Llanto Final
“¡Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como hombre!” Sultana Aixa
Tal como todos preveíamos, y a contramano de los argumentos esgrimidos para defenderla, la Ley de Papel Prensa, sumada a los absurdos controles de don GuillermoPatotín Moreno sobre todas las importaciones, están dando los frutos buscados por este gobierno que busca ocultar la realidad tras el “relato”.
La Ley Antiterrorista, votada masivamente por estos infames traidores a la Patria que apoyan sus asentaderas en las bancas legislativas, completará el objetivo buscado.
El régimen de los Kirchner ha ido incrementando su poder, hoy omnímodo, sobre la sociedad desde el momento mismo en que don Néstor (q.e.p.d.) se transformó en el delfín de Eduardo Duhalde, ante la desesperación de éste por dejar el mando luego de las muertes de Kostecki y Santillán.
La oposición política, carcomida por rencillas motivadas en personalismos absurdos o cooptada bajo el lema “no me dejen afuera”, fue consintiendo esos avances graduales sobre la república, sobre la democracia y sobre las libertades individuales.
La prensa, a su vez, obnubilada por los negocios que podía obtener del Gobierno, nunca batió el parche suficientemente fuerte como para llamar la atención ciudadana sobre esos desquicios. En el caso de Clarín, su fuerte viraje en ocasión de la crisis con el campo fue obligado, ya que no respaldar la protesta le hubiera implicado una brutal caída en las ventas; así, un socio fundamental de don Néstor (q.e.p.d.) hasta el día anterior, se transformó en el enemigo por antonomasia de los Kirchner.
Magnetto y sus adláteres cometieron el peor de los errores en que puede caer un mariscal en combate: subestimó a su contrincante; hoy, como consecuencia, se encuentra literalmente contra las cuerdas, dependiendo de los humores y del heroísmo de algunos jueces para frenar la embestida, que amenaza con destruir su imperio.
Del empresariado nacional, por supuesto, nada cabía esperar, y nada se obtuvo, en materia de defensa de las instituciones. Preocupado exclusivamente por las prebendas que el poder de turno –al igual que los anteriores- les facilitaba para cuidar su mísera quintita, se convirtió en un personaje principal sólo cuando era necesario aparecer por la Casa Rosada para aplaudir lo que fuera.
El aliado más importante del Gobierno fue, durante estos años, la CGT; a sus líderes, también convencidos a base de privilegios y dádivas, se le encomendó que cuidaran la paz social, haciendo respetuoso silencio mientras la inflación destruía a la clase media –integrada, también, por los trabajadores mejor pagos- y, sobre todo, a los muchos que dependen del mercado informal para subsistir.
Y a las organizaciones “sociales” más combativas, la Tupac Amaru y el Movimiento Evita, se los privilegió en el reparto de subsidios y fondos estatales, amén de cargos ejecutivos y legislativos. Ello a pesar de que, entre las primeras preocupaciones de sus líderes, no figuraban el respeto a la ley y al orden constitucional.
Por su parte, la ciudadanía en general, abrigada –por cierto, muy temporalmente- por el desenfrenado consumo al que el Gobierno lo indujera, nunca reacciona, ni siquiera ante el escándalo que representa ser juzgada por don Zaffaroni, dueño reconocido de varios inmuebles donde se ejercía la prostitución, aún sentado en la Corte Suprema, o por don Oyarbide, haciendo impúdica gala de sus joyas mal habidas. Tampoco parece importarle, a la hora de votar, la impunidad con que los Kirchner se han enriquecido o el rápido sobreseimiento que obtienen cuando son denunciados.
Hoy, a la luz de lo sucedido con el papel para diarios, parece haber caído un bastión más de la muralla que debiera proteger a las instituciones y, como natural corolario, a la libertad. El llanto que humedece las primeras planas parece ser tardío.
Lo curioso es que, en la Argentina, nadie aprende. En estos ocho años y medio, el kirchnerismo ha dado acabadas pruebas de qué piensa de sus circunstanciales aliados, y de cómo se comporta con ellos cuando dejan de serles útiles o se permiten disentir con el discurso oficial.
La lista es enorme, pero la encabezan, sin duda, Cobos, Scioli, Peralta, Acevedo, Moyano, Piumato, de Gennaro, Micheli, Zanola, Pedraza, Banquito Bendini, y tantos otros que, para cobijarse bajo el ala del poder, fueron capaces de traicionar principios, partidos políticos, estructuras, juramentos, amigos, socios, colegas, representados y camaradas.
Con sólo mirar alrededor, El día mismo de la reasunción de doña Cristina, y bajo el lema “nunca menos”, el Gobierno, protegido por La Cámpora, avisó que iría por todo y por todos. Probó, al menos en ese momento, que no es traidor, como exige el apotegma peronista.
A raíz de mi última nota, en la cual hablaba del pretendido poder de don Máximo Kirchner ante la posibilidad de una abdicación de doña Cristina por razones de salud (verdaderas o invocadas), un amigo muy querido me hizo notar la figura de doña Beatriz Rojkés de Alperovich, actual Presidente provisional del Senado.
Reconozco que, como a tantos argentinos, me llamó la atención su entronización como tercera en la línea sucesoria constitucional, ya que, fuera de las fronteras de Tucumán, era una perfecta desconocida. Mi amigo, inteligente y muy bien informado, la ubicó dentro del esquema ideológico y de poder de don Carlos Chino Zannini, verdadero “hombre fuerte” del régimen.
Don Amado Boudou, tan ninguneado en estos días en que se encuentra, al menos teóricamente, a cargo del mando del país, debe estar revisando en detalle y con preocupación lo ocurrido en 1973, cuando un forzado viaje de Alejandro Díaz Bialet, que debía suceder a Héctor Cámpora tras la renuncia de éste, permitió asumir la Presidencia a Raúl Lastiri, yerno de López Rega.
Si mi amigo tiene razón en su pronóstico, el país será conducido, con o sin doña Cristina, a una desenmascarada dictadura, tal como son hoy las democracias delegativas (Guillermo O’Donnell dixit) de Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia. Todas ellas, además de haber terminado con las instituciones republicanas, han transformado a sus países en cotos de caza privados de sus èlites gobernantes que, a falta de ideología -o, mejor, sirviéndose de ella-, lucran y usufructúan en beneficio propio, mientras conducen a sus pueblos a la ignorancia, al miedo y a la miseria.