Tato Bores era profeta
“La paz que has elegido es peor que mi guerra, lo que
pudo haber sido y lo que nunca será”
Joaquín Sabina
Seguramente, si usted tiene menos de treinta años, no recuerde el episodio pero, en las últimas etapas de su prolongadísimo ciclo televisivo, Tato Bores, “el cómico mayor de la nación”, creó un personaje nuevo. Se trataba de un científico alemán -arqueólogo para más datos- a quien la Universidad de Heidelberg le encomendaba investigar la presunta existencia anterior, en el sur de América, de un país que se habría llamado Argentina; la presentación era acompañada por un mapa en el cual nuestro territorio estaba ocupado, totalmente, por el mar, como remedo de la mitológica Atlántida.
Obviamente, era un profeta, ya que hoy nos enfrentamos a la desaparición como entidad independiente; nadie supone que se hundirá, pero sí que explotará como ha sucedido con muchas otras naciones (Yugoslavia, Checoeslovaquia, Unión Soviética, etc.), y podrá pasarle a otras (España vs Cataluña, Gran Bretaña vs Escocia, Bélgica, etc.). En algunos casos, se formaron nuevos países independientes; en otros, regiones enormes fueron anexadas a sus vecinos. A veces, el motivo fue una guerra (Estados Unidos vs Texas o Nuevo México, Argentina vs Chaco, por ejemplo); otras, conflictos internos (Colombia vs Panamá). Y en muchos casos, fue la simple y constante decadencia, eventualmente sumada a la declinación económica, la que produjo el triste final.
Es decir, que la producción de un hecho como esos –que, en nuestro caso, seguramente se transformaría en la anexión de territorios por nuestros vecinos- no sorprendería demasiado a los estudiosos de la historia universal. Pero debiera afectarnos mucho, y obligar a ocuparnos –ya no preocuparnos- de encontrar una alternativa viable.
Hoy, mal que nos pese y de cuanto hagamos para ignorarlo, la República Argentina se cayó o, mejor, la hicimos caer. Como diría María Elena Walsh, “no es lo mismo ser profundo que haberse venido abajo”; esto es lo que hemos hecho, todos, con el país que recibimos de nuestros ancestros y que hubiéramos debido conservar para nuestros hijos y nietos.
A mi modo de ver, el primero de nuestros males –que no es de ahora, sino que viene arrastrándose, ante nuestra indiferencia, hace décadas- es la destrucción de la educación en todos los niveles, lo cual nos deja sin futuro. Ya el 10 de marzo de 2011, me explayé sobre el tema en “Estúpida Universidad” (http://tinyurl.com/bx9t7mt); le ruego la lea para conocer, o recordar, mi propuesta (basta con pinchar en el link).
El martes pasado, Marcelo Zlotowiagzda, en el tercer bloque de su programa “Palabras más, palabras menos” (http://tinyurl.com/b9sxgml) entrevistó al maestro Guadagni, un economista conocido y, tal vez, una de las personas que más sabe de estadísticas de la educación. Como demostración palmaria de las causas de nuestra carencia de futuro, hizo notar que, según el censo que realizó la Universidad de Buenos Aires en 2011, mientras se habían graduado 34.071 abogados y contadores, sólo lo habían hecho quince ingenieros hidráulicos, veinticuatro ingenieros en petróleo y trece ingenieros nucleares, y que la participación en el alumnado de estudiantes provenientes de colegios secundarios públicos había descendido desde el 54% (1992) al 40% (2011), confirmando así un apotegma de Andrés Cisneros: “La universidad gratuita es la universidad del privilegio”.
Guadagni, sosteniendo que el ingreso irrestricto y la gratuidad indiscriminada de la enseñanza eran dos disparates, relató el ínfimo porcentaje de graduados de nuestras universidades públicas (25% en promedio, con simas de 4%) versus los datos que proporcionan países como México, Chile y Brasil (55%), pese a que el porcentaje de estudiantes universitarios en Argentina duplicaba el que exhibían esos países; y sostuvo que el sistema de cupos y de becas, como método para orientar la educación universitaria a las carreras que el país necesita, para autofinanciar la universidad y para mejorar sensiblemente el sueldo a los profesores, se aplicaba en regímenes tan disímiles como la ex URSS, en China, en Cuba, en toda Europa y, más recientemente, hasta en el Ecuador de Rafael Correa.
Dejó claramente establecido que hay que actuar sobre la educación primaria y secundaria, para garantizar la elemental igualdad de oportunidades que nuestra Constitución manda, y abundó en cifras que demuestran el tamaño de esa deuda social a diecinueve años de su sanción. El incumplimiento de la ley de jornada extendida en el nivel inicial es terrible; simplemente atravesando la Av. Gral. Paz, el porcentaje de chicos que asisten a escuelas de jornada doble desciende del 45% al 4%, condenando a millones de ellos a la exclusión y a la marginalidad. La mera constatación de la existencia de un millón de jóvenes “ni-ni”, que no estudian ni trabajan, demuestra claramente esta hipótesis.
Pero lo que más me impresionó fue la segunda parte de ese bloque, en el que el entrevistado fue el Presidente de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), Alejandro Lipcovich; quien encabeza la organización que nuclea a los estudiantes de la ciudad capital, es decir, a quienes debieran ser los más preocupados por el panorama que había presentado el profesor, respondió sólo con consignas y con dogmas, negando la realidad en nombre de una ideología trasnochada y ridícula.
No se trata sólo de asignar recursos sino de hacerlo en forma inteligente y, en especial, pensando en mejorar la capacidad de los alumnos de aprender y realizarse como personas. Se trata de objetivos de largo plazo, tan lejanos y poco visibles en lo inmediato que dejan de figurar en el horizonte de los políticos, es decir, de seres incapaces de dejar de pensar en las próximas elecciones para hacerlo en las próximas generaciones.
La ignorancia de la sociedad en general, y de la clase política en particular, acerca de la gravedad del tema de la decadencia de la educación, por la consecuente inviabilidad de inserción de la Argentina en el mundo que viene, hará que nuestro país, uno de los principales productores de alimentos y por ello imprescindible en la geopolítica del hambre, se transforme en epicentro de preocupaciones globales, ya que nadie consigue explicarse por qué, habiendo sido un faro de luz cultural e intelectual, tan rico y con tantas posibilidades dadas por la naturaleza, ha sido convertido por nosotros mismos en una nación insignificante e ineficiente y, sobre todo, en fase de derrumbe final.