Trato imposible
Estamos por creer que no engañó el presidente Santos a los casi nueve millones de ingenuos que lo respaldamos en las urnas, en el convencimiento de que representaba la continuidad de la obra de Uribe Vélez, al menos en sus rasgos esenciales. Los engañados fuimos nosotros, los que no nos tomamos el trabajo de repasar sus viejas tesis, en materias tan sensibles.
Desde 1998 había escrito don Juan Manuel que lo que a su juicio procedía para resolver el problema de las Farc era aliarse con ellas en un nuevo Frente Nacional. Le quedó por decir de dónde sacaba comparaciones entre ese grupo de bandidos y alguno de los partidos políticos que mal o bien escribieron la mitad de la Historia de Colombia. Y no tuvo ocasión para explicar si ‘Tirofijo’ era el equivalente de Alberto Lleras o de Laureano Gómez.
Tampoco se inmutaron los distraídos y nada numerosos lectores de Santos, ahora descubrimos que eran muy pocos y muy poco atentos a lo que leían, cuando propuso la zona de despeje y los diálogos de paz, tal como los ejecutó Andrés Pastrana en el Caguán y en tan mala hora para la República. De modo que si hubiéramos leído y tomado en serio al personaje, no nos habríamos engañado. Y por supuesto no habría sido nuestro candidato, y por supuesto no sería el Presidente.
Lo cierto es que ahora y con alguna tardanza sabemos lo que se propone con los diálogos de La Habana, nada menos que montar un nuevo Frente Nacional, con perdón absoluto incluido y probablemente con paridad y alternación para la colección de bandidos que ha reunido en Cuba. Y eso no gusta en absoluto a quienes nos jugamos la carta de la derrota militar del terror en Colombia, para obligar a sus promotores, partícipes y ejecutores a sentarse a la mesa de los vencidos a escuchar las condiciones de la Patria vencedora.
Majaderos que fuimos, dábamos por descontado que las carantoñas y mojigangas que por años nos hizo eran sinceras y auténticas, cuando lo sincero y auténtico estaba tan guardado entre sus disparatados escritos juveniles.
El trato ya convenido con las Farc ha quedado al descubierto. Y se desenvuelve a la manera de una comedia, como se estila en los acercamientos y las peleas de los novios. El objetivo del montaje es amnistía e indulto, para empezar, seguido de la entrega de la Nación a esos salvajes.
Pero el engendro no es solamente traicionero y torpe. Los abogados conocemos bien la figura del delito imposible, y este, de estirpe política, lo es con toda evidencia. El perdón y la entrega del país son tan imposibles como el que lleno de furia descarga un revólver contra el cadáver de su enemigo. Todo se le va en odio, hasta la intención de matar.
La amnistía y el indulto están prohibidos en la Constitución de Colombia, con la que Santos no tiene muchos miramientos. El problema es que también están vedados en el Derecho Internacional Público, en tratados que obligan a Colombia y que tienen fuerza supraconstitucional. No contó Santos, ni contó su hermano mayor, con el bloque de constitucionalidad, que no puede desafiar impunemente ni hay mermelada que le alcance para la pirueta.
Tampoco le sale lo de traer al Congreso a ‘Timochenko’, a ‘Márquez’, a ‘Santrich’, aquel del «tranquilo, Bobby, tranquilo», a ‘Granda’ y a ‘París’, ni a la viuda de ‘Tirofijo’ ni a la novia de ‘Márquez’, la holandesa. Lo prohíbe la Constitución del 91, con dos adiciones y reformas que hicieron el principio y la regla más estrictos, una del 2004 y otra del 2009.
Para que Santos complete su faena con éxito, no solo va a necesitar de sus histriónicas facilidades, ni le bastará jugarse los restos, a lo que parece tan habituado. Necesitará cambiar el orden jurídico internacional y la Constitución Política de este país. Demasiada empresa para tan mala causa.