Un mundo sin Europa
Pronosticar la creciente irrelevancia de Europa en el mundo se ha hecho tan común como mofarse de los desatinos de Bruselas. En pocas décadas, el peso de las economías europeas en el total mundial habrá caído del 20% actual a mucho menos de la mitad. Y es difícil admirar las decisiones de la Unión Europea. Las visitas a Bruselas me han confirmado que el proyecto europeo hoy se parece más a un programa de empleo público para la clase media profesional del continente que a un ideal que genera esperanzas y moviliza las mejores energías de la región.
El experimento europeo de gobierno colectivo es el más ambicioso jamás ensayado
La incapacidad para enfrentar eficazmente la crisis económica es solo un síntoma de un problema de liderazgo más profundo. ¿Por qué Europa ha sufrido las consecuencias más dolorosas y prolongadas del crash mundial? La crisis de Irlanda ha estimulado aún más el pesimismo. Gideon Rachman, por ejemplo, escribe en el Financial Times: «Mi apuesta en estos momentos es que la moneda común no se va a mantener y que el verdugo del euro será Alemania». Su argumento es que las sucesivas crisis financieras van a agotar la paciencia de los alemanes, quienes acabarán por pensar que ellos han hecho -y pagado- todo lo posible, mientras que los demás países no han estado a la altura de las circunstancias, por lo que «Alemania se verá liberada de su obligación histórica de construir Europa».
Naturalmente, el hundimiento del sistema monetario europeo significaría un golpe quizás insuperable para el proyecto de unidad. Que esto sería malo para Europa es obvio. Menos obvio es que un mundo sin una Europa influyente e integrada es un mundo peor para todos. Europa contagia al mundo valores y ejemplos que son superiores a los que provienen de cualquier otra parte. El declive económico y político de Europa disminuye la fuerza de estos contagios positivos.
El repudio a la guerra que domina entre los europeos, legado de sus dos terribles conflictos en el siglo XX, es visto con sorna por quienes confunden el pacifismo con debilidad. Pero un mundo sin una potencia que está dispuesta a equivocarse tratando de evitar la guerra es mejor que un mundo donde a los países fuertes no les importa equivocarse iniciando «guerras preventivas». Si el Gobierno de su país comienza a violar derechos humanos, torturar, «desaparecer» opositores y encarcelar periodistas, ¿quién prefiere usted que tenga la principal voz en la comunidad internacional? ¿El Partido Comunista Chino? ¿La Rusia de Putin? ¿o Europa? Mientras en Estados Unidos se tolera la más injusta redistribución de la riqueza en un siglo y en Rusia y China se celebra a los nuevos ricos que acumulan fortunas inimaginables, Europa sigue teniendo una enorme alergia a la desigualdad. ¿Qué prefiere usted, un mundo en el que el 1% de la población acumula el 95% de la riqueza, y el resto se lo pelea una masa pobre y excluida, o un mundo dominado por una vasta, creciente y políticamente poderosa clase media? Europa representa el segundo escenario. Sabemos que el modelo social europeo es el mejor del mundo y, también, que en muchos países es insostenible. Pero un modelo en el cual millones de personas carecen de asistencia médica, o quedan desamparadas al perder el empleo o al envejecer, tampoco es sostenible ni digno de ser emulado. La ayuda europea al desarrollo de los países más pobres suele ser ineficiente. Pero nadie es más generoso y solidario con los más necesitados que los europeos.
La globalización está aumentando aceleradamente los problemas que requieren respuestas coordinadas entre varios países. El experimento europeo de gobierno colectivo es el más ambicioso jamás intentado por la humanidad. Su fracaso llevaría a muchos a descartar la idea y a no volver a intentar algo parecido durante un tiempo. Y perder ese tiempo es un lujo que no nos podemos dar.
Yo no sé si el proyecto de integración de Europa sobrevivirá los enormes obstáculos que enfrenta. Pero si sé que su fracaso lo sufrirá el mundo entero.