Opinión Nacional

Reflexiones paraguayas

Paraguay es un buen espejo para mirarnos, una buena pantalla para proyectarnos. Este caso resalta la necesidad de establecer y fortalecer instituciones democráticas, y de quitarnos el peso de tradiciones y prácticas autoritarias.

Desde agosto del año pasado, cuando el recién electo presidente Raúl Cubas Grau decidió indultar al General(r) golpista Lino de Oviedo, volvió a hacerse manifiesta en Paraguay la seria tensión entre la necesidad de establecer y fortalecer instituciones democráticas, por una parte, y el peso de tradiciones y prácticas antidemocráticas, por la otra.

Tiene todo esto mucho en común con la dinámica de otros países latinoamericanos, Venezuela incluida. De hecho, se expresa con diferentes grados de intensidad en buena parte de la región en medio de una situación en la que las fragilidades económicas y sociales, aunadas al mayor o menor descontento con las instituciones, tientan a promover respuestas simples y centralizadoras o, dicho de otro modo, incitan a transitar el demostradamente engañoso atajo del autoritarismo. Paraguay es entonces un buen espejo para mirarnos, una buena pantalla para proyectarnos.

La tradición autoritaria. Estamos hablando de una sociedad con arraigadas tradiciones autoritarias reforzadas una y otra vez a lo largo de su historia: La cultura guaraní y su tradición personalista; la organización vertical de las reducciones de los Jesuitas (1609-1767); el gobierno de aislamiento y opresión de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840); el desastre social, político, demográfico y económico provocado por la guerra de la Triple Alianza peleada contra Brasil, Argentina y Uruguay entre 1862 y 1874, que contribuyó a aumentar el peso político de los militares; las guerras civiles de comienzos de este siglo; la guerra del Chaco con Bolivia (1932-1935) y su fuerte impacto en la inestable vida política paraguaya, que conduce a la creciente influencia política de los militares con la Revolución Febrerista de 1936, ampliada durante el gobierno de Morínigo (1940-1948); la larguísima vida del gobierno militar de Alfredo Stroessner (1954-1989), y la prolongación de los gobiernos militares hasta 1993.

En este marco se consolidó una tradición de concentración del poder, centralización, paternalismo y personalismo, así como la tendencia al aislamiento internacional, junto con una dosis notable de desconfianza hacia el mundo exterior, derivada ésta de las dos más traumáticas experiencias bélicas del país, y de la asimetría de la relación con sus vecinos más grandes.

La economía y la política. La economía paraguaya, por otra parte, ha tenido un desempeño reciente muy irregular, desde el boom de los setenta -fundamentalmente derivado del desarrollo del proyecto paraguayo-brasileño de la gigantesca represa de Itaipú- hasta la crisis de los ochenta, similar a la del resto de Latinoamérica. Por otra parte, ya en los sesenta Paraguay era conocido como la «conexión latina» en el negocio marsellés de contrabando de heroína y, hasta hoy, el enorme «infierno verde» -como se conoce a la región del Chaco- sirve de espacio para el procesamiento y tránsito de cocaína. Éste -junto a la incertidumbre que provoca el desarrollo de la economía informal y la pérdida de dinamismo de la de reexportación- es un factor de distorsión económica y política de enorme importancia en la interpretación de las debilidades de la economía y del desarrollo institucional y cultural para la gobernabilidad democrática de Paraguay.

Pieza central de ese proceso ha sido la persistencia del Partido Colorado en el poder, que no obstante sus múltiples facciones y tensiones, no ha permitido la existencia de verdadero pluralismo. Stroessner y sus sucesores han sido «colorados’: desde su consuegro el General Andrés Rodríguez –quien lo derrocó- pasando por Juan Carlos Wasmosy -amenazado de golpe, y vale la ambigüedad, por el General Oviedo, compañero de campaña y artífice de su triunfo electoral- hasta el propio Cubas Grau -elegido en mayo de 1998 después de que el mismo Oviedo, candidato a la presidencia en la fórmula electoral de la que Cubas era parte, fuera preso e inhabilitado por la Corte Suprema de Justicia.La fantasía del atajo. Hubo en Paraguay condiciones iniciales de la transición desde el autoritarismo, que muestran las dificultades para desmilitarizar y democratizar gobiernos y sociedades. Primero, el proceso fue fraguado desde arriba por la misma institución castrense; segundo, la intervención de otros factores -vinculados a las divisiones dentro del partido de gobierno, a las presiones de las fuerzas opositoras nacionales y a las del ambiente externo- desempeñó un papel importante pero a la larga limitado como resultado la debilísima institucionalidad política y civil.

El asesinato del Vicepresidente paraguayo Luis María Argaña y la renuncia del Presidente Raúl Cubas ocurrieron en medio de una seria crisis política que desbordó el conflicto de poderes –ejecutivo, judicial y legislativo- y evidenció la fragilidad del estado de derecho. Buena muestra del alto precio a pagar por dar la espalda a nuevas realidades y necesidades de sociedades en las que ya no sirve el centralismo, el personalismo, el control militar y la fantasía del aislamiento internacional.Alcanzó su límite el control garantizado por el «repliegue militar ordenado» con el que promovió la transición a la democracia el General Andrés García desde el seno del régimen de Stroessner, y no me cabe duda de que las imposiciones del General Oviedo fueron la gota que colmó el vaso. Sin embargo, es imposible ignorar que Paraguay no tiene su problema resuelto y que se encuentra en su particular vacío, uno en el que la violencia y la protesta tienen diversas fuentes: corrupción, narcotráfico, y debilidad del poder y las instituciones civiles.

La muerte de Argaña ha fortalecido a los colorados «argañistas» y a las fuerzas que claman desde la oposición por la reconstrucción del estado de derecho, en tanto que la renuncia de Raúl Cubas, ante la inminencia de su juicio político y vista la ostensible carencia de legitimidad de su mandato, abre un paréntesis para la reconducción de la transición a la democracia. Lo más importante es que –aun con retraso- desde adentro y desde afuera de la sociedad paraguaya se comprenda y aproveche el potencial para la renovación –y no para el mero reacomodo.El espejo. La actual crisis institucional paraguaya no es entonces un episodio aislado: es parte de una larga historia a lo largo de la cual ha sido más fácil transitar por el atajo autoritario que hacer el trabajo de fondo, más complejo y de más largo plazo, que consiste en crear y fortalecer una cultura y una práctica institucional de división de poderes, responsabilidad y pluralismo. El espejismo del atajo sigue siendo atractivo para paraguayos y no paraguayos, y nos tienta a olvidar lo costoso de perder el respeto por reglas, principios y procedimientos democráticamente acordados y cumplidos.

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