Opinión Nacional

Fraude revolucionario no es fraude

1. ¿Relegitimación o deslegitimación?

Como parte de la grandilocuencia chavista, las elecciones del 30 de julio fueron concebidas para relegitimar las autoridades de los poderes públicos. Sin embargo, ¿cuál ha sido el producto final de este proceso? No cabe duda de que, a pesar de los “votos” automáticos que pudo haberle aportado Indra, (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) obtuvo una cómoda mayoría frente a su adversario, (%=Link(«/bitblioteca/arias_cardenas/»,»Francisco Arias Cárdenas»)%).

Sin embargo, no es éste el caso de los gobernadores de Anzoátegui, Cojedes, Falcón, Mérida, Táchira, Vargas y del alcalde del municipio Libertador en Caracas. En estas entidades federales, las irregularidades y fraudes denunciados por la oposición no han sido despejados. Por el contrario, las dudas sobre la pulcritud de los comicios se han extendido. No fue suficiente el ventajismo de los candidatos del MVR a lo largo de la campaña. A ello se agregan las enormes sombras que rodean los triunfos de los candidatos oficialistas en cada una de aquellas regiones.

Sorprende el silencio y hasta complicidad del Consejo Nacional Electoral ante las acusaciones que se han formulado. El anterior Consejo –el integrado por Etanislao González, Eduardo Semtei y compañía- era directo, frontal. Había sido puesto allí por Hugo Chávez y Luis Miquilena para que obedecieran las directrices del Presidente de la República y del jefe del partido de gobierno, y ellos las aceptaban con fidelidad e, incluso, con orgullo. Este no es el caso del actual CNE. Sus miembros llegaron allí rodeados de una aureola de equidad y neutralidad que logró generar confianza, luego de la megatorta del 28 de mayo. Las credenciales de algunos de sus miembros, su historial profesional y académico, permitía suponer que se mantendrían inquebrantables frente a las presiones de las que con toda seguridad serían objeto por parte de los jerarcas del régimen. La heroica labor de Elías Santana y Liliana Ortega cuando actuaron como punta de lanza para desmontar el tinglado activado para el 28-M, parecía coronado con el nombramiento de un CNE imparcial. Pero el tiempo se ha encargado de desmentir esta apreciación inicial. Algunos de los voceros de este nuevo Consejo, cuando se refieren a las imputaciones de escamoteo formuladas por la oposición, lo hacen como si fuesen militantes del MVR que estuvieran informando a la plenaria de ese partido.

La ecuanimidad del CNE hoy está en entredicho. Y lo seguirá estando hasta que digan qué pasó con las auditorías previstas, y cómo van a procesar las quejas. La Constitución Bolivariana creó el Poder Electoral. Sin embargo, los miembros del CNE se niegan a asumir ese papel que la Carta Fundamental les concede. Han adoptado el camino de transferir a la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia la decisión sobre las acusaciones que se han expresado. Esta inhibición resulta inexplicable en personas que poseen autoridad y se suponía imparciales. Otra actitud extraña es la reticencia al conteo manual de votos en los estados donde la diferencia es mínima, lo mismo que su negativa a prior y tajante a repetir los comicios en las entidades más conflictivas, sobre todo porque en menos de tres meses en esas mismas regiones, se harán las elecciones para elegir los miembros de los concejos municipales y las juntas parroquiales.

Más que contribuir con la transparencia y relegitimación de las autoridades, el CNE –junto con Indra- ha contribuido a formar una espesa sombra sobre los resultados electorales. Si en el país hubiese una oposición como la que hoy existe en Perú, la desidia de ese organismo y los “errores” de las máquinas de la empresa española no quedarían impunes.

2. La revolución se autoexplica

Decía Karl Popper que el marxismo y el psicoanálisis no podían considerarse teorías científicas porque ambas son cosmovisiones omnicromprensivas. Una característica básica de una teoría científica es que pueda refutarse. Si no es posible hacerlo, entonces ese conjunto de enunciados no puede pretender alcanzar la nobleza de la ciencia. En el caso del psicoanálisis –decía Popper- lo que no puede explicarse a partir del Yo (la consciencia) entonces podrá llegársele a través del Ello (el inconsciente) o del Superyo (los valores, la cultura). De forma que no hay manera de invalidar un hecho que pretenda explicarse mediante este enfoque. Algo parecido dice Popper que ocurre con el marxismo. Para esta cosmovisión toda la superestructura jurídica y política de una sociedad está condicionada por la estructura económica, fundamentalmente por el tipo de relaciones de propiedad sobre los medios de producción. Si la determinación no es directa, siempre será en “última instancia”. En consecuencia, no es posible rechazar un enunciado o una hipótesis marxista, porque si el hecho estudiado no se entiende a partir directamente de la estructura económica, siempre queda el recurso de comprenderlo como una consecuencia en “última instancia” de lo que acontece en la base económica.

Tanto el psicoanálisis como el marxismo son teorías que se autoexplican y, en razón de ello, se autojustifican. No dependen –como toda ciencia- de criterios externos que corroboren su coherencia y cientificidad.

No debe sorprender, entonces, que el marxismo les haya servido a los militantes de los partidos que abrazaron ese credo, para decretar la autosuficiencia de la revolución. La revolución y sus oficiantes sólo tienen que justificar sus actos ante sí mismos. La revolución es autosuficiente.

3. Fraude revolucionario no es fraude

Toda la digresión anterior, tal vez un poco injusta con el psicoanálisis y con el marxismo, me sirve para decir que los revolucionarios bolivarianos actúan según la misma lógica de los revolucionarios marxistas. De acuerdo con el punto de vista del MVR -y en apariencia del CNE- los fraudes e irregularidades que se cometieron durante el proceso comicial que concluyó el 30-J, no son tales. Sólo podrían calificarse como una redistribución de los votos con el fin es tomar por la vía electoral, los órganos del poder público que “El Proceso” requiere para alcanzar con éxito y plenamente sus objetivos. Por lo tanto, no hay por qué angustiarse.

Si el adeco ese del Alberto Galíndez denuncia por ilegal el traslado de votos de Juan Bautista Pérez para Jhonny Yánez sin que se haya enmendado la Gaceta Electoral, esto no pasa de ser patadas de ahogado. Si ese “transfuga” llamado Andrés Velásquez señala que las elecciones en Anzoátegui son inauditables porque las evidencias físicas desaparecieron o se convirtieron en desecho, pues eso tampoco importa, se trata sólo de recusaciones de un “traidor”. Si ese otro adeco nombrado William Dávila exige el reconteo manual porque los votos nulos son mayores que la diferencia que lo separa de Florencio Porras, candidato del MVR, pues a ese señalamiento tampoco hay que prestarle atención. Todas son quejas típicas de los contrarrevolucionarios que se resisten a perder el poder.

Las quejas y acusaciones de los reaccionarios, de quienes se oponen a la marcha triunfante de la revolución bolivariana, hay que tirarlas al cesto de la basura. Los nuevos poderes públicos no pueden perder su tiempo atendiendo los reclamos de los representantes de la oligarquía criolla. El pasado quedó atrás. La revolución sólo tiene que justificarse ante el tribunal del pueblo, y éste ya se pronunció de forma categórica el 30 de julio. Todo lo demás son formulismos legales. Preciosismos burgueses. ¡Qué importa despojar de algunos cuantos votos a un candidato del puntofijismo, si lo que está en juego es el curso de la revolución bolivariana! ¡Para qué tener instituciones neutrales y árbitros imparciales, como tendrían que ser el CNE y el TSJ, si los revolucionarios lo que necesitan es poseer el control de los gobiernos regionales para que éstos estén subordinados a Miraflores! La revolución bolivariana está por encima de detalles superfluos.

El CNE hasta ahora ha actuado como un instrumento de la doctrina según la cual el fin justifica los medios, tal como era la prédica de los viejos comunistas. Ese cuerpo no ha impedido que la revolución se autoexplique y se autojustifique. “El Proceso” sólo necesita ocasionalmente el concurso de prácticas e instituciones burguesas como ésa del voto popular, directo y secreto. Pero cuando ese sufragio, esa voluntad popular, no responda a los intereses de “La Revolución”, simplemente hay que adaptarla a los fines últimos de ésta. Nada está por encima de la razón revolucionaria. Nada fuera de ella. Ni siquiera la opinión del soberano.

La “revolución bolivariana” ha tenido en Indra y en el silencio del CNE dos poderosos aliados. Ambos, junto al MVR, se encargaron de acabar con la pureza de la quinta República.

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