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Ni optando por la evasión

Este título no es mío. Se lo robé a un joven y brillante periodista, Roberto Rodríguez Mijares, con quien hace una semana conversaba que ya ni siquiera en casa estamos tranquilos y él me dijo “es que ni optando por la evasión se descansa”. Parece que ha transcurrido un siglo desde que Caracas era la sucursal del cielo y desde el cielo se necesitaba una ventana para ver a Caracas. Y así mismo, toda Venezuela.

Y tiene razón Roberto: ni optando por la evasión se descansa. Porque todo se ha enredado, y si el gobierno opta por seguir escurriendo el bulto y no acepta que sus políticas económicas han sido catastróficas, seguirá enredándose.  La escasez seguirá escalando, la inseguridad alcanzará picos jamás pensados –ya con el show de Margarita tuvimos un abreboca- y los ciudadanos de a pie no sé qué vamos a hacer para resistir la tormenta.

Por ejemplo: un muchacho como Roberto decide quedarse en su casa una noche de un viernes. Ha tenido una semana terrible,  el tráfico ha estado imposible, se siente harto de sortear motorizados, conductores irresponsables y matracas policiales. En su trabajo todo el mundo se queja de lo difícil que está la situación. Ya no se habla, como antes, de lo que hicieron el fin de semana, porque el fin de semana lo pasaron en una cola para conseguir comida, efectos personales y medicamentos. Las conversaciones se han vuelto monotemáticas. El trueque está a la orden del día, como los datos de dónde están vendiendo qué cosa, y en el peor de los casos, los contactos de los bachaqueros. Si no, el tema versará sobre el último atraco, secuestro o asesinato, todos cercanos.

Por eso el joven invita a un par de amigos a cenar, él mismo cocinará. Tuvo que cambiar de menú tres veces, porque no encontraba lo que quería cocinar. Nada complicado. Pensó en un asado negro, pero no consiguió carne. Pollo con mostaza y miel, pero no consiguió ni pollo, ni mostaza, ni miel. Piensa que tal vez si hubiera querido preparar blinis con caviar le hubiera sido más fácil conseguir los ingredientes. Se decide por una pasta artesanal con una buena salsa de hongos y chipichipis.

Como llega temprano, prende la televisión para ver si hay algún programa que valga la pena y ¡zas! le cae una cadena. Como tiene cable, sonríe complacido y cambia de canal. Encuentra una película que le satisface cuando en ese momento, se va la luz.  A oscuras empieza a buscar velas. Las encuentra, pero se da cuenta de que no tiene fósforos. Hace rato que no se consiguen. Y la cocina es eléctrica. Respira profundo y se sienta a esperar.

Como la luz no regresa, decide que aún a oscuras tomará un baño para relajarse antes de empezar a cocinar. Entra al baño y se desviste, pero hay un detalle que pasó por alto: como no hay luz, el hidroneumático no funciona: es decir, que tampoco hay agua. Se dirige hacia la cocina. Tal vez la ansiedad que empieza a agobiarlo sea hambre. Piensa en hacerse un sándwich como tentempié, pero recuerda que esa mañana no consiguió pan.  Alumbrándose con el celular saca los ingredientes para la cena, pero la luz no ha vuelto. No podrá cocinar hasta que no regrese. Entonces oye los gritos del vecino: la puerta del estacionamiento la dejaron abierta y desvalijaron los carros. Uno es el suyo. Le quitaron las cuatro ruedas y la batería… quién sabe qué mas. Le empieza una terrible jaqueca. Llama a los amigos para que le traigan un calmante. Una hora y cinco farmacias después, llegan: “chamo, no había ni ibuprofén ni acetaminofén”.  Y la luz todavía no ha vuelto.

Venezuela, hoy. La sucursal del infierno.

@cjaimesb

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