José María Vargas y Nicolás Maduro
No se me pasa por la cabeza hacer alguna similitud comparativa entre José María Vargas y Nicolás Maduro. Aquel era un sabio que dejó una obra inmensa de academia y civilidad. A este prefiero no calificarle… Lo que sí vale la pena esbozar es el contraste radical de lo que ambos significan. Y ello, particularmente, por las recientes órdenes gubernativas de suspensión laboral y estudiantil que, prácticamente, dejan a Venezuela sin estudio y sin trabajo.
José María Vargas, antes, durante y después de su presidencia, solía insistir que el objetivo más importante de un gobierno venezolano era infundir en el pueblo el amor por el trabajo… Una gran frase que no que quedó en una gran frase, sino que se concretó en leyes progresistas que estimularon el trabajo de la población. Después la hojarasca de la historia se llevó buena parte de todo ello. Pero el pensamiento y la acción de José María Vargas están allí. Y están como ejemplo venerable para el conjunto de los venezolanos, los de ayer, los de mañana y especialmente los de hoy.
Sí, especialmente los de hoy, los que padecen los desmanes del llamado “socialismo de siglo XXI”, tanto del predecesor como del sucesor, que han transmutado a Venezuela en una especie de derrumbe generalizado, en el que, quizá, la víctima principal sea el sentido social y humano del trabajo, y hasta la capacidad de trabajar honradamente, o sencillamente la capacidad de trabajar. Porque con lugares de trabajo cerrados, y con escuelas cerradas, no se puede ni trabajar ni estudiar.
Los chinos trabajan siete días a la semana. Es mucho, porque la persona necesita el merecido descanso. Pero los empleados públicos en Venezuela trabajan día y medio a la semana –si contamos el consabido lunes como medio día. Día y medio, todo un récord mundial de negligencia. Y no por culpa de ellos, sino porque así lo han decidido los jefes de la hegemonía, dizque para evitar un colapso eléctrico generalizado. Colapso que ya es una realidad cotidiana en medio país, y en el otro medio país también se siente con fuerza, y todo porque el desgobierno depredador acabó con las fortalezas del sistema eléctrico nacional, y sólo quedaron sus debilidades.
Y claro, vaya usted a saber si se trata de una excusa interesada, o qué hay detrás de todo eso. Que haya poca gente en la calle… Que el país de desmovilice… Que sea más fácil para las fuerzas de represión el controlar a la gente. Cualquier cosa, por más delirante que parezca, es posible en la agobiante realidad de nuestro país.
Si el sabio José María Vargas pudiera echarle una miradita a lo que acontece en su amada Venezuela, no lo podría creer. Su peor pesadilla echa realidad. El gobierno no sólo no se ocupa ni le interesa infundir al pueblo el amor por el trabajo, sino que estimula el ocio, el bachaquerismo, la vagancia peligrosa, la violencia, el crimen. Exactamente lo contradictorio de la prédica de Vargas. Así no es que sea imposible que cualquier país progrese, es que es imposible que no se destruya, como en efecto se está destruyendo Venezuela.