Censura se ceba en Cuba contra el humor
Durante los años 80 el mundo era más fácil de ser narrado por la pluma inquieta de caricaturistas que publicaban en nuestros medios oficiales. La Guerra Fría alimentaba el maniqueísmo de buenos y malos, de obuses y flores, sonrisas y lágrimas que inundaban aquellos espacios gráficos, ahora ya en extinción. La isla de Cuba era delineada con un solo trazo verde del que sobresalía una palma, mientras el mundo se representaba a partir de una secuencia de chimeneas grises despidiendo hollín. La calidad técnica de esas ilustraciones era muy buena, heredera de una tradición que venía de la prensa republicana; sin embargo, su contenido político resultaba excesivamente esquemático y adoctrinador. Había un malo al que pintar con las peores deformaciones físicas, un Tío Sam de barba puntiaguda y sombrero con estrellas; mientras el bueno de las historietas venía en forma de miliciano o de oso bonachón, este último encarnando a la URSS.
Para quienes crecimos con acceso casi nulo a los cómics infantiles, aquellos estereotipos delineados en tinta que aparecían en la prensa nacional vinieron a sustituir la carencia de otro tipo de historietas, aunque desde nuestra minoría de edad hubiéramos preferido la diversión y no el panfleto. No obstante, nos embelesábamos con esos recuadros donde aparecían guerrilleros exhibiendo un AK, que se enfrentaban a agentes de la CIA escondidos bajo sus cascos y sus espejuelos ridículos. Claro que desde nuestra óptica infantil habría sido mejor tener algo más ajustado a los pequeños, pero aquellos dibujos humorísticos profundamente políticos al menos escapaban de la cansona iconografía con que el realismo socialista saturaba nuestros libros escolares.
Así nos formamos, entre esbozos donde la enorme deuda contraída con el FMI tenía forma de bolsa agujereada y la paz se representaba con la imagen de una paloma que sólo se posaba en esta pequeña isla del Caribe. Eran también los tiempos en que los caricaturistas cubanos hacían su agosto con la nariz de Nixon o con el rostro arrugado de Reagan, y pintaban a George Bush en inimaginables posturas. Mientras que representar al comandante en jefe en esas viñetas resultaba tan sacrílego y peligroso que su perfil está hasta el día de hoy ausente de nuestro humor gráfico.
A la historieta revolucionaria le surgieron, además, algunos obstáculos comenzados los años 90. La mayoría de los buenos dibujantes emigró a otras tierras, casualmente a esos lugares que ellos mismos nos habían representado con los tonos ocres y apocalípticos de la crisis internacional. Algunos de los más conocidos pasaron a trabajar en diarios de la Florida, Madrid, Buenos Aires o Santiago de Chile, y allí empezaron a criticar con su estilográfica incluso la figura -intocable dentro de Cuba- de Fidel Castro.
No sólo perdimos así una buena parte de la gráfica nacional, sino que hasta el mismísimo mundo se transformó, y la figura del oso soviético se fugó de nuestras ilustraciones. La falta de papel desmanteló las publicaciones dedicadas a la sátira social y política. Títulos como Palante o Dedeté prácticamente dejaron de ser coreados por los vendedores de periódicos.
Pero las tiras burlescas no sólo se vieron afectadas por el éxodo de los talentos o la falta de materia prima, sino porque cada vez era más difícil encontrar un tema no censurado sobre cuál dibujar con mordacidad. Despojados de todo su carácter irreverente, estos chispazos hilarantes que salían en los diarios oficiales sólo podían arremeter contra los Estados Unidos o burlarse de algún que otro mandatario latinoamericano.
Entonces llegó Barack Obama a la Casa Blanca, y los pocos periódicos de la isla tuvieron que ponerse cautelosos con el humor gráfico en su contra. El punto más delicado era mantener los beligerantes dibujos -como había sido contra sus predecesores- sin que al exagerar los labios, achatar la nariz o enroscar el cabello, pareciera que se hacía una burla racista al presidente norteamericano. Pero no sólo a los soldados de la pluma se les complicaron las cosas. El propio discurso político de la isla también se vio obligado a redefinirse.
Asistimos a la realidad de una prensa prácticamente carente de esa chispa de ingenio y broma que es la viñeta gráfica y el retrato mordaz de alguna celebridad. Periódicos sin colores, sin risas, sin el átomo de pimienta que aporta lo irreverente. El diario Granma es quizás el ejemplo más acabado de esa sobriedad, de cómo la plumilla cáustica de los dibujantes también comenzó a ser considerada contestataria o contrarrevolucionaria. Ahora mismo se muestra tan pobre la historieta o caricatura de corte social y político en nuestros medios, que hemos llegado a extrañar los años 70 y 80, a sentir nostalgia de aquella reiterada imagen de una tira cómica donde un imperturbable miliciano se mantenía parado sobre su isla de palma solitaria, mientras afueras una nube tóxica -hecha con una sola mancha de tinta- amenazaba con tragárselo todo.
(*) Nacida en La Habana en 1975. Desde 2007 escribe en el blog Generación Y, al que el Gobierno de Cuba le aplicó un filtro informático para que no pueda ser visto en los sitios públicos de internet en ese país. Ganó los premios de periodismo Ortega y Gasset, y Maria Moors Cabot, y la revista Time la ha incluido entre las cien personas más influyentes del mundo en la categoría «Héroes y pioneros».