Opinión Internacional

El alzamiento de Federico Mayor

Nos llega el sugestivo artículo (Papel de Europa en esta debacle ética) de Federico Mayor, antiguo Director de la Unesco y amigo estimado, quien reclama de Europa actualizarse éticamente. Afirma, siguiendo a Richard Youngs (Europe’s decline and fall), que «el poder se aleja de Occidente».

Ante la crisis pide un énfasis sobre lo político, que obvie lo mercaderil; pues le cabe a Europa «el gran papel de restablecer las referencias éticas universales de la acción política, a través de los derechos humanos y procurar el establecimiento de democracias firmes y eficaces en todo el mundo». Al efecto rechaza el «modelo occidental» y sugiere el avance hacia principios aceptados a escala planetaria. En suma, considera oportuna una Declaración Universal de la Democracia que cumpla el papel que juega la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948.

 

Debo decir que la preocupación de Mayor no es extraña. Compartí su encuentro con el fallecido Presidente venezolano, Rafael Caldera, a quien le anima centrar el debate de la Cumbre Iberoamericana de Isla de Margarita en los valores éticos de la democracia. Luego atendí su invitación para trabajar sobre el derecho humano a la paz. Y ahora nos indica que «es tiempo de alzarse».

 

Ello sugiere distintas perspectivas, pues uno se alza para mirar más allá de lo circunstante o bien, como ocurre con la llamada «primavera árabe», para levantarse en forma de poblada y arrasar lo que no nos sirve de la política para procurar, como se cree, la libertad. A Federico, no obstante, le basta endosar las culpas de cuanto acontece en Europa y en el mundo al presidente Reagan y la señora Thatcher. Sin decirlo nos dice que la crisis corriente es obra del capitalismo salvaje.

 

Añejas experiencias

 

Lo cierto es que sobre este manido argumento se recrean o de él se alimentan, en pleno siglo XXI, las más añejas experiencias totalitarias y autoritarias, de vuelta por los fueros perdidos. No por azar el embajador de Panamá ante la OEA apunta recién sobre la diferencia entre un cristiano y un comunista, ambos víctimas de la infidelidad de sus mujeres. El primero le pide a la suya confesar sus pecados y el segundo le tira piedras a la embajada americana.

 

El problema europeo y global es, como lo creo, más complejo y exigente. Si los comunistas -reales o disfrazados- ayer arguyen el valor de sus «democracias populares», esta vez usan los procesos que ofrece la democracia occidental para vaciarla de contenido y liquidarla en su raíz. A la par prometen un socialismo a ritmo de Black Berry, que abraza los medios tecnológicos y monetarios de la globalización y el capitalismo al tiempo que los demoniza.

 

Surgen en el presente, así, «demo-autocracias» dentro de Estados cascarones en los que instalan la mentira como política de Estado y subvierten la ética democrática, que demanda medios legítimos para fines legítimos y viceversa. Ello ocurre en plena transición hacia el encuentro y estabilidad de un modelo global que reúna y respete las diferencias culturales y religiosas, por virtud del decaimiento mismo del Estado que nos aporta el Leviatán y es cárcel de ciudadanía. Mas en contrapartida, como signo positivo, la democracia cede como forma de gobierno e insurge como derecho de los pueblos y de las personas.

 

¿Cuáles son o han de ser las instituciones internacionales o locales capaces de contener e interpretar las tendencias anteriores, y cómo han de formularse las categorías constitucionales que mejor las describan y expliquen dentro de la Aldea Global? No lo sabemos aún. Entre tanto el tema queda sobre el tapete y no puede eludirse, pero bajo ciertas premisas.

 

Apertura planetaria

 

¡Que Europa considere su apertura hacia lo planetario, en modo alguno predica su renuncia al Ser que es desde el día inaugural! Un error que puede costarle su acusada declinación, justamente y por presión de las migraciones diversas que aloja en su seno, es abdicar como paradigma de la cultura occidental y cristiana.

 

Si algo traslada a las demás civilizaciones como enseñanza, en especial a las ganadas por el fundamentalismo, y a las «patrias de campanario» o refugios -étnicos, religiosos, urbanos o de género- que acogen a los ciudadanos abandonados por sus Estados y les ofrecen el sosiego de sus cosmovisiones caseras, es, precisamente, el espíritu de la tolerancia. La escuela de la Reforma y el término del dogma de la Fe como fundamento de la vida política es de estirpe europea. Europa mal puede dejar de ser para luego intentar ser, si opta por la nada.

 

No comparto la idea de Mayor en cuanto a otra Declaración sobre la Democracia. A nivel universal existe la que adopta la Unión Interparlamentaria Mundial en 1997, con apoyo de la Unesco y Naciones Unidas. La Carta de París rige en Europa desde antes, y en las Américas, a partir de 2001, la Carta Democrática Interamericana. Medran, empero, como letra muerta. No por defectos propios o yerro en sus principios, sino por culpa de los gobiernos y gobernantes quienes electos por métodos democráticos hoy ejercen como Príncipes medievales -interpretan las reglas a su conveniencia y no asumen ser sus destinatarios- y sostienen sus poderes manipulando los arcana imperii o secretos de Estado. Se trata de traficantes de ilusiones, quienes demandan de sus gobernados hincar las rodillas en el altar donde otra vez ofician el miedo y la banalidad.

 

El columnista, antiguo Juez de la Corte Interamericana de DD.HH y ex ministro del interior de Venezuela, es autor de la obra El derecho a la democracia (EJV, Caracas, 2008)

 

 

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