Opinión Internacional

Túnez y la búsqueda de un camino

Una revuelta en Túnez- en donde se hallaba parte de la antigua Cartago –  puso fin a 23 años del régimen del dictador Ben Alí. Los manifestantes no solo se conformaron con la salida del tirano, sino que aun protestan para que el gobierno de transición no tenga ni a un solo miembro del gabinete que los agraviaron como ciudadanos durante dos décadas.

La revuelta encabezada por estudiantes y la sociedad civil laica tunecina parece estar creando un efecto dominó en el resto de los países del “Magreb” (la zona árabe del norte de África),e incluso, en otros que se consideran geográficamente del “Medio Oriente”, como Siria, Jordania, y Egipto, en donde recientemente las protestas están en plena ebullición.

Un aspecto importante de la revuelta tunecina es la del liderazgo de jóvenes laicos sobre el de grupos radicales islamistas, lo cual es un prometedor precedente en una región en donde pululan y proliferan grupos radicales pro-iraníes y sobre todo, filiales de Al Qaeda. Por esta razón,  los autócratas las naciones más grandes y ricas del Magreb y su vecinos – Mubarak en Egipto, el Rey Mohamed VI de Marruecos, Khadafi de Libia, etc. – quizá deban reconsiderar su idea de que sean sus herederos – hijos o familiares – quienes asuman el poder cuando ya no puedan gobernar, sea por incapacidad física o lo único que ningún tirano, ni el más cruel, puede controlar: el fin del ciclo de la vida.

Todos estos gobiernos comparten problemas similares de enorme corrupción; estados policíacos, y desgaste del carisma de sus líderes, pero por otra parte, también sus sociedades temen el crecimiento de grupos islamistas radicales y por eso toleran el apoyo incondicional – e hipócrita en cuanto a ignorar la exigencia de apertura democrática – de Europa y otras potencias mundiales.

La población árabe laica y occidente comparten el temor de que elecciones libres conduzcan al poder a partidos islamistas violentos como ocurrió en Gaza cuando  Hamas obtuvo la mayoría parlamentaria en 2006; o la victoria de las elecciones presidenciales en Argelia del Frente Islámico de Salvación en 2001, que causó un golpe militar seguida por una larga guerra civil hasta que Buteflika (presidente desde 1999), logró una relativa pacificación. Por eso, la mayoría de los gobiernos del mundo prefieren un mundo árabe y musulmán sin elecciones pluralistas y transparentes. A diferencia de Turquía e Indonesia (naciones musulmanas, mas no árabes), en donde partidos con valores conservadores islámicos logran respetar el juego democrático y de las libertades individuales, en el Medio Oriente y en el Magreb, esto sigue siendo una utopía.

El precedente tunecino podría ser una buena oportunidad para exigir a los 22 países de la Liga Árabe – cuyo discurso unificador de culpar a Israel  de todos los males que los aquejan, ya está desgastado – otorguen,  gradualmente, espacios de libertad de expresión y de culto (caso de cristianos perseguidos, etc.), de participación de la mujer en la vida civil y política, y por lo tanto, una esperanza contra las tentaciones del fanatismo religioso.

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