Cómo se cuantifica el dolor en Venezuela
Las cifras hablan por sí solas de la crisis en Venezuela. El 90% de los delitos quedan impunes, la escasez de medicinas es de 75% y una familia requiere de 16,3 salarios mínimos para cubrir la canasta básica. Ni contar las que dejaron el año 2015: 27 mil homicidios o 180% de inflación, según informaciones oficiales porque off de record se habla de casi 300%.
Pero detrás de esas cifras hay un dolor que no se puede cuantificar y que sus secuelas cada día se arraigan más en el corazón de los venezolanos.
Estamos hablando del dolor de las madres que pierden a sus hijos, de las familias desmembradas por el hampa o por la emigración. De la angustia de los venezolanos por conseguir comida o las medicinas para mejorar la calidad de vida de sus seres queridos.
Estamos hablando del dolor de formar jóvenes talentosos y nobles para que luego sean productivos en otras tierras, de sus hijos que ya no se sentirán venezolanos ni crecerán amando nuestras costumbres y paisajes.
En el pesar de no tener la familia reunida en la mesa sino por alguna red social. La amarga condena de los presos políticos y el recuerdo de las víctimas de cada una de las protestas.
Hay un dolor que no se cuantifica y que se pierde en el escándalo diario que produce esta forma de gobernar. Incluso, que se minimiza por no ser “importante”.
Nadie se ha parado a cuantificar, y dudo que pueda, el dolor de no tener un país amable, lleno de alegría y risas, cálido, con turismo, abundancia y progreso.
Perdimos a seres queridos y también a una Venezuela amable que habitar. El rescate y la reconstrucción está sólo en nuestras manos.