Opinión Internacional

La suerte de Gardel

“Se mata lo que se ama”.
Oscar Wilde, Balada de la cárcel de Reading.

“Vivir es cambiar, cualquier foto vieja, lo dirá”
Homero Expósito, “Chau, no va más”.

Gardel acertó al retirarse a tiempo. En el momento justo.
De no haberse desmoronado en Medellín, probablemente Carlos Gardel hubiera terminado como cualquier vocalista decadente. Con peluquín y en cantinas lamentables.
El ejemplo de Gardel resulta arbitrariamente útil para proponer el paralelismo a discutir.
Entre los presidentes Arturo Frondizi y Carlos Menem.

La verdad de la realidad

En 1958, al llegar a la presidencia, Arturo Frondizi tenía 50 años. Intentó establecer un modelo de desarrollo verbal. Un país básicamente industrializado, con sofisticadas maquinarias, siderurgia de excelencia y ensoñaciones de petróleo.
Había llegado al sillón de Rivadavia con el apoyo del peronismo excluido. Pero los militares infantiles lo hostigaron con planteos y empujones. Entre tantas histerias, lo echaron por no haber evitado que en Buenos Aires, la provincia inviable, triunfara el peronista Andrés Framini. Fue en 1962.
A los 53 años, al estadista Frondizi se le acababa la epopeya para homenajear. Medio siglo después.
La suerte de GardelEl inconveniente es que el pobre Frondizi no tuvo la suerte de Gardel. Permaneció, en la calle Berutti, 33 años más. Hasta 1995.

Hoy se asiste a la revaloración culposa de Frondizi. Induce hasta a Mauricio Macri -la figura más relevante del macricaputismo-, a proclamarse desarrollista.

Del Frondizi menos tratable, el que se arrastra desde 1962 a 1995, nadie pugna por acordarse.
Para sostener la revaloración, es preferible obviar las décadas largas en que Frondizi intentó influir en la sociedad, con suerte bastante relativa.
Asociado, intelectualmente, al ideólogo Rogelio Frigerio, El Tapir. Juntos  explotaban el peso -aún incipiente- del diario Clarín.
Frigerio bajaba la línea. Fue el impulsor, a inicios de los 70 -y mientras los cadáveres comenzaban a sumarse-, del documento “La única verdad es la realidad”. Base argumental del posteriormente llamado Frente Justicialista de Liberación.
Juntos, Frondizi y Frigerio, retribuyeron gentilezas. Impulsaron el regreso al poder de Juan Domingo Perón.

Perón también tuvo, en cierto sentido, la suerte de Gardel.
Pudo retirarse justo antes que la decadencia lo pulverizara totalmente. Por lo tanto mantuvo su vigencia.
Fue Perón el que eclipsó, en definitiva, a Frondizi.

La suerte de GardelResulta imposible evaluar el periplo presidencial de Frondizi, separado de la tutela hegemónica de quien ocupaba fabulosamente la centralidad. Perón.

El verdadero ocaso político de la dupla Frondizi-Frigerio distaron de producirlo aquellos militares equivocadamente limitados de los sesenta.
El final de la gravitación les llega, en nuestra versión de la historia, casi 20 años después. En los inicios de los ochenta.
Cuando el contador Héctor Magnetto, con 36 años, junto a Marcos Cytrynblum, de 42, se las ingeniaron para unificarse y embarcar, en la cruzada liberadora, a la señora Ernestina de Noble, de 55. Para la tarea titánica de expulsar de Clarín a los desarrollistas que se creían los dueños del “ideario” del diario. Es la verdad de la realidad (y es el trasfondo de “Diario de la Argentina”, novela de 1984, aún imperdonable, suscripta por nuestro director, y que posiblemente Sudamericana se atreva, alguna vez, a reeditar).

La soledad de Berutti

No obstante, la partida de defunción de 1981 fue insuficiente. Aún Frondizi insistiría durante 14 años más. Recluido, solitariamente, en su departamento de la calle Berutti. Era visitado por muy pocos amigos presentables. Por ejemplo había un amigo incondicional, de magnitud irigoyenista. Don Andrés Amil.
Fue Amil quien llevó al cronista hasta Berutti. Donde persistía el Frondizi menos analizable que nada tenía que ver con el Frondizi que hoy revalora Macri. Como lo valoró Duhalde. Junto a la formidable legión de re-descubridores que lo reconfortan, ante los contemporáneos que supieron brindarle la espalda.

La suerte de GardelPara el cronista, Frondizi es el anticipo ilustrativo del destino que la política suele depararle generalmente al intelectual. El destino de la soledad. Con el apoyo hacia las posiciones exactamente opuestas a las que le brindaron legitimidad.
En los últimos años de su aventura existencial, Frondizi se ubicó mucho más a la derecha de lo necesario. Como si aplicara el apotegma de Wilde, se dedicó a demoler los fundamentos de su grandeza. Con una lacerante proximidad con los chupadores de cirios que protestaban contra el divorcio. Y entreverado sigilosamente con los militares descontentos con las imposturas humanitarias de Alfonsín. Sucesores, aunque de rostros pintados, de aquellos militares trágicos, y en simultáneo infantiles, que le hicieron 23 planteos.
Pero es preferible olvidar los detalles del ocaso. Para conformarnos con las tesituras que entusiasman a Mauricio. Y que sensibilizan, incluso, hasta a los que conspiraron, en su momento, para desalojarlo.

Menem y el recetario de Oscar Wilde

A través de sus posiciones escandalosamente paradójicas, Carlos Menem admite la equiparación con la parábola de Frondizi.
Menem fue gobernador de La Rioja antes de los 43 años. Fue presidiario del montón a los 46. Pero Presidente desde los 59 hasta los 69.
La suerte de GardelProtagonista fundamental, apostó por la modernización cultural de la economía.
Domingo Cavallo, durante cinco años, fue su Frigerio.
Juntos, Menem y Cavallo dieron literalmente vuelta el país del atraso circular. Transformaron el país donde todo, invariablemente, siempre termina mal.
Por si no bastara, en su plenitud, Menem trató, ilusoriamente, de imponer la Reconciliación Nacional.
Habrá que aguardar, acaso, otro medio siglo para revalorarlo. Como con Frondizi.
Cuando se despejen las vengativas turbulencias de nuestra tradicional inmadurez.

En un sentido estricto, la epopeya de Menem concluyó en diciembre de 1999.
Cuando le entregó la banda presidencial a Fernando De la Rúa. Ante el entusiasmo de un sector de la sociedad cansada.

Menem, como Frondizi, tampoco tuvo la suerte del retiro de Gardel. O, en cierto modo, de Perón.
Prefirió arriesgarse valientemente a encarar la aventura de la declinación. Para insistir con la dinámica de la vida políticamente cotidiana.
La suerte de GardelY dedicarse, para permanecer, a demoler la obra realizada. Como si siguiera aquel recetario poético de Oscar Wilde.
Preferible es “guardar el caño”. Corresponde olvidarse de los episodios banales. Menores. Olvidarse de la caricatura que persiste.
Para quedarse con el legado de aquel Menem de los 90. El que va a ser tomado como ejemplo. Por los próximos Mauricios que broten, irremediablemente, en la posteridad.

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