Opinión Nacional

El poder populista

La coyuntura electoral pasó. Se abre otra fase en la vida republicana. Las alianzas
circunstanciales que se dieron cumplieron su rol. Para bien o para mal, errado o
con la razón todavía por verse, ese momento ha sido superado. Queda ahora
decidir qué hacer. Repliegue temporal para revisar, reconstruir y salir de nuevo; o
reprogramar el rumbo sin dar tregua a la derrota electoral. En cualquiera de los
casos que se decida, lo que si debe quedar por encima de cualquier circunstancia
es la ratificación de los principios que sostienen una concepción del mundo, de la
vida y de las sociedad eminentemente revolucionaria. La necesidad de coincidir
para la búsqueda de votos, nada tiene que ver con la postura irreductible de la
lucha por alcanzar ideales que están dirigidos a estremecer las bases estructurales
del país. La búsqueda de los votos, en su momento, es parte de una estrategia para
consolidar posiciones ideales. Pero, superado ese instante se retoma la base de las
creencias y de la práctica política, determinada por la ideología que se tiene y que
se defiende hasta el fin de la vida. Lo irreductible, como son los principios
políticos, no se diluyen con la cultura tradicional del statu quo que domina al
país. El presidente (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Chávez»)%), para hacerse del poder que ha logrado concentrar, ha
tenido que ceder y acoger los métodos que él mismo combatió con el proceso del
(%=Link(«/bitblioteca/venezuela/4f.asp»,»4F»)%), con el MBR-200 y con los planteamientos iniciales del MVR. Pero, hoy en
día, en qué se diferencia su gobierno al de (%=Link(«/bitblioteca/cap/»,»CAP»)%). Éste hablaba también de su
revolución. La nacionalización petrolera, el V plan de la Nación, la revolución
educativa, el liderazgo emergente tercermundista con las mismos viajes
mundiales y las mismas visitas a los países de la OPEP que hoy hace el
Presidente. Historia reciente que data de hace menos de 20 años. Por eso le
pediría a José Sant Roz, quien es un excelente historiador, que escriba acerca de
esta comparación. Él, que me acompañó hasta hace unos meses atrás, y que tenía
otros conceptos radicalmente opuestos acerca de la conducta del Presidente, que
sea objetivo al precisar las ideas y los intereses que mueven a los hombres. Qué
evalúe el por qué los hombres que llegan al poder lo asumen de tal manera que
prefieren sacrificar sus ideales y objetivos de lucha con tal de mantener el poder.

Eso, para mí es populismo. Nada tiene que ver con una revolución. Son criterios
populistas para manipular a un pueblo inculto. O se cambia radicalmente o no se
puede cambiar. Y si no se puede cambiar nada, sencillamente hay que aclararlo.

En todo caso, a esa fuerza de votantes que le da un poder absoluto al Presidente
no le interesa revolución alguna. Para ellos lo que tiene sentido es la papa, su
empleo y satisfacer sus necesidades básicas. Esa es la historia que nos ha tocado
vivir a los seres que pertenecemos a esta generación adulta. Historia que se ha
repetido a lo largo del siglo XX.

Los controles de la interdependencia mundial, la globalización y la
postmodernidad obligan a redimensionar los conceptos de la revolución. La
revolución exige otros métodos y otras vías de aproximación al pueblo. Los
gobiernos populistas perduran e imponen su voluntad, pero no permiten la
emancipación del pueblo. Los gobiernos populistas reafirman el ascenso de las
élites y la generación de una nueva casta que hace uso del poder. Los gobiernos
populistas, consciente o inconsientemente, promueven la plusvalía ideológica. Es
decir la suma de lealtades a cambio de un pedazo material que satisfaga la
felicidad temporal de sus votantes. Pero estos gobiernos no actúan en función a la
elevación de la condición humana del individuo. Lo que si haría una revolución.

Como también una revolución desconcentraría el poder, estimularía la
participación plural de la sociedad, haría prevalecer los derechos del ciudadano,
velaría por unos poderes públicos independientes, autónomos y soberanos. Una
revolución permitiría la disidencia y la generación de nuevas teorías y métodos
para activar en la política. Por eso, insisto con Sant Roz, ya que su artículo de la
semana pasada parece que fue concebido en un momento de reflujo y de
desorientación espacial, que se adentre en ilustrarnos acerca de la realidad
conceptual de este gobierno. Realidad que él dibujaba muy diferente a esta nueva
que nos ofrece ahora. Con eso ayudaría al mismo gobierno a definirse. O, al
menos, estimularía a sus ideólogos para que en la nueva etapa que comienza en la
República sepamos cuáles son los nuevos ideales y cuál es el concepto de sociedad
que se quiere alcanzar. Que me permita a mi, como ciudadano que piensa y que
no ha claudicado todavía confirmar que el populismo de Chávez es diferente al de
CAP. Que me conduzca a reiniciar la producción intelectual dentro del marco de
la neoizquierda y de la revolución de la postmodernidad subdesarrollada de
Venezuela.

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