¿Cambio de hora u hora de cambio?
Alguna vez, escribí acerca del doble significado que el sustantivo “deposición” tiene en nuestro idioma. El primero se refiere a lo que hace uno en un tribunal o en una comisaría: declarar algo; por ejemplo: “el testigo hizo una deposición en la cual detallaba que vio cuando el acusado vendía droga en una esquina”. El segundo se refiere a la resultante de eso que púdicamente explicamos como: “hacer una necesidad fisiológica”. Me explico mejor con otro par de ejemplos: mientras en Venezuela imperen los jueces del horror que encabeza la reina del Botox, Nikolai nunca tendrá que hacer una deposición de las que expliqué primero; pero no puede ver un micrófono porque deja caer una de las segundas. Por eso es hasta frecuente que los venezolanos, luego de escuchar las noticias, exclamemos: “¡Cáspita, con ese decreto, este redomado felón ha amontonado otra deposición!”. Claro que uno emplea términos más macizos, pero como estamos en horario infantil, debo edulcorar el léxico. Es que el “presidente obrero” depone muy seguido…
Y lo de “obrero” nos lleva a otro término del lenguaje. La gente de mi edad recuerda una acepción del verbo “obrar” que ya pasó de moda, que no es conocida por personas más jóvenes, pero que se mantiene en el mataburros. Para unas y otras, ese verbo, actuando como transitivo, significa, entre otras cosas: “hacer algo”, “producir un efecto”. Cosa muy distinta es cuando funciona como intransitivo: quiere decir, “evacuar el vientre”. Por ello, en el caso de el Destructor, más adecuado sería quitarle lo de “obrero” (nunca trabajó, siempre fue reposero) y reemplazarlo por un adjetivo que le cuadra más: “obrador”. Es que —para decirlo con un término muy usado en América Central para significar “diarrea”— se lo pasa en una “obradera”. Enumero algunas “obras” recientes; solo unas pocas, no porque no abunden sino porque queda poco espacio.
Empecemos por eso de comisionar a Jorgito para “revisar” las firmas recolectadas por la oposición. Cosa que sería ilegal e innecesaria. Ilegal, porque esa es una función que nadie, aparte del CNE, puede llevar a cabo; e innecesaria porque con ordenarle a la Tibi tenía. ¿Qué busca con eso? Para ponerlo en el lenguaje militar del cual ha abusado la robolución, o es una “distracción”, tratar de atraer la atención de algunos, apartándola de lo que es en verdad importante, o es una “acción retardatriz” que, según la definición clásica, es una operación por la cual, un componente bajo presión “cambia espacio por tiempo mientras infringe daños al adversario para no ser desbordado”. En todo caso, lo que sí es cierto es que el tipo es masoquista: no se conformó con la vergüenza que pasó al saber que en menos de 48 horas se había recogido más de un millón de firmas, al ver las largas y alegres colas de firmantes (con parientes y militares uniformados estampando sus rúbricas); ahora busca que le vuelvan a ratificar que, sin importar cuántas trampas inventen, sobran firmas. O como dicen en el Llano: “hay pa’ da y convidá”.
La otra es esa jactancia estúpida reciente de que él ha decretado doce aumentos de sueldo en sus tres años de “gobierno”. Con eso, quiere convertir en una victoria lo que no pasa de ser una patente admisión de haber fracasado en su gestión, de haber terminado de dilapidar lo poco que el muerto no había despilfarrado, de haber completado la “obra” de convertirnos en menesterosos. Fanfarronea explicando que, después de su más reciente “generosidad”, el trabajador percibirá más de 33 mil bolívares. Pero no dice que, con esa cantidad, este pobre hombre no podrá comprar ni la mitad de lo que adquiría hace un año, que sus hijos van a pasar hambre física; que, si según el Banco Central, el año pasado la inflación fue de 180% y este año se prevé que llegará al 500%, ¿en cuánto se habrá deteriorado sus prestaciones sociales? Y si se da el caso de que llegue al final de su vida laboral, ¿cuánto se le liquidará y qué podrá adquirir con ellas? Alguien que le pida a Clinton, para pasárselo al ilegítimo, el letrerito de “¡es la economía, estúpido!”.
Sigue queriendo darse “balijú”, como dicen sus amados cubanos, buscando pelea con mandatarios extranjeros. Y estos no le paran ni medio centímetro. Se arropa con la cobija del patriotismo para hacer ver que el decreto de Obama es en contra del país, cuando atañe solo a una lista muy pequeña de venezolanos que todo el mundo sabe —presume, mejor, para evitar demandas— que tienen relaciones con el narcotráfico. Tanta saliva que ha gastado pidiéndole al negrito que derogue el decreto, y este no solo no se da por aludido, sino que ahora es el Congreso quien ratifica la decisión. Tanto nadar para ahogarse en la orilla…
Como los tres anteriores ejemplos, uno pudiera pasar todo el día enumerando sandeces del nortesantandereano. Pero ya es tiempo de terminar. Solo una frase más para poder justificar el título y para recordarle a mis paisanos que no solo hay que cambiar de hora; que también llegó la hora de cambiar de régimen…