Opinión Internacional

De textos y contextos escolares

Era de esperarse que la decisión del gobierno chileno de cambiar en los textos escolares la expresión “dictadura” por “régimen militar”, para referirse a los 17 años de la tiranía de Pinochet obligaría a sus promotores a cancelarla inmediatamente ante la ola de repudio de dicha osadía. Sin embargo, el daño está hecho para Sebastián Piñera a quien sus asesores le terminaron de dar el último tiro de gracia de la ya agónica carrera política.

Queda preguntarse: ¿Fue un intento de atraer a la extrema derecha simpatizante de Pinochet para la reconstrucción del partido Renovación Nacional? ¿Se trata de un asunto ideológico de la derecha chilena que busca encender un debate serio sobre la dictadura, con una izquierda que nunca se ha atrevido, seriamente, a calificar también con esa definición al régimen de Fidel Castro, que históricamente tiene que ver, por su excesivo involucramiento en la política chilena de los 70, con los sucesos que condujeron al golpe contra Allende? En todo caso, un régimen militar es siempre una dictadura, aunque es cierto que hay dictaduras autocráticas, respaldas por los militares, pero nacidas por elecciones libres como el caso de Fujimori y otros que se perpetúan en el poder mas sofisticadamente.

            Lo cierto, y es un ángulo interesante que presentó la polémica actual en Chile, es que como  la historia la escriben los vencedores, en sociedades no democráticas es intensamente manipulada por quienes detentan el poder, y eso se supo desde la Revolución Francesa, pero llegó al paroxismo cuando en regímenes totalitarios como el de la Alemania nazi, la Italia fascista y la Unión Soviética comunista, fueron utilizados los textos escolares como base principal para crear generaciones futuras de súbditos pasivos y adeptos sin capacidad de discernimiento de la ideología de estos regímenes.

Recientemente fuimos testigos de las reacciones histéricas masivas tras la muerte de Kim Jong-il en Corea del Norte, y cuando llegue la hora de Castro, serán genuinas las lágrimas de la mayoría de los cubanos, adoctrinados a percibirlo como un ser mítico, durante 4 décadas. En China, aun con el más salvaje de los capitalismos, será mejor que a nadie se le ocurra dudar que el país es “comunista” y su gran líder histórico es Mao, aunque éste se revuelque en la tumba porque sus herederos del partido se asusten más por la pérdida de dólares que los dolores de la pérdida de su ideología.

            Son pocos los países que tratan de ser objetivos con su historia, como Alemania, en donde el período del nazismo se enseña más detalladamente que otras épocas históricas: la mitad de un año lectivo en secundaria está destinada al estudio del ascenso de Hitler a poder, por la vía democrática, con el fin de enfatizar que solo con elecciones no se mantiene una democracia constitucional. La temática del nazismo y el Holocausto se comienza a estudiar cuando los alumnos tienen 14 años y se complementa con visitas a campos de concentración y museos. En cambio, Francia, país que se alió a Hitler con el gobierno colaboracionista de Vichy, intentó durante décadas ignorar su responsabilidad histórica en la deportación de sus judíos, y se exaltó, de manera desproporcionada, a la resistencia liderada por De Gaulle, que gobernó al país durante la posguerra, pero quien, ciertamente, no representaba a la gran mayoría de la sociedad durante la II Guerra Mundial, incluyendo a los intelectuales pro-soviéticos que tanto criticaron a la derecha nacionalista gala, pro-nazi para luego acomodarse en el gobierno de Vichy. (Recomiendo el libro “Y siguió la fiesta: La vida cultural en el París ocupado por los nazis” de Alan Riding (Ver http://www.diarioabierto.es/62376/cuando-paris-claudico). Sin embargo, desde hace años, los franceses van incorporando gradualmente, y con menos tabúes, el estudio de esta época en su educación escolar.

            Más difícil sigue siendo para los franceses el estudio objetivo de sus excesos coloniales, especialmente en Argelia, puesto que a diferencia de los tiempos de Vichy, el olvido es más fácil de promover ya que buena parte de los franceses seguían la guerra entre 1954 a 1962 desde la metrópoli, como un conflicto ajeno que no los ponía en directo peligro como sí ocurrió con los nazis. Recién en 1983 se introdujo La Guerra de Argelia en los programas escolares del país, pero su tratamiento fue fragmentado, disperso en unidades generales sobe la  descolonización en el mundo, la IV República y el establecimiento de la V con De Gaulle, y actuales asuntos de inmigración.  Otro problema por el cual el tema sigue siendo delicado para Francia, es por la amnistía que el propio gobierno socialista de Mitterrand  declaró en 1983 para todos los militares y “repatriados” franceses acusados de crímenes y torturas – no hay que olvidar que Mitterrand fue Ministro del Interior de un gobierno de derecha durante la guerra –  y la intención para las escuelas fue la de no ignorar el evento, pero sí los detalles

            En 2005 la Asamblea Nacional aprobó una ley que reconoce los “aspectos positivos” de la presencia francesa en Argelia, la cual es repudiada por los historiadores del país, a quienes les gustaría que Francia reconozca, oficialmente,, su responsabilidad histórica en crímenes perpetrados en ese país (Sobre el tema de la enseñanza y memoria de la Guerra Mundial y la Guerra de Argelia en Francia recomiendo leer la ponencia del Dr. Sthéphane Michonneau  en http://168.96.200.184:8080/avancso/avancso/pon8/).

Al menos en Chile y Francia, como ocurren en todas las democracias en el mundo más allá de sus grandes defectos (Estados Unidos, Perú, Israel, España, etc.) se debaten públicamente cómo afrontar y enseñar la historia tomando en cuenta, cada vez más, la visión de los vencidos en las guerras externas o civiles. Por supuesto, los textos escolares tienen mucho que ver con los partidos que llegan al poder, pero con un cambio de gobierno, también se revisan los instrumentos de educación. No ocurre así en naciones en donde la historia oficial cambia con los vientos de sus autócratas. En 2007 el gobierno de Putin obligó a los niños rusos a estudiar un único libro para cada asignatura volviendo a las prácticas soviéticas. Por eso, en el texto de “La historia moderna de Rusia: 1945-2006”, según el putinismo, Yosef Stalin dejó de ser el peor asesino de la historia del país, que ciertamente fue, y se le vuelve a otorgar el beneficio de la duda sobre muchos de sus exterminios. Para la escuela basta resaltar su papel en la Gran Guerra Patriótica (II Guerra Mundial) y la expansión territorial de la URSS. La idea es solo enseñar patriotismo y las grandezas de la nación.

            Los textos escolares venezolanos de historia han cambiado mucho desde 1999 pues ahora el 61.5% del contenido se dedica al período que comienza en 1998 cuando Hugo Chávez ganó las primeras elecciones, a su supuesto “socialismo”, y sus grandes obras (¿?), mientas que los gobiernos del período democrático (1958-1998) son someramente descritos y desvirtuados como “marionetas de Estados Unidos” y tratados de forma peyorativa. En esos textos no existe la fracasada invasión de Cuba a Venezuela el 8 de mayo de 1967 y las masacres de las guerrillas fidelistas, y más bien la lucha armada contra los gobiernos de ese tiempo se define como “justa y heroica”. En los ejercicios de matemática se exhorta al alumno a sumar cuentas como: “Si anteriormente había 500 mil viviendas y ahora el presidente Chávez te da 800 mil ¿cuántas hay?”.

            El grupo Hamas, en la franja de Gaza, enseña matemáticas con una fórmula parecida, aunque más perversa, como dando ejemplos para restar de acuerdo al “numero de judíos que quedan cuando se asesina a cierta cantidad”.

La polémica chilena es buena oportunidad para ahondar en el tema de lo delicado de la educación escolar en sociedades democráticas, pero también, para comprender hasta cuánto pueden influir los textos de las escuelas en radicalizar a sociedades ideologizadas y conducidas al fanatismo.  

En 1933, en homenaje al ascenso al poder de Hitler, el dramaturgo Hanns Johst escribe y colabora en el montaje de Shlageter, obra dedicada a éste mártir que perteneció al partido nazi. Uno de los personajes de la obra dice en una escena una frase que ha hecho eco porque luego fue repetida por  el fundador de la Gestapo, Hermann Göring y el general compañero de Franco, Emilio Mola: “Cuando oigo la palabra cultura… ¡Le quito el seguro a mi (pistola) Browning! «

                La cultura conduce al debate, y por eso los chilenos pueden estar tranquilos, – a diferencia de otros sufridos pueblos de hoy – mientras preserven una auténtica democracia

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