Solución posible
que haberse venido abajo”
María Elena Walsh
Sería redundante escribir sobre la multitud de pequeñas catástrofes que se abatió sobre el Gobierno desde pocos días antes de la Navidad, integrada por la falta de luz (en algunos casos, también de agua), la descontrolada temperatura, los piquetes de todo tipo, los cortes de vías, la calle enfurecida, la escasez de billetes, los robos a los bancos y el contrabando mayorista de drogas y la inflación. Se han ocupado de ella todos los periodistas y analistas, algunos de los cuales –como Carlos Pagni- con admirable maestría.
Prefiero, entonces, aprovechar estos primeros días de enero para proponer que juguemos. El verano, en general, es el tiempo lúdico por excelencia; quien más, quien menos, los que tienen capacidad de decidir sobre nuestros destinos utilizan la primera quincena del año para descansar y dedicarse, sin culpa, a gozar de la arena, del truco, del golf y de los deportes náuticos.
Comencemos, pues. Llamemos al juego “círculo virtuoso”.
Desde hace mucho tiempo, se caracteriza a la industria argentina como un mundo de empresarios ricos y empresas pobres. Es decir, un escenario en el cual las ganancias son retiradas del circuito productivo y se depositan fuera del país (o del circuito financiero) para protegerlas. Punta del Este, con la sideral inversión inmobiliaria realizada por los argentinos a lo largo de décadas, que sólo es utilizada verdaderamente durante 30/40 días por año, es el ejemplo que prueba con mayor claridad esta afirmación.
Las explicaciones para esta actitud de nuestros compatriotas tiene justificadas razones, por cierto, y me han sido brindadas cada vez que he puesto el dedo sobre este tema en particular.
Pueden resumirse, todas ellas, en la inseguridad jurídica. La degradación de nuestras instituciones ha hecho que baste una mera decisión del Ejecutivo para que seamos ricos o pobres al levantarnos por la mañana y, peor aún, que nos enteremos de ello por los diarios.
Un país que cambia permanentemente las reglas de juego sin que los afectados puedan hacer algo más que patalear como niños, expulsa capital. Es una afirmación que ofendería a Perogrullo.
¿Cómo se puede ampliar una fábrica reinvirtiendo ganancias si no se sabe si se contará con la energía necesaria para hacerla funcionar? ¿Cómo se puede planificar una producción y su comercialización si se ignora cuál será el precio de los insumos al momento de comprarlos para continuar? ¿Cómo se puede establecer una política de precios si don Moreno puede cambiarla de un plumazo? ¿Cómo se puede determinar una política salarial y de creación de empleo en un lugar en el que todo lo determinan, apretando, don Moyano y sus camioneros? ¿Cómo se puede exigir a los empresarios que inviertan lo prometido si, a la vez, el Estado viola los contratos firmados con ellos?
La respuesta a todas esas preguntas, y a muchas otras que no vale la pena formular en el mismo sentido, ha sido la que todos conocemos. Salvo contadísimas excepciones, que no llegan a poner a prueba a la regla, los empresarios se han transformado en aplaudidores del poder de turno, y han obtenido lo que necesitaban para sobrevivir (no para crecer ni desarrollarse).
El empresariado argentino, y no me refiero a nadie en particular, es prebendario y, sobre todo, corrupto. Tal vez por necesidad, durante muchos años consiguió que la Argentina fuera un coto de caza privado, rodeado por barreras aduaneras que impedían la competencia con los productos importados; que los fabricados localmente fueran peores y más caros fue sólo una natural consecuencia de esa política. Respecto al segundo calificativo, recuérdese que, cada vez que un funcionario recibe una coima, hay un empresario que la paga.
Los denostadísimos 90’s, esos del Menem que nadie votó, tuvieron sus enormes defectos y hasta delitos, pero no fueron menos sus virtudes. La previsibilidad que trajo su gobierno hizo que la Argentina se transformara en un recipiente natural de las inversiones directas que modernizaron, en una década, el atraso de muchas.
Las realizadas en exploración y producción de hidrocarburos, en generación, transmisión y distribución de energía, y en comunicaciones, fueron las que permitieron a los Kirchner crecer a tasas “chinas” durante muchos años, sin invertir una moneda en esos rubros.
Claro, cuando ese crecimiento, acompañado por una demanda demencialmente incentivada por el congelamiento de las tarifas, consumió la capacidad ociosa que se había producido a partir de la crisis de comienzos de siglo, comenzaron los problemas que hoy, para el idiota dogmatismo que nos gobierna, resultan insolubles y que se convertirán en una pesadísima herencia para el sucesor de doña Cristina, quienquiera que éste sea.
El “modelo” continúa saqueando las cajas disponibles para continuar pagando los precios de una fiesta que espera continuar hasta las elecciones. Entonces, cuando no hay energía, se importa de Brasil o se traen buques de gas licuado, a precios seis veces mayores que los que pagamos los consumidores del Gran Buenos Aires.
Hace muchos años, algo así como seis, en el Comité de Energía de una prestigiosa organización no gubernamental, acusé a los industriales grandes consumidores de energía de suicidas. Les dije que, como el Gobierno había congelado las tarifas, sus producciones electrointensivas tenían, en la práctica, subsidiado a precios ridículos su mayor insumo, y que ellos se habían aprovechado de esa circunstancia, y lo seguirían haciendo, pero que solo lograrían desfinanciar a las generadoras.
La falta de inversión de éstas, porque las tarifas a las que vendían su producto era mayor que el costo de generarlo, los llevaría al suicidio. Aún sabiendo que no me escucharían, les recomendé conversar con sus proveedores de energía, para encontrar el modo de destruir el nudo gordiano fabricado por el Gobierno, tal vez mediante el pago de un precio intermedio entre el real y el subsidiado.
El pronóstico, que lo reiteré en un reportaje que me hizo, en 2005, “Perspectivas Microeconómicas”, la publicación que edita el estudio Adolfo Ruiz y Asociados (http://tinyurl.com/2epmlso), resultó, como se ha visto estos días, totalmente acertado, aún cuando demoró más en cumplirse por la crisis de 2008, que redujo sensiblemente la demanda.
Volviendo al origen de la descripción previa al juego, don Moyano y sus adláteres, a los cuales ciertamente la inflación les roe todos los días el apoyo de sus bases, necesitan negociar fuertes incrementos de salarios, a sabiendas que será imposible que el Gobierno anuncie nuevas paritarias antes de las elecciones, para conservar el poder acumulado. Que esos reclamos superen la inflación estimada para el 2011 no es más que una profecía que se autocumplirá indefectiblemente, y el salario real volverá a caer al final.
En los párrafos anteriores tenemos una somera y simple –por lo burda- descripción del problema argentino, que puede resumirse así: a) como no hay seguridad jurídica, nadie invierte en nuestro país, ni siquiera nosotros mismos; b) como no se invierte, no crece la oferta de energía, indispensable para la industria; c) como nadie reinvierte en las empresas, éstas no incrementan el trabajo registrado, y la población activa precariamente empleada llega al 40%; d) como no hay trabajo, crece la inseguridad y la marginación; e) como el dólar es mantenido artificialmente bajo, los productos industriales argentinos cada vez encuentran más competencia internacional; f) como las importaciones resultan cada vez más baratas, los industriales reclaman medidas para frenarla; g) como el Gobierno sigue emitiendo, y cada vez más rápido, los bolsillos tienen una cierta holgura; h) como nos enfrentamos al 30% de inflación anual, la gente gasta más rápido para evitar el deterioro de la moneda en su poder; i) como se desvaloriza el valor del peso, los sindicalistas deben reclamar cada vez mayores aumentos que, en su generalidad, incluyen la inflación esperada; etc., etc.
Llegó el momento de jugar, al menos con la imaginación. Pero es necesario que todos, sin excepción, juguemos.
Los primeros en hacerlo deben ser los empresarios. Para ello, basta con mirar hacia Brasil, concretamente a la Federación de las Industrias del Estado de San Pablo, la poderosísima FIESP.
En este caso, se trata simplemente de imitar. El empresariado nacional, para jugar en esta mesa, debe transformar por completo su mentalidad. Para comenzar, debe establecer una sola entidad que nuclee a todas las cámaras, y conducirla democráticamente. Una vez dado este paso, esta nueva organización debe sentarse con el Gobierno y explicar qué se necesita para volver a confiar en cómo se conduce la economía del país, exigir su implementación y, una vez obtenidas las medidas necesarias, comprometerse públicamente a invertir en sus empresas y a reconvertirlas para hacerlas más competitivas, aumentando su plantilla de personal a medida en que ese crecimiento se produzca.
No voy aquí a reiterar las sugerencias que he hecho a quienes debieran liderar el cambio, generando una industria de excelencia, capaz de competir con éxito en los mercados mundiales capaces de absorber las pequeñas cantidades que los argentinos fabricaríamos, con altísima calidad y precios acordes a la misma. Quien tenga interés en este punto, siempre podrá verlas en http://tinyurl.com/2elshqu.
Si esa sugerencia fuera aceptada, en relativo corto plazo y con el apoyo crediticio necesario, se incrementarían fuertemente nuestras exportaciones, mientras que ingresarían productos extranjeros, que el país no puede producir barato por falta de una economía de escala en sus mercados. Con ello, bajaría enormemente el costo de la indumentaria para los más humildes, que podrían comprar ropa y calzado a los precios a los que venden los países del sudeste asiático y hasta Brasil.
En materia de tarifas de servicios públicos, especialmente en energía, los industriales deben renunciar voluntariamente a los privilegios que les conceden las demenciales políticas gubernamentales de subsidios indiscriminados. Obviamente, se tratará de un gran sacrificio en el corto plazo, pero garantizará la existencia futura de las empresas. Además, deberían ampliar sus metas, incorporando el concepto de responsabilidad social empresaria, y exigir al Gobierno que mantenga el subsidios exclusivamente para los que menos tienen; el mecanismo para implementarlo es fácil: basta con subsidiar a los consumidores –con una tarjeta especial, por ejemplo- y dejar de hacerlo a las empresas energéticas.
Los ciudadanos de a pie, los que conformamos las clases medias y altas urbanas, deberíamos jugar también. Porque nosotros estamos recibiendo, desde hace muchísimo tiempo, la energía a precios con los que nadie, en ningún país, puede producirla. Entonces, sentados a la mesa, deberíamos respaldar el fin de los subsidios –si se quiere, gradualmente- indiscriminados y apoyar a los industriales en su posición al respecto.
Para evitar el egoísmo cortoplacista que puede llevarnos a negarnos a jugar, bastará con que pensemos que, si no lo hacemos, también nosotros nos quedaremos sin luz, y sin agua, no solamente en los períodos de temperaturas extremas. Además, también deberíamos exigir que el Gobierno imite a Brasil que, en caso de necesidad, privilegia siempre el consumo industrial al residencial; cuando hay poca electricidad, es mejor dársela a las empresas, pues son éstas las que generan trabajo y ganancias para el país y, cuando se cierran, todo se viene abajo.
Si pudiéramos jugar de este modo en materia económica, incluyendo una profunda reforma impositiva que haga que todos –pero todos- paguen menos, podríamos hacer lo mismo en materia de educación, de salud, de vivienda, de justicia, de defensa y de seguridad.
No puedo extenderme más, porque esta nota dejaría de serlo y se convertiría en un verdadero mamotreto. Simplemente, afirmo que los argentinos podemos salir del pozo –ese al que nos mudamos con gran trabajo, como diría la enorme poetisa que hoy ha muerto- con sólo proponérnoslo. Que sólo falta que una conjunción de personas de distintos orígenes filosóficos y políticos se ponga a trabajar, a pensar y a ofrecer a la ciudadanía esta senda de sacrificio, sin la cual la Argentina no tendrá futuro.