Además, Imbécil
En la Argentina, como dije una vez, la corrupción ha derivado en un genocidio pero ahora, además, se ha vuelto imbécil.
La primera de las afirmaciones se vinculaba a preguntas básicas, que cualquier ciudadano medianamente pensante debe formularse todos los días: ¿cuántos hospitales podrían hacerse con lo que pagamos como sobreprecios en las obras públicas?, ¿cuántas computadoras para chicos de escasos recursos podrían comprarse con los millones de dólares del «fútbol gratis»?, ¿cuántas familias comerían lo necesario con los desaparecidos fondos de Santa Cruz?, ¿cuántas campañas sanitarias podrían hacerse con lo que costaron el yacht y el avión de Jaime?, ¿cuántas escuelas podrían construirse con la venta pública de los terrenos del Calafate?, y muchísimos etcéteras por el estilo.
He sostenido que, en la medida en que la corrupción está provocando la destrucción de un sector determinado de la población nacional, a través del incremento de la pobreza y de la miseria, de la disminución de la salud y de la educación, del abandono de la juventud en manos de la droga y de la delincuencia, reviste todas las características del tipo penal creado por la humanidad entera bajo la denominación de genocidio.
Pero hoy quiero centrar esta nota en dos casos o temas estrechamente vinculados entre sí, ya que incorporan a esas características la imbecilidad.
El primero es el de Aerolíneas Argentinas. Todos sabemos que el Congreso «escribanía» del que disfrutaron los Kirchner hasta el 10 de diciembre de 2009, aprobó -por cierto, con aplausos comparables a los que acompañaron la declaración de default, en 2002- la reestatización de nuestra «línea de bandera».
El gesto fue acompañado, y lo sigue siendo, por la progresía izquierdoide, que parece haber dejado de pensar hace treinta años, ya que sus ideas son anteriores a la globalización y a la caída del muro de Berlín.
Sigue sin darse cuenta que el desarrollo, el crecimiento y la grandeza del país sólo puede venir de la mano de la genuina inversión, que sólo llegará cuando Argentina pueda garantizar reglas claras, respeto a los contratos, seriedad y una Justicia independiente. Mientras tanto, el Estado -como enseño Mujica esta semana- se seguirá devorando la cola, expoliando lo poco que queda para saquear.
El costo de la apropiación de Aerolíneas -no concretada aún- para el Estado nacional ha sido, hasta diciembre de 2009, US$ 900 millones (o los $ 3.400 millones) hasta diciembre de 2009, y promete seguir creciendo exponencialmente. ¿Alguien puede imaginar cuánto se podrían mejorar, por ejemplo, los ferrocarriles con ese dinero?
Porque, y aquí llega la característica imbécil, es que esa enorme suma ha sido destinada, exclusivamente, a beneficiar a los más ricos, a aquéllos que pueden pagar un pasaje de avión. La cifra total, según la propia empresa, alcanza a los dos millones de pasajeros por año.
Esa cantidad de gente, que podría parecer grande, deja de serlo cuanto se la compara con los usuarios de los otros medios de transporte público: setecientos millones de personas. La enorme mayoría de ellos viaja en trenes de corta distancia, en pésimo estado, hacinados como ganado y sumidos en la más abyecta inmundicia e inseguridad.
Entonces, y más allá de las obvias ventajas que reporta a su novel Presidente y a los amigos de éste contar con una línea aérea propia para poder ver jugar a la selección nacional en Montevideo, ¿no es una imbecilidad grande como una casa?
El segundo tópico que tenía intención de tratar en esta nota es el del tributo más regresivo que existe, el impuesto al valor agregado, o IVA.
Resulta de Perogrullo explicar que, en la medida en que pagamos lo mismo quienes más tenemos y quienes carecen de todo, queda claro lo injusto de la gabela. El Estado se queda con el 21% de todo lo que compramos y, en especial, de los alimentos que, en las clases más pobres, representa casi la totalidad del gasto familiar.
Esta administración, que pretende -falsamente, por cierto- ser la más progresista de cuantas ha habido en la historia argentina, ¿no podría eliminar o, al menos, reducir sensiblemente el IVA a los alimentos de primera necesidad?
Si se adoptara una medida tan elemental su resultado sería, claro, otorgar un aumento generalizado de 21% a todos los pobres y a todos los miserables del país, permitiéndoles incrementar en el mismo porcentaje el consumo de esos sectores.
En esta época en que la inflación, nuevamente, está devorando los salarios, situación especialmente grave en las clases más desfavorecidas, ¿no es una imbecilidad dejar de hacer algo tan elemental?
Es cierto que todos los demás deberíamos, entonces, pagar más impuestos para que los Kirchner pudieran seguir disponiendo de los dineros públicos que tanto necesitan para dilapidar pero, al menos, el esfuerzo permitiría elevar el nivel de vida de nuestros hermanos más pobres.
Dejo ambas cuestiones planteadas al Congreso que, si el tirano de Olivos no dispone otra cosa, se reunirá dentro de escasos diecisiete días. En especial, la segunda, ya que se trata de algo urgente y fácilmente remediable.
Ojalá que la revocación de los superpoderes, la derogación del blanqueo y el perdón impositivo, la modificación del Consejo de la Magistratura, la revisión del Presupuesto y la recuperación de la coparticipación federal, todos temas importantísimos, les dejen tiempo para tratar, y resolver, este tema.