Cultura

Juan Félix Sánchez lo Sagrado en el Arte: El Tisure, Proyecto JFS

Juan Félix( 1900-1997)  y su obra es vital remirarla como lo está haciendo el proyecto JFS, que ha cosechado éxitos internacionales con su cortometraje  Tisure, dirigido por Adrián Geyer,   premiado en  el Festival Internacional de Cine de Estocolmo, 2015,   y  galardonada en el Festival Internacional de Cine, Televisión Tous Ecrans de Ginebra, y en el Slamdance Film Festival, 2016..

El Hombre del Tisure, con su contagiosa alegría nacida de la certeza de haber cumplido con su destino, es un paradigma en la historia de las artes visuales de Venezuela y Latinoamérica. Él, a través de su genio creativo,  la soledad y de una dolorosa  pérdida que lo llevó a un abismo personal, reorientó su vida y materializó en sí mismo la tolerancia, la piedad, y el perdón de raíces cristianas. Convirtiendo su obra en una oración visual.

el-tisure23 Este merideño  nacido en 16 de mayo de 1900, en San Rafael de Mucuchíes o Llano de Trigo, cuando aún Venezuela no había entrado en la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez,  vive un proceso creativo que brota de un  hacer que  invierte  el “pienso, luego existo” cartesiano, en “creo,  luego pienso”. Esto se evidencia en la causa que lo llevó a crear la pasión de Jesucristo en un  conjunto de esculturas  de madera de quitasol, pues  este episodio mítico y religioso había sido uno de ejes  de su reflexión, y  nunca antes la había visto representada.  Deseó hacerlo sin otra guía que su fe, su intuición, la  cultura  popular y la religiosidad de su madre, Vicenta Sánchez.  Se escondió entre las montañas durante meses, para huir de la mirada del otro, que en ese solitario páramo  eran casi inexistentes. Esto da una idea de su visión del mundo. Desbastó la madera guiando sus manos con su fe, para crear un conjunto escultórico  único  en la historia del arte latinoamericano. Mientras otra Venezuela, se escondía entre montañas para intentar  tomar el poder por la vía armada, utopía de la razón convertida en pesadilla.

La obra de Juan Félix se desarrolla con los materiales  propios de su cotidianidad: la lana para hacer sus famosas cobijas; la madera  con las que construyó telares, sillas, sillones, bastones; el barro para construir los tapiales y  la piedra  conjugada a la naturaleza del páramo  para convertir la Ventana, el Potrero y el Filo del Tisure en un espacio-tiempo de revelación, peregrinación, fe, milagro y estética.

Ocupa un lugar especial en su creación lo utilitario,  transformando las sillas  en objetos llenos de misterio. Cada una de ellas fue hecha a lo largo de años, a través de ir acumulando en su labor diaria de  limpieza del terreno para cultivar, troncos y ramas  que iba ensamblando a medida que la forma lo  exigía.   Parecen  emanadas de la tierra,  surgidas de los mitos de la contemporaneidad  como son: “El Señor de los Anillos”, de J.R.R Tolkien, o “Los Libros de Terramar”, de Ursula K. Le Guin.

Este logro se da gracias a las técnicas utilizadas  que transmiten la organicidad y poder visual que de ellas emanan. Al no pulir,  ni lijar  la madera, y apoyar su creación en las imperfecciones de  los materiales, hace que  estos objetos adquirieran un carácter curvo, orgánico que viene de su origen  y que es potenciado por las técnicas artesanales. Como transmitir lo curvo  a través del agua de los pozos,  con la que prensaba  las   raíces  y  ramas que le venían en gana como diría, con cuerdas  para sumergirlas y fueran  tomando  la forma que él deseaba.  Este lento y amoroso proceder se transmite a cada una de sus sillas.

Su  vivencia espiritual, nos lleva a  la piedad entendida en términos roussonianos, dirigida no sólo a la humanidad sino a todo fragmento del cosmos, desde  el insecto más insignificante. Esto  lo guío a encontrar el rostro de Dios en  su  entorno, en el día a día de los páramos cubiertos de trigo que dominaban el paisaje de su pueblo. El Hombre del Tisure sin conocer la palabra  arte, o  artista, hizo una obra artística plena de significaciones  religiosas, éticas y filosóficas, que nos  llevan a una  visión de la divinidad como algo no trascendente sino inmanente.  Una visión cercana  a la que tenía   Bauch Spinoza  el judío Holandés, que hablaba y leía a Cervantes, incomprendido y excomulgado de su religión por el amor a vivir arropado de lo sagrado.

Para Juan Félix Sánchez  el rostro de lo divino se encuentran en la vida, y todo lo que la rodea. Esa obsesión de cobijarse en piel y alma segundo a segundo en lo sacro   fue  uno de los mayores  anhelos de su ser, darle profundidad y  sentido   a cada fragmento de tiempo y espacio. Esto lo comprendí no en el Tisure, ni en el Potrero, sino al entrar junto con él a lo que fue el cuarto donde vivió  parte de su vida,  un 8 de Septiembre  de 1988, en una neblinosa mañana. Al abrir la cerradura de la puerta de su  cuarto,  con una llave atada al diente de un oso frontino se podía ver de manera contundente uno de los sentidos  fundamentales de su vida   en   los  murales e iconos que había dibujado  y pintado entre los 14 y 20 años. Una de las paredes  era dominada por el verdor del páramo, sobre un fondo blanco. Entre estas ensoñaciones  había un velero en un lago, junto a tigres, osos, venados y parameros;  y   donde se  ubicaba el copete de la  cama en que dormía el joven Juan Félix: un ángel pintado de azul celeste y anaranjado descendía a coronarlo todas las noches. Al  ver  nuestra sorpresa, dijo:

– Sí, el ángel me coronaba, me protegía

– Y en la pequeña ventana   donde está la cruz huía a las  parrandas  y   me bendecía cada vez que salía.

InteriorNo por casualidad uno de sus libros predilectos, era la “Imitación de Cristo”, cuyo origen se remonta al siglo XV, posiblemente de autor anónimo, pero su autoría  se le otorga a Tomas Kempis. Está divido en cuatro capítulos: «Avisos útiles para la vida espiritual», «Avisos relativos a cosas espirituales», «De la consolación interior» y «Del Santísimo Sacramento». Su vida y su hacer se convirtieron en una vía  de identificación con Jesucristo  entre  la soledad, la oración, la alegría y la piedad. La Cruz como el símbolo de Cristo, la volvió a representar una y otra vez. La capilla mayor del Tisure está llena de ellas, escondidas en el suelo, en el nicho, etc.

Tras una vida de inspiración, la más importante  es la que se encuentra en la entrada de su hogar: el Potrero, para que lo bendijera a él y a todos los visitantes. Esta Cruz ubicada en  la entrada de su hogar,  está formada por la columna  vertical  de una roca   de  más de un metro de altura  que se yergue como un monumento megalítico,  y en su  cúspide  ubicó otra piedra horizontal de menor tamaño que  reposa sobre  la columna, equilibrio  reforzado por la piedra  triangular ubicada  sobre la horizontal.

El triángulo  señala uno de los fundamentos de su iconografía: la unión de lo celeste,   y lo telúrico.  Esto se evidencia  en la  serie de  fotografías que se tomó en un estudio de Maracaibo, aproximadamente en 1920, donde  con la mano  izquierda apoyada en una piedra de utilería,  toca en un sentido metafórico lo que sería el material básico de su  futura creación y con el brazo  derecho alzado, y el dedo el índice   señala  el  arriba, y el abajo.  Haciendo con este gesto un triángulo que señala el encuentro  con su destino. Estas fotografías, como la cruz de piedra, giran en torno a los principios existenciales de ese entonces joven Sánchez: convertir su vivir y su hacer en un contacto íntimo con  la experiencia religiosa, a través de la identificación  mística con la vida de Cristo y arropar su existir con ella.   Une así en esta visión las creencias mágico-religiosas del páramo para crear  un panteísmo cristiano.

La única  escultura figurativa en piedra conocida del artista,  se encuentra   en el cementerio de San Rafael de Mucuchíes: un sagrado corazón de Jesús. Esa negativa de no volver a esculpir superficies pétreas figurativas  sino  hacer uso de la piedra  en sus formas brutas, en sus texturas, tonalidades  y  reubicarlas en el paisaje,  o  en la construcción de sus capillas o plazas, revela su concepción filosófica y religiosa. Es la  visión de la divinidad   omnipresente, más no trascendente.

Su rostro está aquí y ahora, materializado y presente en cada  fragmento de la realidad. Sin saberlo el Hombre del Tisure está  sincronizado con lo que hoy las vanguardias del arte contemporáneo llaman land art o arte de la tierra, de ahí  que su embellecido páramo pueda ser percibido como una ambientación sacra, a partir de reubicar lo que considera feo o natural tiene puntos de encuentro con las propuestas de artistas como Richard Long.  Para ambos la piedra  era símbolo del alma, y de la peregrinación. Para Juan Félix era tan importante  existir en estado de gracia, como darle al otro las sendas para encontrar ese camino. De ahí que la peregrinación sea tan importante  en su quehacer como la búsqueda de la iluminación. Esta es una de las razones  por las que convirtió el Páramo de la Ventana en una ruta de encuentro con Dios, pues él es la naturaleza y su arte hacía que volviéramos la mirada   hacia ella.

Esto se convirtió en el eje de su vida, desde que se adentró en el páramo, cual ermitaño. Mientras en Europa se anunciaban los signos de la trágica y apocalíptica II Guerra Mundial,  él se dirigió a una  búsqueda de  sí mismo, para enfrentar y purgar  sus demonios y sus tentaciones  páramo adentro. Así, piedra sobre piedra fue haciendo capillas que terminaron creando el complejo arquitectónico y religioso del Tisure, y tras cada una de ellas se fue liberando de sus pecados, de sus impurezas, de sus culpas, y   adentrándose en el estado de gracia  que lo llevó a la paz interior.

Anhelo y realidad espiritual es materializada en la capilla dedicada al Siervo de Dios, José Gregorio Hernández. Su interior es una epifanía o manifestación de lo sagrado para quien entre  en ella, lugar creado para  oír los ecos del alma. Los por qué, para Juan fueron muy importantes, y la causa por la que ubicó esta capilla en el filo del Tisure,  es que el sitio se encuentra donde el  páramo se abre a los llanos y desde donde se  puede ver en la lejanía el espacio  simbólico donde se apareció la Virgen de Coromoto a los indios Cospes cuando huían de la evangelización a la selva, un  8 de septiembre de 1652. Según la tradición oral, el cacique le relató lo sucedido a su encomendero, por casualidad llamado también  Juan Sánchez.  El nativo Coromoto huyó, y la Virgen se le apareció otra vez. Enceguecido por la ira, alzó su brazo para agarrarla y desapareció. La aparición se materializó en una estampilla hecha de fibra de árbol.  Es esta  la reliquia que se venera en el Santuario a  Nuestra Señora de Coromoto.

Este  mito lo  representa  en  el conjunto de tallas de la primera capilla dedicada a la Virgen de Coromoto terminada aproximadamente en 1952, ubicadas en la entrada del Complejo del Tisure. Dominan en ella: las conchas, corales y piedras marinas. Años después empezaría la construcción de  la capilla dedicada al siervo de Dios: José Gregorio Hernández.

Esta  capilla mayor está llena  de secretos  entre las texturas y policromías de la  roca. En una de las paredes del campanario, en  el recuadro superior, hay  una X, con un corazón en el centro, que identifica a la paz interior, y en el recuadro superior de piedra,  un ancla, que hace referencia a la salvación. Estos símbolos nos  llevan al sentido  espiritual que le dio el Hombre del Tisure. El ancla está asociada al equilibrio, al encuentro de sí y de la divinidad que palpita en cada uno de nosotros.  La función   del ancla es fijar la posición de un barco contra las corrientes y oponerse a las mareas, metáfora del sentir  que transmite el encuentro con la inmanencia divina.

La vida nos pone a prueba día a día y  si no fuera por lo dimensión de lo sagrado, no encontraríamos un centro entre estas tormentas  que  golpean el existir, y seriamos dirigidos por las circunstancias que nos rodean. Vividos en lugar de vivir.  Este sería uno de los sentidos que le daría el Hombre del Tisure a su arte devocional. Lo que nosotros llamamos arte sagrado le permitió materializar su visión de la vida.

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