Opinión Nacional

La Patria Laxa

El país cayó en manos de Chávez y la horda amorfa e iletrada que lo rodea, simplemente porque no había ninguno peor que él, que se diferenciara más dramáticamente aún de la idea de lo que es un político, porque los venezolanos tenemos 25 años sin ver un estadista en Miraflores. Él encarnó y aún encarna la revancha de un pueblo. Nuestra historia ofrece, no obstante su escasa duración en el tiempo, apenas 222 años de la Real Cédula de Don Carlos III que en 1777 creara la Capitanía General de Venezuela, varios ejemplos de momentos de extrema turbación anímica y extendida confusión de valores, en los cuales la sociedad ha abdicado –casi incondicionalmente- en hombres providenciales, otro tanto ha ocurrido en países de mucha mayor vivencia histórica y rico bagaje cultural. Sin ir muy lejos hace apenas cuarenta y un años, en 1958, la nación más antigua y cohesionada de occidente, Francia, legitimó con premura y sabiduría el golpe de Estado virtual y tangible que llevó al general De Gaulle de su «exilio» al Palacio de Matignon como primer ministro primero y prontamente al Elíseo como presidente de la V República. No obstante dichas abdicaciones –en todas las latitudes- suelen basarse en el sólido prestigio del egregio protagonista llamado a sacrificarse por la Patria.

Así cuando la denominada oligarquía conservadora sintió todo perdido echó mano de la gloria, bien ganada y auténtica, de José Antonio Páez para pedirle el fatal y frustrado esfuerzo de la dictadura para menoscabo de su aura militar y cívica. Igual le ocurrió a «los liberales de Antonio» –como los denominaba burlonamente el viejo Antonio Leocadio Guzmán- cuando protagonizaron aquella lamentable Aclamación Nacional y llevaron al Ilustre Americano al mediocre episodio del bienio final, que nada añadió a su figura de estadista, ni logró prolongar un liderazgo que él mismo ya no deseaba, ahíta la bolsa y la vanidad de denarios y adulancias. Eso en cuanto al siglo XIX, en el XX los áulicos de Juan Vicente Gómez –el creador del Estado venezolano- se enfrentaron sin pudor a los desplantes de un hombre que los despreciaba, así cuando alguno le propuso levantarle una estatua a su progenitor Don Pedro Cornelio Gómez , encontró la respuesta escueta y ejemplarizante: ¡No se meta con mi papá!. El otro gran protagonista de este siglo, Rómulo Betancourt, rehusó la posibilidad de una tercera presidencia, más que segura en 1973, en aras de su conocido propósito de abrir paso a las nuevas generaciones (independientemente de que se haya equivocado trágicamente al elegir su sucesor).

En ambos casos, tanto Gómez como Betancourt, representaban valores probados y admirados. El primero pacificó y unificó al país, creó la hacienda pública y el ejército nacional. El segundo abrió a la sociedad clasista y reducida del primer medio siglo y ofreció la posibilidad cierta de superación social, cultural y económica a los menos favorecidos, estableció la elección popular directa y secreta, dio el voto a la mujer y creó tanto en su primera presidencia (1945-48) como en su mandato constitucional (1959-1964) a través de la OPEP y de una política nacionalista el camino hacia una nación menos dependiente, democrática y regida con sobriedad y honestidad incuestionables, su vida entera fue una lección de asepsia administrativa. Los dos hombres, tan radicalmente distintos, tuvieron en común el rodearse de una esclarecida elite intelectual, sus gabinetes ministeriales fueron notables, lo mejor del país estaba allí, fuesen o no miembros activos de sus respectivas «causas».

LA ABDICACIÓN ACTUAL
Los cuatro casos antes señalados, con sus profundas diferencias, tenían en común el prestigio bien ganado de los protagonistas, y la autenticidad de los hechos sobre los cuales se apoyaba su popularidad, ni a Páez, ni a Guzmán, ni a Gómez, ni a Betancourt el país les dio cheques en blanco. Había un balance y un haber que explicaban, si no justificaban, la aceptación o aún el fetichismo del colectivo. El caso presente rompe los moldes conocidos, no sólo desde el punto de vista de los méritos o valores de los individuos, sino en lo que se refiere a la tónica y el talante de una adhesión que tiene mucho de idolátrica e irracional y que en sus manifestaciones exteriores retrotrae al país a un cortesanismo y obsecuencia que sólo se vio con Guzmán y en algunos momentos con Cipriano Castro, pero que de resto no tiene paralelos con ninguna de nuestras dictaduras del pasado o presente siglo, ni muchísimo menos con los gobiernos liberales o democráticos de López Contreras, Medina Angarita, Betancourt, Gallegos, Leoni o Caldera.

El actual «caudillo» –y esa es la expresión que mejor le calza- tiene un solo haber previo, el intento de derrocamiento de un gobierno democráticamente electo (por una marejada de votos mayor que la que él obtuvo, aunque porcentualmente menor), pero que encarnaba más que ningún otro las desviaciones éticas de un sistema que desde 1974 había perdido el rumbo y las metas, en medio de la locura del boom petrolero, el espejismo de «la gran Venezuela» y otras mamarrachadas semejantes. Ironías de la historia, Carlos Andrés Pérez quien lanzó al país por la pendiente por la que aún sigue rodando, intentó con un excelente gabinete económico reparar los errores de su primer gobierno y los de sus sucesores, con un reajuste bien concebido pero que, inexplicablemente, no se tomó el trabajo de vendérselo al país, si alguien podía hacerlo era él, dado su innegable carisma y liderazgo, no obstante, error frecuente en quienes se sienten predestinados, lo creyó innecesario. La historia hubiese sido otra. Chávez, quien hizo un mediocre papel militar en el alzamiento del 4 de febrero de 1992, en el cual tuvieron éxito todos los demás conjurados, no obstante capturó el alma popular quizá con las únicas dos palabras que ha logrado decir sin contradecirse: por ahora.

El genio inédito del mediocre oficial, reprobado en una materia fundamental de su curso de Estado Mayor, sin bagaje intelectual inteligible, sin duda muy inferior a algunos de sus compañeros de ruta emergió así, contra toda lógica, como la esperanza, el nuevo Mesías, el líder de los desposeídos y postergados. Para nada influyó en ello ni su discurso zigzagueante y contradictorio, ni sus jaculatorias religiosas, ni sus lamentables intentos por definir «su proyecto» y el país que quería, sólo ofreció venganza y retaliación en un terreno abonado por la injusticia social, así como el retroceso a una práctica viciada y superada de subsidios y un paternalismo populista hoy incosteables. El mérito, y no lo digo por mezquindad, es todo de un liderazgo democrático cobardón, cómodo y sin mensaje, una elite de ágrafos políticos acostumbrados a no ver más allá de la maniobra inmediatista y pedestre, enredados en los cabildeos parlamentarios y sin ánimo ni vocación de grandeza, con una credibilidad bajísima cuando no inexistente, y en muchos casos en entredicho en lo referente a su moralidad administrativa. El país cayó en manos de Chávez y la horda amorfa e iletrada que lo rodea, simplemente porque no había ninguno peor que él, que se diferenciara más dramáticamente aún de la idea de lo que es un político, porque los venezolanos tenemos 25 años sin ver un estadista en Miraflores. Él encarnó y aún encarna la revancha de un pueblo –que sin ser inocente de su destino- sabe que ninguna razón puede justificar la decadencia y la miseria a la que han sido empujados los venezolanos de hoy.

LA REVELADORA PRISA
Tales resentimientos y aspiraciones por justificados que puedan ser, garantizan al salvador designado un tiempo de popularidad y apoyo. Chávez aún goza de el, no obstante desde la clase media hacia los sectores populares se ha ido permeando una creciente y justificada impaciencia. Nadie espera ni aspira milagros en 7 meses de gestión, no obstante la irresponsable demagogia vertida desde el poder –como no sea ese lumpen proletariat que rodea el «balcón de la Patria» y pide besitos a la pareja presidencial-. Sin embargo, empieza a percibirse la inefectividad, incapacidad e incoherencia del equipo de gobierno. El presidente Caldera, al año de su segundo gobierno y no obstante haber sido electo con una mayoría precaria, presentaba márgenes de popularidad más altos que los de Chávez hoy, la luna de miel puede resultar más corta de lo previsto, de allí la nerviosa prisa del presidente en querer tener una Constitución pret–a-porter en tres meses y someter al país a una hemorragia económica, espiritual y psíquica de tres o cuatro procesos eleccionarios antes de diciembre. Ni el país, ni sus finanzas, ni la mermada fe de su pueblo deben ser sometidos a semejantes ordalías. Sindéresis, sindérisis o la anarquía y el caos económico nos devorarán.

LA VISIÓN ACTUAL.

Se habla con hipocresía o inconmensurable ingenuidad de distensión política y coexistencia pacifica en las ultimas semanas. Me parece de una futilidad extraordinaria, el «chuparse el dedo» a estas alturas del programa. El sistema político venezolano simplemente ha aflojado los esfínteres como todo ser muerto, con el auxilio espiritual (?) de la Conferencia Episcopal. Ante la indiferencia culpable de propios y extraños, de las instituciones, los partidos políticos, las Fuerzas Armadas, los sindicatos y gremios profesionales y empresariales. Veinticinco años de malos y aún pésimos gobiernos explican pero no justifican el que se haya avanzado tanto en el insensato propósito de hacer tabula rasa de todo lo alcanzado hasta hoy –en lugar de preservar lo mucho de positivo del estado de derecho y los logros de la democracia- para dar el salto al vacío de una «V República» sin proyecto preciso, sin equipos humanos idóneos, basada al parecer en la exclusión a priori y en cambote de toda la clase pensante venezolana, de distinta o aún inexistente posición política, con o sin librea partidista, ya que sólo se acepta la obsequiosa comunión con el pasticho ideológico fascista-fidelista-peronista-populista que pareciera formar la armazón ideológica arcaica, «obsoleta y periclitada» de una revolución que no nos lleva al siglo XXI, sino de vuelta a los prolegómenos de la Guerra Federal, a mediados de nuestro belicoso siglo XIX. Al igual que su confusa ideología, su praxis es anticuada, ineficaz y absolutamente irrespetuosa de los méritos y credenciales, como lo hemos visto dramáticamente en PDVSA. Por otra parte el costo del experimento es colosal, mi respetado amigo Carlos Alberto Montaner, en un excelente artículo publicado en El Universal, el pasado 19 de setiembre, lo analizaba profundamente en su dimensión económica, no obstante consciente como estoy del trágico peso de este salto atrás para nuestra evolución y desarrollo, me preocupa aún más que el aspecto material el daño espiritual profundo, la fractura en el alma de la sociedad venezolana que ha sembrado el iluminado e infalible –perdón doctor Combellas- caudillo de Sabaneta, la siembra de odios, divisiones, atizadas envidias, ha abierto un precipicio entre los venezolanos que sería imposible predecir cuanto tiempo y cuanto sufrimiento tardará en cerrarse, el intentar hacer de un país no estratificado en lo social un campo de batalla para el odio de clases, es un crimen, quizá el mayor que pueda imputársele a este régimen. El craso error histórico de los adecos en 1945, con los deplorables «juicios de responsabilidad civil y administrativa», que tanto daño hicieron a la necesaria armonía de los venezolanos aún no ha prescrito, casi sesenta años después y no estuvieron adobados por los insultos personales, la difamación y la calumnia reiterada en los discursos públicos del Jefe del Estado. Por el «túnel del tiempo» discurre Venezuela, sólo Dios sabrá el puerto de destino…

LA TAREA DEL DÍA
Visto este aterrador fresco de la actualidad venezolana, pareciera obligado terminar este trabajo más extenso de lo acostumbrado por mí con afirmaciones específicas, puntuales de los antídotos que debe generar el cuerpo social para resistir y recuperarse del desvarío colectivo y de la depresión paralizante. No es nada fácil, no existe oposición política organizada, las individualidades independientes que desde la Asamblea Nacional Constituyente, el Congreso o los medios de comunicación hacen valiente y frecuentemente brillante contrapeso al disparate son en su mayoría –si no íntegramente- más tribunos e intelectuales con vocación política que jefes y organizadores de movimientos de potencial organicidad y coherencia, hombres lejanos al pueblo llano que los ve con desconfianza, cuando no inconsistentes integrales que jugando a una hipócrita objetividad y aspirando a canalizar el descontento que traerá el fracaso económico del régimen, le sirven entretanto de tontos útiles avalando los actos, todos írritos salvo los referidos a la estricta función constituyente, de una Asamblea salida de cauce que pretenden vender como legítima en el exterior. Quienes aún quedamos formando opinión desde afuera de la política en función del poder, no somos más que el remanente del pensamiento crítico de una sociedad que parece empeñarse en ser sorda y ciega, y en el fondo no hemos aspirado nunca a otra cosa que el vivir y opinar en libertad y en una admosfera de mutuo respeto, pluralidad y tolerancia.

Pienso que el nuevo liderazgo que requiere el país y que evidentemente no es Chávez, por sus intrínsecas e insalvables limitaciones personales, psiquicas e intelectuales, no es aún visible. Aprendimos hace muchos años que el vacío de poder no existe, esos nuevos hombres y mujeres ese o esos movimientos que rescaten nuestro derecho al porvenir, van a surgir, quizá sin notarlo ya los tenemos enfrente, algunos vendrán de ese difuso espectro del «chavismo», otros de una sociedad civil que va a aprender a golpes, ya lo debe estar haciendo, el precio altísimo que hay que pagar por desentenderse de la política ya que esta por más que lo deseemos no se desinteresa de nosotros, otros también surgirán de los viejos partidos a los cuales liquidó una dirigencia estólida cuando no comprometida con los malos usos que desarrolló el sistema, pero cuyas esencias ideológicas permanecen vivas y pujantes en el mundo entero. Mientras ello ocurre debemos enfrentar en todos los escenarios la sinrazón y el disparate, luchar por preservar los valores de la libertad y la democracia, la preeminencia del poder civil, crear conciencia en la mente del pueblo de que solo el trabajo honesto y los conocimientos adquiridos, la trayectoria vital, la probidad, dan derechos a la superación, privilegiar una cultura del trabajo, del esfuerzo, de los méritos –así quien los ostente sea nuestro enemigo o adversario- esta es la única verdadera salida. Quiera Dios que para hacerla viable no sea necesario un camino cruento, desgraciadamente día a día parece hacerse menos probable. Pido diariamente con fervor sincero que cuando llegue, a comienzos del próximo siglo, el centenario de la Batalla de Ciudad Bolívar podamos celebrar con merecido júbilo cien años de paz ininterrumpida. Así sea.Analista político. Profesor en la Universidad Central de Venezuela.

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