Cuba: sin libreta y sin trabajo
Dos anécdotas, una vieja y una reciente. La nueva: al llegar antier a Miami -a la vez guarida de la «gusanera» y principal fuente de ingresos del gobierno cubano- al salir de la aduana me aborda un uniformado de la Customs and Border Protection y me dice: «usted es una persona importante en México, yo lo conozco». Le respondí: «quizá lo fui, pero ya no: soy Jorge Castañeda». Dice el oficial, en un castellano habanero inconfundible: «yo lo conocí en Cuba hace muchos años; yo trabajaba en el Departamento de América» (el célebre ministerio de la «revolución» encabezado por Manuel Piñeiro). A lo cual no me quedó más que darle la mano y decirle: «qué giros da la vida»; su respuesta fue lapidaria: «aquí pagan más que allá». La vieja: hace poco más de 20 años, cuando fusilaron a Arnaldo Ochoa y Antonio de la Guardia, me enteré de la noticia en compañía de un querido amigo francés, a su vez compañero y amigo de Tony de la Guardia. Además de casi llorar la muerte de su amigo, el francés exclamó: «yo no sé cómo va a acabar todo esto, pero lo que no quisiera ver nunca es que a la muerte de los Castro estalle la rebelión, lleguen los Marines, y ante la espantosa miseria padecida durante años por el pueblo, los aclamen miles en el malecón de La Habana». Mi amigo francés se equivocó en los tiempos, obviamente; pero no sé si sobre el desenlace.
Es imposible evaluar el impacto que podrán surtir las medidas draconianas que está aplicando el régimen castrista para sobrevivir. Se antoja perfectamente posible que el pueblo cubano las aguante, ha demostrado que «aguanta un piano». Pero es probable, también, que nunca le haya tocado a ese pueblo un golpe como el que ahora se le está asestando, y todo para tratar de perpetuar un régimen más fallido que nunca. Dejaremos para otra ocasión el efecto de los anuncios de estos días y de los aún no consumados despidos masivos, previstos para el primer semestre de este año. Pero ya sabemos algo de lo que sucedió por la eliminación de la libreta de racionamiento de una serie de productos básicos que se le entregaban (en poca cantidad y a bajo precio) a los habitantes de la isla desde hace casi ya medio siglo, cuando empezó el racionamiento.
A partir del 1o. de noviembre se han eliminado de la libreta los siguientes productos básicos: papa, chícharo, jabón de tocador, jabón para lavar, pasta dental y detergente líquido, los últimos en días recientes. A partir de su liberación, los precios de estos productos, como era lógico, se han disparado. El promedio de incremento es de un factor de 10, es decir 1000%, el mayor dándose en el jabón de tocador (de 25 centavos a 5 pesos cubanos), los chícharos (de 15 centavos por medio kilo a 3.5 pesos) y el jabón para lavar (de 40 centavos a 5 pesos); y el menor en la pasta dental (de 65 centavos a 8 pesos) y las papas (de 30 centavos por medio kilo a 2 pesos cubanos). Estos aumentos son la diferencia entre el anterior precio oficial y el nuevo precio oficial, mas no necesariamente el precio real del producto en la calle. Es lógico que con el tiempo el precio liberado oficial y el precio de mercado negro en la calle converjan, pero no se va a dar de manera inmediata. Por ejemplo: dos de los tres productos liberados tienen un precio en la calle dos veces mayor que el nuevo precio oficial, que ya era 12 veces mayor.
Es cierto que los cubanos carecen de prácticamente todo desde hace años. También es cierto que gracias a las remesas, a las propinas, a la prostitución y a Chávez hay más dinero en la economía de lo que la misma economía genera. Es cierto que el ingenio cubano para «resolvel» es infinito. Y es cierto que con la liberalización del «cuentapropismo» y del «changarrismo» es posible que tengan ingresos mayores para pagar más caro por productos que ahora sí existen. Pero por un rato largo van a encontrarse, como dice Norberto Fuentes, sin libreta y sin trabajo. Una combinación inédita en la historia moderna de Cuba.