Ahora
Tecleo estas líneas al amanecer del lunes, después de conocer los resultados de estas atípicas elecciones y oír la desafortunada intervención de Maduro.
Como ya ha señalado más de uno, la Venezuela que hoy amanece es otra, en primer lugar porque las políticas de estos 14 años, además de haber levantado las bases del poder sobre la exclusión y la intolerancia, han llevado la economía del país a un estado de precariedad sin precedentes; como además el destino sacó del juego a Chávez, el demiurgo que mantenía la adhesión de las masas con la promesa de una evanescente felicidad futura, lograr la gobernabilidad requerida pasa hoy, necesariamente, por un pacto de tolerancia e inclusión que deje de lado el odio y el sectarismo característicos del chavismo. Particularmente en ese sentido el discurso de Maduro fue lamentable, a años luz de lo que podría esperarse de un gobernante al que no sólo le tocará lidiar con una situación tan difícil sino que además tiene enfrente, compacta y en crecimiento, a la mitad de la nación mientras su opción tiende a desmoronarse: logró dibujar la imagen del hombre menos adecuado para el momento, pero tampoco se atisba una alternativa en el oficialismo.
Es difícil predecir cómo terminará la impugnación planteada por la MUD, pero en este país, en el cual dos tercios de la población vive en áreas metropolitanas mayores de 100 mil habitantes, el panorama de las ciudades plantea urgencias inaplazables. El momento parecía el adecuado para una revisión a fondo, por ejemplo, de la llamada Gran Misión Vivienda, que arrastra graves errores que incluso ponen en riesgo los bienes y las vidas de los adjudicatarios, pero también para emprender un ambicioso programa de urbanización e integración al resto de la ciudad de los barrios informales, que congregan el 60% de la población urbana en un medio físico que no cumple con requerimientos elementales de la vida moderna; también parecía el momento indicado para abordar a fondo programas de fortalecimiento y modernización del transporte público urbano que rescaten a las ciudades del colapso. Pero el discurso de Maduro promete todo lo contrario, por lo que resulta urgente que también en esta materia la revitalizada oposición asuma la denuncia del caos creciente de nuestras ciudades, proponga soluciones y encabece las luchas sociales para su implantación.