Dos enigmas y un destino
En mi vida, nunca he dejado de esperar. A lo largo de ella la espera se ha
convertido en una constante perenne. Desde muy joven, la recuerdo como algo
que tenía dos tiempos tangibles: el del momento perceptible y evidente que lo
consumía el instante imperecedero de la propia espera y el de la pretensión de
descifrar a ese algo enigmático que nunca llega. La espera ha sido para mí la
búsqueda de lo imposible, de la utópico, probablemente de lo inexistente. Y
aunque he logrado alcanzar múltiples metas concretas después de consumir uno de
sus largos períodos, las metas más trascendentes, la más riesgosas, las más
soñadoras y hasta las menos terrenales, no las he logrado. Siguen allí en el umbral
de las expectativas atadas al largo brazo de la incógnita misteriosa de la vida. Casi
a perpetuidad, la espera deja un rastro vivo de melancolía que abre los caminos
tortuosos de la soledad. Complemento de la vida material, la espera acompaña a
la soledad. Y ésta, inmersa en su espectro indescifrable, las convierte en enigmas.
Coyunturas van y coyunturas vienen. Tantas encrucijadas vividas sujetas a los
enigmas de la espera y de la soledad que la de hoy no me es ajena. Recuerdo el
momento que se me presentó cuando tuve que decidir mi retiro de las fuerzas
armadas. Me fui con mi esposa a una casa en Boca de Uchire y durante 48 horas
analizamos exhaustivamente la situación que se nos presentaba. Generamos
formas de acción. Ventajas y desventajas. Consideramos diferentes escenarios. Y
al final de la jornada de reflexión llegó la decisión. Al asumir todas las
consecuencias y adentrarnos en los umbrales de la incertidumbre, avanzamos sin
vacilación, sin arrepentimientos, sin dolores y con la firme disposición de no
dejarnos desmoralizar por saber que dejábamos un mundo cierto de estabilidad,
privilegios y prestigio social. Me retiré de la FAV para hacerme pequeño
empresario. El resultado fue exitoso.
Otra situación bien importante fue la de cambiar la actividad de vuelo como piloto
de combate, por la de estudiante universitario. Cuando regresé de Canadá en
1972, después de cumplir el entrenamiento de la escuela en tierra de los aviones
CF-5, me encontré cubierto de nuevo por estos enigmas. Envuelto por la
penumbra de la incertidumbre, tenía que decidir entre continuar en la línea de
operaciones o concretar el acceso a la universidad. El vuelo significaba el mando
futuro, el salario de emociones y el reconocimiento profesional ante la sociedad.
Por su parte la universidad era la reflexión y el despeje de las incógnitas políticas
existenciales que me acompañaban desde 1967. La primera opción era la
racionalmente lógica. Comenzaba una nueva era de la aviación militar supersónica
y nosotros seríamos pioneros de esta nueva página de la historia de la FAV.
Además, era continuar perfeccionando el vuelo en aviones de combate e
incrementar los niveles de capacitación. La segunda, era la pasión por descubrir
los misterios de la vida. Era involucrarse en el reto de generar alternativas viables,
con fundamentación científica, para cambiar el sistema político del país. Decidí la
más difícil, la menos recompensadora, pero la más gratificante a mis expectativas
de hombre pensante identificado con la lucha social. Si bien sacrifiqué la línea de
mando y el placer de sentir las intensas emociones del vuelo supersónico, obtuve
la educación rigurosa para generar teorías y estrategias de acción política.
Los enigmas seguirán presentes en mi vida, generando nuevas encrucijadas. No
obstante los he aprendido a tolerar y a moldear al espíritu rebelde que cargo dentro
de mí. La Soledad y la espera, como enigmas vinculados a mi destino, ya no me
perturban. Y menos ahora, cuando se me abre un nuevo amanecer no esperado.
Asi como la política indujo la fuerza desgarradora de los enigmas, esa misma
política hoy los reduce a su mínima expresión y me lleva a encontrarle de nuevo
sentido a lo que ya se creía perdido. Estoy en la antesala de un nuevo destino.