La ilegitimidad es tan débil como insostenible
El pueblo venezolano esta ávido. Espera que los actores políticos actuales, muestren sincera preocupación por reparar las grandes averías de las rutas que conducen hacia la solución de la gravísima crisis política, económica y social del país. Porque, si estos insisten en seguir con la actual confrontación, no impedirán contener a las turbias y quemantes aguas represadas, que empujan peligrosamente a los agrietados muros de contención que impiden el estallido social, de la hasta ahora paciente y torturada población. Si los que dicen ser políticos lo probaran, actuando de verdad, políticamente, conseguirían salvar al país de la inútil guerra. Esta jugada sería maestra y de alto contenido patrio. Pero, rompieron con el arte de la diplomacia y condenaron los caminos del diálogo. El ex presidente polaco Lech Walesa, Premio Nobel de la Paz, lo dijo, en su reciente visita a nuestro país: “El caos que vive Venezuela recae en los hombros de sus políticos. […] O ambas partes se entienden o esto termina en guerra”. (ENP, 18-02-16). Nicolás Maduro, pareciera desconocer la amenaza, que como candente magma, surge del rechazo que el pueblo expresa contra sus desacertadas políticas económicas y sociales. Bajo un régimen de escasez e inflación, no se puede estar contento. Si un sueldo mínimo, para una familia, son menos de 3 días de poca comida y 27, de hambre.
Lo peor, Nicolás Maduro echa más leña al fuego al desconocer la legitimidad del poder del pueblo representado en la Asamblea Nacional (AN). Y no contento con esto, empuja a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), para que dicte sentencias en discordancia con todo lo que dictamine el Poder Legislativo. Como decía don Quijote de la Mancha: “Cosa veredes amigo Sancho que hará fablar a las piedras”. Si un poder derivado anula a un poder de legitimidad de origen, da la más vil dentellada contra la civilización y la democracia. Pero por experiencia, un indigno precedente originará a otros de mayor canallada, hasta estrellarse demoledoramente contra el edificio de su propia inmoralidad. Dios prohíbe la injusticia. Quien no es justo y no honra a su profesión se aparta de Él. Así nos lo hace saber la Biblia en Deuteronomio 16:19: «No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos». Pero recuerden, cuando la población se desborda en masa, no escoge. Caerían justos, pecadores e indiferentes.
El fallo del 12 de febrero de la Sala Constitucional del TSJ, en connivencia con el Poder Ejecutivo, en franca omisión de la Carta Magna y contra la AN, es un contundente golpe de Estado. Y execrable es, que en todo, parezca más que una obligante imposición, un contrasentido; cuando declara que el Decreto de Emergencia Económica de Maduro: “entró en vigencia desde que fue dictado”. Por los acontecimientos, sin la trayectoria legal, ya era un hecho; antes de ser entregado por el Ejecutivo a la Asamblea Nacional. Maduro, pierde legitimidad y enrarece más la situación política del país. Porque, tal como lo dijo Platón en su obra La República: “La injusticia es el mayor de los crímenes que se puede cometer contra el Estado”. Y todo esto, porque la ilegitimidad es, en sí misma, tan débil como insostenible. He allí su vulnerabilidad.