¿El fin del disparate?
Por tres razones: porque los resultados de su último survey concuerdan con los de las recientes elecciones a diputados; porque Henrique Capriles ha hecho una extraordinaria campaña, mientras Chávez se ve enfermo y sin una sola idea; y porque se palpa entre los demócratas venezolanos un espíritu de triunfo que no había visto en los 14 años que ha durado el sobresaltado manicomio bolivariano.
Según este estudio de opinión pública, hecho en 1.546 hogares de electores de todo el país «que seguramente votarán», lo probable es que mañana domingo Henrique Capriles Radonski obtenga entre un 52 y un 54% de los votos. Es decir, ganaría, si se confirma el pronóstico, por un margen de 600 a 900.000 sufragios. Naturalmente, mientras mayor sea la diferencia, más difícil será para el chavismo hacer trampas. Esta vez la oposición tiene representantes en todas las mesas electorales –casi 40.000– comprometidos a hacer respetar el voto.
Es posible, claro, que el resultado sea otro y Chávez gane las elecciones. La distancia no es mucha y cae dentro del margen de error. (Más bien margen de horror). Ese desenlace no hay que descartarlo totalmente. Hay un punto en el que su gobierno supera ampliamente a la oposición: la ilimitada cantidad de recursos para movilizar a su clientela política y llevarla a cualquier costo hasta las mesas de votación. Una cosa es la intención de voto y otra diferente el acto de votar.
Para los chavistas será mucho más fácil llegar a la urna y regresar a la casa. A los empleados públicos, por una parte, los vigilan y amenazan. Por la otra, en muchos casos los alimentan, remuneran y transportan. La oposición no tiene un solo elemento de coacción para movilizar a sus partidarios, ni recursos para trasladarlos.
Ya se vio en los mítines de cierre de campaña. La multitud que aplaudió a Capriles estaba exclusivamente compuesta por caraqueños entusiasmados que acudían a la cita cívica espontáneamente. El chavismo, en cambio, más allá de su núcleo fanático duro (en torno al 20% de su militancia), es una imponente máquina de intimidar y sobornar. Puro palo y zanahoria.
En todo caso, ¿qué debe hacer la oposición venezolana si ganara las elecciones? Prepararse para tratar de reducir el daño que harán los chavistas en la despedida. Como los piratas, se llevarán hasta las campanas de la iglesia. Será un final parecido al de Nicaragua tras la derrota de los sandinistas en 1990: tres meses de saqueo inclemente, de piñata, y de minar el terreno con toda clase de ilegalidades para dejar al próximo gobierno una situación complicadísima, muy diferente al espíritu de colaboración con que (ingenuamente) se recibió a Chávez en 1999.
¿Y si Capriles pierde? ¿Y si gana Chávez por un puñado de votos? Entonces será tremendamente importante que la oposición se mantenga unida en torno a Capriles y a la Mesa de la Unidad Democrática, porque el fin del chavismo, gane o pierda las elecciones, está tan próximo como disponga el severo cáncer que sufre su líder.
De acuerdo con la Constitución venezolana, si el presidente muere antes de cumplirse la mitad de su mandato el gobierno tiene que convocar a elecciones de inmediato, y, por extraño que parezca, pese a que Chávez es el peor gobernante venezolano de los últimos cien años, es el único personaje de esa vertiente política que posee liderazgo y poder de convocatoria. Cualquier otro candidato, como suelen decir los españoles, sería pasado por las urnas sin contemplaciones.
Los próximos comicios han sido convocados para el 16 de diciembre. En esa fecha los venezolanos deben renovar todos los gobiernos y parlamentos regionales. Si la oposición se mantiene unida, cualquiera que sea el desenlace de este domingo, barrerá y tendrá el control de una parte creciente del país. Sería una insensatez destruir esa milagrosa hazaña de la unidad democrática. Especialmente ahora, que están casi al final de este inmenso disparate.