Mesianismo divino
La lucha política cuando es concebida para el usufructo del poder es finita. Es perecedera, aunque no tiene fronteras, ni territorio específico de confrontación. Es también abierta y despiadada. Sin escrúpulos, ni moral. Seduce a sus actores y altera la conducta de quienes la protagonizan. No tiene lógica, ni induce al sentido común. La lucha política por el usufructo del poder se libra para hacerle mucho mal y daños irreparables al adversario. Herirlo de muerte. Enterrarlo vivo. Fiel reflejo de lo que hoy intenta hacer el Presidente. Intentos fallidos, porque su ejecutoria no da en el blanco. Y no puede dar porque su marco de referencia conceptual carece de base teórica. Los conceptos que emplea son inapropiados, desprovistos de producción intelectual. Por eso se convierten en dardos fallidos. El empleo inocuo del calificativo contra revolucionario es un ejemplo de la falta de consistencia ideológica del Presidente. Desorden cognitivo. Subestimación de la profundidad del pensamiento que debería poseer el Presidente de Venezuela. No puede emplearse esa categoría política en un proceso donde no existe la revolución. Su afán de figuración y auto adoración personal le ha llevado a creer en sus inconsistencias mentales que vagamente le permiten relacionar su empirismo teórico.
Por el contrario, cuando la lucha política es empleada para alcanzar metas de desarrollo de los pueblos se convierte en el vehículo de satisfacción de las expectativas del colectivo. Y a través de ese vehículo se accede al poder. No obstante, la gesta de alcanzar el poder tiene dos significativas interpretaciones. La primera: cuando se emplea para decidir democráticamente en beneficio del colectivo. Consultando, aceptando y respetando el juicio de los miembros de la sociedad. En este sentido, el ejercicio del poder es positivo. La otra interpretación es cuando se asume como pasión ambicionada por una persona, convencida de su condición mesiánica. Sus creencias de enviado divino le hacen perder las perspectivas de una realidad concreta, para confundirlas con las fantasías de las alucinaciones matafísicas. Esto le lleva a lanzarse con arrojo a dirigir a la sociedad de una manera autoritaria, alejándolo de las transformaciones que benefician al país. Al perder la meta de los ideales de lucha, aparecen las codicias personales y las acciones del plan por consolidar el imperio del mando único. De esta manera, el colectivo es inducido a seguir un patrón de comportamiento elaborado por el pragmatismo mesiánico. Solamente es posible resolver la situación de menesterosidad de la población si se acata la orden del mesías. No hay consulta, ni consideración de las preferencias del pueblo. La voz única se impone. Directriz que calla disidencia, libertad y justicia. Desde esta perspectiva, el ejercicio del poder resulta negativo. En consecuencia, generará frustración y respuestas de férrea oposición por parte de todos los grupos que componen los estratos de la sociedad. Sólo las cúpulas, su entorno y sus beneficiados directos disfrutarán, a su antojo, las pasiones del poder.
La administración del poder en la lucha política es lo que permite la proyección del liderazgo de los constructores de una nueva República. Por eso, en este instante, estamos en el momento oportuno de diagnosticar y proyectar. Es decir, estamos en la encrucijada de juzgar. La colectividad tiene que discernir, reflexionar con la mente y con el corazón. Autoanalizarse con cuerpo y alma para obtener conclusiones contundentes en lo que respecta al ejercicio del poder de ahora en adelante. Qué vamos a hacer con nuestro país.
Una alternativa dentro de la lucha política, bajo la concepción del poder para el beneficio de la sociedad, es la democracia directa. La democracia directa se opone al autoritarismo presidencial y se confronta con quienes han desviado las metas por alcanzar las transformaciones más justas del desarrollo de la sociedad. En el campo de la producción teórico-práctica, el principal objetivo es crear un nuevo paradigma ideológico que trascienda las tesis políticas que vive el universo de globalización, postmodernidad y cibernética. De allí que la democracia directa postule el Poder Constituyente como expresión concreta que permita transferir la toma de decisiones al colectivo en su conjunto. El poder constituyente es el poder del pueblo. Dentro del marco conceptual de la democracia directa es improcedente seguir tolerando el autoritorismo bajo la forma de mesianismo divino. Eso es atraso para Venezuela e involución social para la sociedad. En la democracia directa el protagonista es la comunidad organizada y ésta, tiene que sustituir los niveles de pobreza por los de prosperidad y riqueza individual. En fin, la democracia directa es todo lo opuesto al método de mando que hoy en día se le ha intentado imponer a los venezolanos. Hay que decirle no al mesianismo divino.