Rebelión en el país que no puedes encontrar
La primera vez que me enteré de la existencia de Mali fue gracias al documental del etnólogo y cineasta francés Jean Rouch, “La caza del león con arco” (La Chasse au lion à l´arc, 1965). Rouch convivió durante varios años con pastores nómadas del Sahel y logró registrar el arte de la cacería del león con arco y flechas. El film se adentra en la identidad y cultura de los hombres del desierto, mostrando la riqueza de su tradición oral y su visión del mundo.
A partir de 1864, Mali se convirtió en colonia tras la conquista de las tropas francesas del África occidental. El etnocentrismo europeo se hace elocuente en el discurso pronunciado en 1923 por el ministro de las colonias Albert Serrault, en la apertura de los cursos de l’Ecole Coloniale: “En la arcilla informe de estos pobladores primitivos, Francia modela pacientemente una nueva humanidad”. Lo cierto es que Francia nunca ha podido someter a los rebeldes Tuaregs, los “hombres azules”, llamados así por el turbante con el que envuelven sus rostros y cuyo colorante tiñe su piel de añil. Se autodenominan Imajaghan, “orgullosos de ser libres”. Han sido desde tiempos inmemoriales los habitantes del desierto de Sahara que bordea los límites de Mali, Níger, Burkina-Fasso, Libia y Argelia. Los Tuaregs pertenecen a la etnia beréber que emigró de las invasiones árabes del siglo VII al XI, refugiándose en los macizos del desierto, que ellos llaman “las montañas de la luna”. Han conservado su lengua original, el tamajeq y aunque fueron convertidos al Islam conservaron sus propias creencias animistas. Su vida transcurre en labores de pastoreo de sus rebaños de camellos, vacas, cabras y ovejas, cuyos productos intercambian con otros pueblos. Desde la colonia, escritores y etnólogos han evocado a los Tuaregs como fieros guerreros, pero también como una alegoría de la libertad, pues viven fuera del tiempo lineal de occidente en un vasto territorio de un millón y medio de kilómetros cuadrados. Hegel los cita en su “Fenomenología del espíritu” al hablar sobre el tiempo cíclico.
Una nueva colonización
En 1917, Francia entró en guerra contra los Tuaregs, expulsándolos de las llanuras del Sahel. Marginados por los países del Magreb, han intentado asonadas como la de 1963 contra el gobierno de Mali, entonces bajo la órbita del bloque comunista soviético, así como las de 1990 y 1996, cuya represión arrojó miles de víctimas. A partir de 2007, grupos de Tuaregs se rebelan cerca de Níger, reclamando la ocupación de su territorio por empresas francesas que explotan los más importantes yacimientos de uranio del planeta. En marzo de 2012, el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), principal grupo rebelde Touareg del norte de Mali, proclama la independencia de esa región. La penetración de grupos salafistas entre los rebeldes, como el Ansar Dine d’Iyag Ag Galy (ADIG), el Frente de Liberación Nacional de Azawad (FLNA) y el Movimiento por la Unidad del Jihad Africano (MUJAO) con apoyo del Al-Quaida au Maghreb Islamique (AQMI), ha provocado éxodos masivos de pueblos y ciudades. Ante esta situación, la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental (CEDEAO), ha emitido una alerta sobre el deterioro de la seguridad en la región.
Los Tuaregs del Sahara padecen otra colonización, esta vez encabezada por los fanáticos del AQMI magrebí, que se han refugiado en sus territorios, aliados con bandas armadas provenientes de Sudan y de Libia, traficantes de armas y drogas. El portavoz del MNLA, Mossa Ag Attaher niega tener relación con esos grupos integristas. La confusión y la violencia reinan en la región, por lo que la CEDEAO ha anunciado una posible intervención militar con apoyo de Francia. A esto se suma una sequía y hambruna sin precedentes, lo que hace predecir una nueva catástrofe humanitaria en el Sahel.
Jean Rouch solía preguntar a los pastores nómadas que entrevistaba, a cuál país pertenecían, a lo que le respondían: “al país que no puedes encontrar”.