¿El gobierno que nos merecemos?
-¿Eres de Venezuela?
-Sí
-Venezuela. ¿Nicolás Maduro, no? ¿Allá es donde el Congreso quiere cambiar al Presidente y ahora el Presidente quiere liquidar al Congreso?
-Se pudiera decir que sí.
-Ah, ya. Leí que Maduro decretó los viernes como no laborales para ahorrar electricidad. ¿Es verdad?
-Sí claro, reciente.
-Y vi que la inseguridad es tal que la gente toma justicia por sus manos con linchamientos y han quemado a varios delincuentes, incluso a uno que ahora todo apunta que era inocente. ¿Es así?
-Tal cual.
-Me enteré que aumentaron en 6000% el precio del combustible pero aún con eso siguen siendo el país con la gasolina más barata pero con el nivel de miseria más alto del continente. Una lástima.
-Eso también es verdad.
-Una página web publicó un reportaje que me erizó la piel: resulta que hay enfermos de cáncer que prefieren suicidarse antes de tratarse la enfermedad en Venezuela debido a la gran escasez de medicinas y colapso de los hospitales y clínicas…
-También lo leí.
-¿Y cómo llegaron a ese punto? Nosotros admirábamos el desarrollo de Venezuela hace tiempo. Cuando estábamos en dictadura ustedes acogieron a cientos de compañeros que huyeron al exilio. Eran la vitrina de la democracia y ahora están en el fondo. ¿Qué les pasó?
¿Qué nos pasó? Esa es la pregunta que se cuela en cualquier foro, conversación, cena familiar o charla. Los venezolanos, en especial los más jóvenes, cuya diáspora, según estimaciones, ronda el millón de almas, se preguntan qué le pasó al país del que hablaban sus abuelos, en el que todo era infinitamente mejor con respecto a la barbarie que se vive en estos días. No son pocas las incongruencias que se escuchan cuando alguien intenta analizar la trayectoria del “cómo” llegamos a este punto. Algunos pasan la factura al sistema político, otros resumen las causas, deportivamente, en una injusta frase de la que desconocen su origen y sentido estricto: “Cada nación tiene el gobierno que se merece” (Joseph de Maistre, 1753-1821). Del resto, palabras más, palabras menos, las acusaciones van en la misma dirección. Intentemos una respuesta resumida citando a los investigadores Daron Acemoglu y James Robinson en el prominente ensayo “Por qué fracasan los países” (7ª ed., 2014, Deusto: Madrid), quienes abordaron brevemente el tema:
“Venezuela también hizo la transición a la democracia después de 1958, pero esto ocurrió sin cesión de poder a las bases y no creó un reparto pluralista del poder político. Lo que sucedió fue que los políticos corruptos, las redes de clientelismo y los conflictos persistieron en Venezuela, y, en parte, como resultado de ello, cuando los votantes fueron a las urnas, incluso estaban dispuestos a dar apoyo a déspotas en potencia como Hugo Chávez, y la causa más probable es que pensaran que solamente él podría hacer frente a las élites establecidas de Venezuela” (pp. 535-536).
La crisis del sistema político y de la economía basada en el rentismo petrolero, fue el preámbulo para una sociedad que en buena parte no se sentía representada por la dirigencia y exigían una vuelta al reparto de la riqueza de los setenta. Chávez consolidó su proyecto con dinero a manos llenas, gastando todos los recursos que, por suerte, habíamos obtenido con los altos precios del petróleo durante su mandato. Falleció, y con él también murió la bonanza. Al país le tocó enfrentarse a su realidad: todo lo que consume lo importa, lo poco que produce no abastece el mercado interno, educación de baja calidad, pobreza y miseria creciendo sin control…
Vivimos sobre las ruinas de un sistema democrático que funcionó y que fue ejemplar. También que puede volver a serlo, con el concierto de la dirigencia y de la sociedad. No es que solo los gobiernos deciden el rumbo de un país o que solo los pueblos, sin organización ni sistema, determinan su futuro. Un poco de uno y un poco del otro.
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