Un paragolpes contra dos policías
Las semanas son marcadas a fuego por algunas noticias. Unas por atentados y muertos, otras por la economía, las demás, por fechas que hay que recordar. Esta última tiene como valor noticioso el arrollamiento de dos policías por parte de un chofer de autobús.
No se trata de un arrollamiento accidental, sino con premeditación y alevosía. Una acción propia del clima de violencia que se ha sembrado y, a la vez, germinado, en la Venezuela de los odios. Nótese que esta vez no pongo el sustantivo chavista a los odios, sino odios. Es un espíritu de no dejar que el otro esté en el mismo espacio y tiempo que tú.
Ya se pierde el respeto mínimo de convivencia. No existe la posibilidad de la sana discensión, sino que se produce, así como quien ataca con furia para comer, como lo hacen los tigres, para aniquilar –fíjese bien en el término aniquilar- al otro. Lo acabo, lo destruyo, lo rompo, lo mato, lo aniquilo, lo odio.
Son casi dos décadas de un discurso que se caracteriza por reconocer en el otro todo lo malo de la sociedad. Te castigo con el verbo, te grito en la calle, te mato por unas zapatillas deportivas, te odio porque tienes un color de piel diverso, te marco porque no te pareces a mí, te distingo por tus diferencias y esas mismas, me permiten odiarte.
Se ha usado el lenguaje como constructor de ese odio. Escuálidos, ranchúos, arrastraos, monos, casta, oligarca, boliburgués… Unas formas que se alejan del diálogo y crean un ambiente perverso de acciones que propugnan el odio. Ya no se trata de construir país, sino de destruir al otro, a aquel que no se parezca a mi proyecto, a la ilusión que tengo.
El autobús acelerado a mansalva contra los policías es una muestra de la capacidad del lenguaje. Ya no te puedo gritar más. Ya no quiero que me controles con tu supuesta autoridad policial sobre mi ciudadanía, es más, dejo de lado mi sentido cívico y me voy a las raíces de mi odio, a esas que me permiten empujar con el pie derecho el acelerador del motor y emprender mi aniquilación como si de un videojuego se tratara. ¡Ruuuuum! ¡Plas! Y un griterío. Y las manos en la cabeza, y los dedos señalando las pantallas de la televisión con horror. Un qué espanto recorrió las editoriales de los medios de comunicación. ¿Cómo se ha llegado a esto? No surgen las respuestas porque no se sabe en qué momento de quiebre de llegó a tanto odio.
Si, la culpa la tiene el chavismo en sus formas iniciales. La tiene la oposición en sus reacciones poco medidas y la tiene el chófer del autobús por usar la carrocería de su vehículo como arma arrojadiza. La tiene la policía por sus formas violentas de ser los cancerberos de un régimen que siempre ha hecho lo que ha querido con el alma de sus ciudadanos. La tiene el presidente Maduro cuando desconoce el valor de las leyes que la nueva Asamblea Nacional propone para que firme el poder ejecutivo. La tienen los jueces al definir al difunto presidente Chávez como diferente en sus funciones comunicativas al resto de los venezolanos. La tiene el dedo expropiador, así como el silbato que despedía sin piedad a los trabajadores de Petróleos de Venezuela. La tiene esos días en los que se pedía perdón crucifijo en mano para luego emprenderla contra el pueblo que no vistiera de rojo.
Ese arrollamiento es un retrato de lo que pasa por la mente de tantos. Es un reflejo de ese odio a mansalva, de esas formas horripilantes de vida a las que ha llevado el chavismo.