desproporcionada travesura de morirse.
A medida que se alejaban las posibilidades de Duhalde, de conquistar el poder, los empresarios, en simultáneo, comenzaban a modificar sus preferencias. Miraban con escepticismo hacia el horizonte. A la pesca. Encontraron, de pronto, a Ernesto Sanz.

Sanz

Desde hace tres meses, puede asegurarse que los empresarios, al menos gran parte de ellos, sean ponedores eventuales de monedas o no, desplazaron la visión del favoritismo.
Desde Duhalde, que retrocedía hasta salirse del cuadro, los potenciales regalitos empresariales pasaron hacia Sanz. Lo enfocaban porque, sigilosamente, emergía.
Con calculada inteligencia Sanz enviaba, hacia el desgaste del frente, a los dos alfiles.
Al Cleto Cobos, acotado institucionalmente en el Senado.
Y a Ricardo Alfonsín, que expandía el milagro de la Clonación Transformadora.

Mientras tanto, Sanz exhibía, ostensiblemente, como El Penado 14, las señales. Los atributos admirables de su figura. Escasamente carismática. Pero diferente.
No era lo mismo Sanz, para los empresarios que amenazaban con poner los regalitos, que Duhalde. Primero, porque Sanz era radical. Portador, por lo tanto, de suspenso institucional garantizado.
Y ya había dos candidatos radicales instalados. Cobos, el Cleto, y  Alfonsín, La Clonación. Ambos convivían con los riesgos del desgaste.
Pero los empresarios lo percibían, a Sanz, más denso. Sólido. Preparado.
En definitiva, Sanz era mucho más fuerte -para los empresarios- que la Clonación Transformadora de Ricardito Alfonsín.
Por reflejo condicionado, herencia también del padre, Ricardito, a los empresarios, tampoco los convencía. Más allá del mueble inventariado, El Chatarrero, don Gabriel de Chascomús.
El Chatarrero debía apoyar, hasta la eternidad, cualquier proyecto que encabezara el ilustre apellido radical. Alfonsín.
Porque Alfonsín le cambió, a El Chatarrero, el ritmo de la vida. Y le modificó abruptamente, sobre todo, el número blanco de la contabilidad.

Y el otro, Cleto Cobos, a esta altura, era -pobre- otro desperdicio.
Se desgastaba Cobos casi tanto como el pobre Narváez.
También el Cleto dejaba (para los regalos empresariales) de mostrarse interesante.
Aunque los empresarios le reconocían el magnífico aporte de aquella madrugada legendaria. Cuando le produjo el tajo principal al kirchnerismo, que aún existía.
Para colmo, paulatinamente, los especulativos apoyadores del cobismo planificaban pasarse, también, oportunamente, hacia Sanz. Como los empresarios. Por influencias de ellos. Los que aseguraban el dinero ilusorio para los regalitos de la campaña.

Cristina y Aire y Sol

Pero, desde hace poco más de un mes, cautivado por el crecimiento inflamado de las encuestas, por los cambios que percibían con la voluntad, por los supuestos imaginarios del viraje hacia el centro, los empresarios decidieron jugar, como jugaron siempre, a ganador.
Porque perder es, generalmente, un error.
Planifican, en adelante, soltarle la mano a Sanz. Como supieron soltar la mano del obstinado Duhalde.

Para apoyar, en adelante, firmemente, aunque no necesite regalos empresariales, a La Elegida.
O a quien La Elegida, ahora, elija.

“Hay un acuerdo explícito entre Cristina y Scioli”, confirma la Garganta.
Contiene la data chequeada desde las dos vertientes.

Debe existir, ante todo, cierta prolijidad para las ambiciones.
Cristina, para la faena de conducir, debía hacerse cargo hasta de algo que nunca le importó. La superstición del peronismo.
En tal carácter, fue que Cristina acordó con Scioli. El Líder -para el Portal- de la Línea Aire y Sol.
La síntesis política del relato construido recrea esta aproximación.
“Para emprolijar, la candidata, por ahora, soy yo -le habría dicho Cristina a Scioli-. Y vos sos el candidato para la gobernación de Buenos Aires. Y si el año que viene decido no presentarme, en primera fila, para suplirme, estás vos”.


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