Opinión Internacional

Egipto en llamas

“Si Lukashenko lleva diecisiete años en el poder de Bielorusia, si Ben Alí gobernó 23 en Túnez, mientras Mubarak lleva treinta haciéndolo en Egipto, Mugabe treinta y uno en Zimbabwe, Saleh treinta tres en Yemen y Gaddafi cuarenta en Libia, la conclusión no puede sino conmovernos. Según todas las evidencias, a tiranos cleptócratas y represivos como los privilegiados aliados de su par venezolano, que adornan sus dictaduras con reiterados y amañados procesos electorales, difícilmente se les quita del camino con un simple ejercicio comicial.”

“Mubarak ha hecho todo lo necesario para colocarse al borde del precipicio. No solo pretende hacerse reelegir, en septiembre, o hacer presidente a su hijo Gamal. Ha falsificado una tras otra sucesivas elecciones, fabricado un Parlamento con siseñores del partido gobernante y cegado cualquier posibilidad de expresión a los Hermanos Musulmanes, el mayor y más disciplinado grupo opositor. La escala y gravedad de los acontecimientos exigen inmediatas reformas democráticas en Egipto, comenzando por la sucesión ordenada del presidente Mubarak.”

opinan los foristas

Estas palabras, que describen el oscuro laberinto en que culmina la carrera del octogenario Hosni Mubarak, han sido escritas por el editorialista de El País, sin ninguna duda el periódico español de mayor influencia en el mundo. Constituyen, como podrán advertirlo los venezolanos, un fiel reflejo del inevitable desenlace que les espera – en un mundo poblado por una mayoría de jóvenes privados de futuro e intercomunicados a nivel global por los revolucionarios y poderosos instrumentos de la red global – de las dictaduras “policíacas y cleptocráticas”, muchas veces travestidas con un falso y aparente democratismo. Lo acaba de demostrar la rebelión tunecina, que acabara con el reinado de otro dictador cleptocrático y policíaco, Ben Ali. Con un asombroso fenómeno sociopolítico: la globalización, por ahora regional, de la insurrección democrática. Que expresa, a su vez, las profundas aspiraciones democráticas que conmueven al mundo y que en América Latina se traducen en un esperanzador cambio de paradigmas.

Hosni Mubarak pretende ser reelecto una vez más, tras treinta años de ejercicio, por otro período presidencial. Ha logrado mantenerse en el poder gracias a la hábil combinación de una feroz represión con periódicas faramallas electoreras, todas ellas empantanadas en el fango del fraude y el monstruoso abuso de los medios y poderes que le confiere el control del aparato estatal. Ha hecho del parlamento egipcio una parodia de congreso, plagado de “siseñores” – como los llama El País – focas y sigüises al irrestricto servicio del gobernante. Ha mantenido a la oposición bajo el férreo control de su policía política, a los medios privados de toda auténtica libertad de expresión, al ejército sometido al servicio de su poder personal.

La inmensa gravedad y trascendencia de la rebelión del pueblo egipcio radica en su naturaleza global: expresa los sentimientos libertarios de un continente sometido bajo el espanto dictatorial de un Muammar al- Gaddafi, de un Mugabe o de un Ali Abdullah Saleh, el tirano yemenita que gobierna a su miserable país de 28 millones de habitantes desde 1978. Ninguna sorpresa que a pesar de su promesa de retirarse en el 2013, los jóvenes yemeníes reproduzcan los afanes de tunecinos y egipcios y se apronten a librar las mismas batallas por la libertad que sacuden al norte del Magreb y al poderoso Egipto, con sus ochenta millones de habitantes y su poderío geoestratégico de importancia mundial.

¿Qué lectura debemos hacer los venezolanos de los sucesos que sacuden al mundo árabe, un universo que hasta hace nada parecía sumido en la calma de sus dictaduras cleptocráticas y sus gobiernos confesionales? En primer lugar, que Chávez – para nuestra vergüenza y deshonor – es la más fiel expresión y reflejo de un Gaddafi, de un Mubarak, de un Ben Ali, de un Saleh. Su personalidad autoritaria, inescrupulosa y arrolladora parece calcada de la del ex policía tunecino y de la del déspota egipcio. Lo negará, por supuesto, con su clásica y desenfadada desvergüenza, pero basta oírlo amenazar a diario a los venezolanos con sus dictados tronantes, aterrorizar en cada una de sus interminables, cotidianas y abusivas cadenas nacionales a trabajadores y empresarios, a banqueros y propietarios de medios, a agricultores e industriales, a simples propietarios y a inermes estudiantes universitarios para ver el perfecto espejo del déspota que, montado en su régimen cleptocrático, pretende eternizarse en el cargo. No son casuales sus privilegiadas relaciones con los tiranos africanos, con Ahmadinejad, con Lukashenko, con Gaddafi, con Mugabe. No se hable de su dependencia psicopática de Fidel Castro.

La otra reflexión es inquietante y no deja de alarmarnos: si Lukashenko lleva diecisiete años en el poder de Bielorusia, si Ben Alí gobernó 23 años en Túnez, mientras Mubarak lleva treinta haciéndolo en Egipto, Mugabe treinta y uno en Zimbabwe, Saleh treinta tres en Yemen y Gaddafi cuarenta en Libia, la conclusión no puede sino conmovernos. Según todas las evidencias, a tiranos cleptócratas y represivos como los privilegiados aliados de su par venezolano, que adornan sus dictaduras con reiterados y amañados procesos electorales, difícilmente se les quita del camino de la libertad con un simple ejercicio comicial.

Es un triste record, aunque aleccionador. Las tiranías no son eternas.

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