Raúl Chávez
N o me propongo escribir sobre el pelotero venezolano Raúl Chávez, ex receptor de los Piratas de Pittsburgh y parte de esa brillante camada beisbolera criolla encabezada por Miguelito Cabrera, el más grande jugador venezolano de todos los tiempos, lo que ya es decir. No tengo nada contra los Tigres de Aragua, al contrario. Pero para alcanzar la perfección lo único que le ha faltado a Miguel es ser del Caracas.
Voy a hablar de la extraña simbiosis que la vida ha diseñado entre dos hombres excluyentes por su modo de ser y por los objetivos de mediano plazo que se proponen, pero desesperadamente unidos en los avatares de hoy.
Raúl y Chávez no tienen casi nada en común; no obstante se han apersogado porque la política es un oficio diabólicamente inesperado.
Algunos definen la relación entre Cuba y Venezuela en términos de coloniaje. Sí, es posible, pero ¿quién es el colonizador y quién el colonizado? Cuando se piensa en el colonialismo histórico lo que salta a la vista es la conexión entre una potencia desarrollada y una sub o infradesarrollada. La primera domina los circuitos de capital y comercio y determina los procesos económico-políticos de la segunda. Es una relación de dependencia. Es un sistema solar. El centro irradia hacia la periferia y la integra a su dinámica.
Al referir estos conceptos a la vinculación cubano-venezolana resulta que no cuadran. En términos relativos la potencia que irradia y determina el movimiento económico del otro es Venezuela. Pero en términos ideológico-políticas la situación se invierte: Cuba es el sol, Venezuela, el único de sus satélites.
Se ha roto así, en nuestro caso tan peculiar, la deriva política de la supremacía económica. Hasta no hace mucho Estados Unidos influía políticamente en forma casi determinante en el sur y centro del Hemisferio porque era la potencia económicamente decisiva. Igual Inglaterra, España y Japón con sus respectivos sistemas coloniales. Lo excepcional de Brasil no lo es tanto si lo analizamos bien. Llegó a ser más desarrollada que la potencia metropolitana a la que estaba jurídicamente sometida, porque ésta, acosada por Napoleón, convirtió a su principal colonia en imperio alterno.
Lo que yo veo es que Portugal virtualmente se trasladó a Brasil. Por eso la potencia americana nació a la independencia como imperio y alcanzó la victoria sin la falsa gloria de las armas. Con el grito libertario de Ipiranga, el emperador Pedro I lo único que hizo fue continuar en este lado del mundo lo que fuera el desfalleciente imperio portugués.
Cuba no podrá sobrevivir como sumisa colonia venezolana, que fue la aspiración de Fidel cuando descubrió que su modelo no le servía a los cubanos ni a nadie. Jugó esa demencial carta para prevenir una perestroika nativa, que creía avizorar no sin razón en los escarceos de su hermano.
Cuando Raúl hace aprobar en el VI Congreso del PCC su programa de reformas, Fidel, vencido, levantó su mano vacilante.
Pero le iluminó la cara el inesperado regalo venezolano. Chávez se le entregaba ideológica y afectivamente de una forma tan masiva como gratuita. Siendo un hombre muy imaginativo, el barbudo concibió la teoría de hacer de los dos un solo gobierno, de los dos un solo país. Coreado casi como un muchacho por Chávez y por sus delfines Lage y Pérez Roque, se le vino a la sesera hacer de Cuba un estado de Venezuela, parte íntima de aquel próspero territorio petrolero. Sería la tabla de salvación para que la isla no entrara en el circuito del socialismo de mercado y la relación con la odiada potencia norteña que su hermano, sin sus prejuicios y con más sentido práctico había (y ha) inscrito en su agenda de mediano plazo.
Se habló de Cubazuela. Pero pronto ese sueño se desvaneció porque por muy anudada que sea la relación actual de los dos gobiernos, Raúl sabe que la proyección ad infinitum de semejante subordinación equivaldría a sepultar la nación que salió del esfuerzo de Céspedes, Agromonte, Martí, Maceo y Máximo Gómez. Ser un paria mundial no es de agradecer y pasar a la historia como artífice de semejante destino no es un papel muy atractivo.
La política es apasionante pero difícil.
Es un oficio de sobresaltos que nunca termina de aprenderse. No hace mucho, comentando las grandes novedades de la compleja situación venezolana, le dije al director de este periódico: ¡qué gran enigma para ser desentrañado! Desgraciadamente nos agarra viejos.
La inversión de roles que marca la relación entre estos dos socios condenados a disociarse acarrea consecuencias inesperadas. Hace un par de décadas todavía los estudiantes latinoamericanos manifestaban frente a las embajadas de EEUU y quemaban la bandera de franjas y estrellas. Justo o injusto tenía su lógica. Las protestas eran de los débiles que se sentían agraviados por el fuerte.
Pero en Venezuela, siempre en nuestra inagotable Venezuela, las cosas son diferentes. Los estudiantes reclaman con el puño en alto contra el furgón de cola de la economía venezolana que al propio tiempo pretende ser su locomotora político-ideológica.
¡Fuera las manos de Venezuela! ¡Castristas: go home! Y Maduro si saber para donde co- rrer. No les extrañe que salte a gritar: ¡Fuera Venezuela de Venezuela!