El Tren del Llano, por Javier Ignacio Mayorca
El 11 de julio de 2013, los oficiales de la estación Barbacoas de la Policía de Aragua conocieron el poder de fuego de la banda comandada por José Antonio Tovar Colina. Los agentes fueron llamados por vecinos aterrados ante el escándalo callejero protagonizado por algunos integrantes de la organización, frente a la licorería Barbsur. Los sujetos disparaban sus fusiles, pistolas y ametralladoras al aire sin ningún tipo de contención.
Cuando llegaron las patrullas se inició un tiroteo en el que los policías llevaban las de perder. Pronto quedaron sin municiones y tuvieron que replegarse en la única estación policial de la población, mal construida y peor dotada.
Para ese momento, ya le atribuían a la banda de Tovar las muertes de dos funcionarios policiales. Pero el hampón tuvo piedad hacia sus contendores en esa ocasión. Bloqueó los accesos al pueblo y tomó un ambulatorio para exigir que atendieran a un compinche herido en la refriega. Al fondo de la calle, un sujeto armado con una bazuca antitanque (AT4) amenazaba con volar cualquier patrulla que apareciera.
Eventualmente, Tovar y su grupo tomaron un vehículo policial y lo usaron para huir. Luego lo quemaron en plena carretera.
Esta fue la primera gran evidencia sobre la gestación de una insurgencia criminal en el país. Pero los cuerpos policiales y militares, con Cicpc a la cabeza, no estaban preparados para comprenderla en toda su magnitud. Ese discurso del “paramilitarismo de derecha” ya los cegaba.
El caso Tovar lo trataban como si fuese uno más del montón. El primer gran informe lo trabajaron como el relato sobre el prontuario de un sujeto prácticamente desconocido, entonces de 24 años de edad. Ni siquiera atinaron a señalar el nombre con el que los integrantes del grupo se denominaban, el Tren del Llano.
Para Cicpc se trataba de la banda del Picure, o Concha de Mango en recuerdo del sector donde se crió su líder.
Pero la revisión detallada de los hechos consignados en ese informe, así como otros reportes que posteriormente fueron elaborados por el Grupo Antiextorsión y Secuestros de la Guardia Nacional, advertían sobre el desarrollo de una organización que llegaría a adquirir el estatus de megabanda.
Esa organización además reproducía códigos y estructuras de otras que operaban en el ámbito penitenciario.
No en balde, las cárceles han sido la cuna de otros “trenes”: la de Tocorón, por ejemplo, alberga al liderazgo del Tren de Aragua, y la de San Antonio en Margarita tuvo hasta hace poco a la cúpula del Tren del Pacífico. Otras locomotoras delictivas, como las de Sucre y Apure, probablemente tendrán a algunos líderes tras las rejas.
Un preso de Tocorón me explicó recientemente que la denominación de “trenes” viene de la existencia bajo un mismo comando de varios “carros” o grupos de reos. De manera que para comandar un tren no basta con ser “principal” o pram, sino que es necesario estar al frente de varias de estas organizaciones.
Según la Guardia Nacional, el Tren del Llano debía este nombre a la participación en la banda de dos líderes de los sindicatos que regían la fuerza laboral en el tendido de la vía férrea al centro del país, que pasaría precisamente por Guárico. Estos sujetos figuraron hasta 2014 como lugartenientes de Tovar Colina, pero fueron eliminados en diversos enfrentamientos. No obstante, la organización continuó creciendo. El “tren” adquirió nuevos vagones.
A juzgar por los reportes de CICPC y la GN, Tovar Colina y su grupo comenzaron robando vehículos y extorsionando a sus propietarios para lograr una devolución durante la primera década de este siglo. Luego incursionaron en el secuestro a comerciantes de El Sombrero y Barbacoas. Eventualmente, sus miembros llegarían a transportar alijos de drogas. Este delito no figuraba en los primeros reportes. Fue allí cuando adquirieron más dinero y poder de fuego. Todo en medio de una impunidad rampante.
Al mismo tiempo el Tren del Llano adquiría renombre en El Sombrero. Sus líderes mostraban una faceta delictiva, violenta, pero también otra benevolente. Organizaban fiestas populares, con cantantes y bebidas para todos en Concha de Mango. Las llamaban “rumbas” y las anunciaban por una página de Facebook a nombre de la banda. Para el momento de elaborar este artículo, ese sitio web aún estaba activo.
Los beneficiarios de estos saraos compusieron canciones de hip hop y reguetón para exaltar a la megabanda y a su líder máximo. Una edición criolla de los narcocorridos mexicanos.
A pesar de estas alianzas con sectores sindicales y de la política local, Tovar Colina no supo administrar la violencia, en especial cuando se trataba de funcionarios policiales. Su gente consideraba, por ejemplo, que la policía judicial había saqueado un hotel que el Picure tenía a nombre de un familiar en El Sombrero. En retaliación fusilaron a un detective de Cicpc que había prestado un camión de su propiedad para transportar los muebles decomisados. Lo acribillaron en una estación de servicio.
Esto hizo que, a la vuelta de dos años contados a partir del episodio en Barbacoas, el hombre se convirtiera en un objetivo prioritario para los cuerpos de seguridad. En las primeras listas de “los más buscados” Picure figuraba entre los primeros. Pero cada vez que intentaban detenerlo o matarlo él se las agenciaba para escapar, aún a costa de la vida de algunos lugartenientes. Cada episodio servía para cimentar más su prestigio.
Esto explica por qué, luego de la operación que finalizó con su muerte, uno de los militares exclamara en un mensaje de voz a sus compañeros de armas: “¡Se acabó el mito!”.
Luego, los comandos de la GN se retrataron al lado de su cadáver, como si fuese una versión venezolana del extinto líder del cartel de Medellín, Pablo Escobar.
Con la eliminación del Picure y sus principales lugartenientes el Tren del Llano queda prácticamente diezmado. El terreno se abre para la otra megabanda que le disputaba espacios, liderada por Juvenal Bravo Sánchez. Esta organización, de apenas cuatro años de formada, fue según la GN la principal banda de secuestradores del país entre finales de 2014 y la primera mitad de 2015.
La muerte del Picure probablemente dará algunas noches de tranquilidad a los pobladores de El Sombrero. Eso sí, luego de un sepelio en el que los remanentes del Tren del Llano intentarán una última demostración de poder, un adiós a su líder fundador.